Delta, Ómicron, el fin de la pandemia y la resurrección de Atila

Delta, Ómicron, el fin de la pandemia y la resurrección de Atila

La desigualdad. La grieta. La indefensa África. El Rey de los Hunos.


El virus muta cada vez que pareciera que lo alcanza la inmunidad. Como un duende endiablado y escurridizo, cuando está a punto de ser atrapado, se vuelve a disfrazar y escapa de sus asesinos. Eso sí, como necesita sobrevivir, ahora se ha vuelto menos agresivo. Su lógica es primitiva: la mortalidad de sus huéspedes hace que muera con ellos.

Las variantes Delta y Ómicron multiplicaron los infectados, pero vaciaron las camas de las Unidades de Terapia Intensiva. Ya no existen aquellas imágenes traumáticas de los camiones estacionados en las veredas, llenos de cadáveres. Ni de los cientos de tumbas nuevas en esos cementerios, que vistas desde las alturas parecían cuadrados perfectos, uno al lado del otro.

Los científicos auguran que estas variantes significan el fin de la pandemia. Que el SARS-CoV-2 (Síndrome Respiratorio Agudo Severo-Coronavirus 2) será de ahora en más una gripe, que obligará a los más vulnerables a vacunarse al menos una vez al año.

De todos modos, la irrupción de la pandemia echó por tierra muchos preconceptos, como el falso discurso de la cooperación internacional y como el de la falaz doctrina que perora acerca de que los recortes en la salud pública son “un ahorro” para las arcas, también públicas.

Para enfrentar la amenaza –que ya no es catastrófica, según parece-, los países del G20 se plantearon vacunar a sus habitantes con una tercera dosis, contra el consejo de la Organización Mundial de la Salud, que recomienda enviar esas dosis a los países del Tercer Mundo, en especial los africanos, en donde existen bajas tasas de vacunación y, ante la proliferación de infectados, los virus inician su camino de mutaciones.

Los países ricos –en especial, los del G20- acapararon enormes volúmenes de vacunas, a la vez que esos mismos gobernantes y sus “lobbies” protegieron fieramente la propiedad de las patentes, que no casualmente, pertenecen a empresas asentadas dentro de sus fronteras. Pero eso no es todo. Los países que dejan vencer muchas de sus vacunas, a veces las donan a los países “amigos”, concentrando los beneficios en pocas regiones las posibilidades de mejora de la salud y dejando a amplias zonas del planeta en la indefensión más absoluta.

En este marco, la variante Delta fue identificada por primera vez en la India, en tanto que la Ómicron fue detectada en Sudáfrica. En el país asiático se contagiaron 35 millones de personas, de los que casi medio millón han fallecido. En Sudáfrica, mientras tanto, hubo hasta ahora casi tres millones y medio de infectados y algo más de 90 mil fallecidos.

Entre esta profusión de infectados, las variantes mutaron y demostraron que se vuelve cada vez más complicado combatirlas. Si además, las grandes empresas farmacéuticas abastecen primero a los países donde tienen su producción y, protegidos por éstos, se niegan a compartir sus patentes en zonas en las que la mortandad es dantesca, el pan de la tragedia ya está siendo horneado.

Nadie en la comunidad científica puede asegurar que no habrá otras variantes, que podrían agravar la situación o, al menos, impedir que el virus sea erradicado prontamente, ya que no será derrotado en su totalidad, como no lo fue casi ninguna de las enfermedades respiratorias anteriores, como la Gripe Española y la Gripe A.

África, el espejo de los problemas no resueltos
Hasta los comienzos del mes de agosto, sólo el 1,39 por ciento de la población africana había sido vacunada. En el continente habitan unos 1.300 millones de personas, de las cuales hasta el 29 de julio habían sido inoculadas 61 millones de dosis.

Los casos de Covid-19 sumaban para esa fecha seis millones y medio, de los cuales habían fallecido 116 mil. Esto, en un continente en el que las estadísticas son casi siempre incompletas y en el que aún existen zonas remotas, de difícil acceso.

De esta manera, con tan pocas personas inmunizadas, el virus prolifera, muta y se vuelve más peligroso, asediando a los países ricos, cuyos ciudadanos se ven sorprendidos de cuando en cuando con nuevas invasiones, no sólo de inmigrantes, sino de nuevas cepas del Covid-19, que devuelven la peste a sus orígenes chino-europeos y luego al resto del mundo.

Atila, que se definía a sí mismo como “el azote de Dios”, entre los años 434 y 453 d.C. sería un buen espejo para definir a un invasor que ataca sin miramientos, conquista sin claudicar y complica seriamente la vida de sus súbditos con sus exigencias.

El Rey de los Hunos llegó desde las mesetas del Asia Central, conquistó Europa y, hasta la batalla de los Campos Cataláunicos acaecida en el 451, tuvo en vilo a los muy civilizados romanos. Tal como el Covid-19. Tal para cual.

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