La Asamblea Nacional del Frente Grande estuvo -como la del 15 de diciembre- atravesada por una larga serie de controversias, denuncias, amenazas y aún algunos conatos de agresión, que no pasaron a mayores. De todos modos, quienes alguna vez propusieron "otra política" decidieron sumarse a la corriente mayoritaria e hicieron la misma política que todos los demás.
A las 11 de la mañana, en el Hotel Savoy, en Callao al 200 -sede de la convocatoria-, la calma reinante permitía augurar que lo que debía ocurrir iba a demorar mucho en ocurrir. Grupos de militantes y congresales deambulaban de aquí para allá, sin otra cosa que hacer que esperar, algo que no se modificaría hasta las seis de la tarde -en el anochecer de un día agitado-, cuando tanta espera cristalizó en un mini congreso de veinte minutos, en el que se votó rápidamente lo que se esperaba que se iba a votar y se aprobó un documento que casi nadie había leído, y que además -con artes de malabaristas- ocultaron a la prensa independiente, casi con pudor.
A las seis y veinte se abrieron las puertas del salón en el que se realizó el congreso y los congresales, liderados por Néstor Vicente -desesperado por ir a sentarse frente al televisor para ver a Huracán- salieron en desbande. En pocos minutos, los habituales corrillos que se forman tras los eventos de este tipo ya se habían desarmado y los congresales y la militancia habían abandonado el lugar, en un movimiento casi coordinado que se pareció más a un "mea culpa" que a una desconcentración.
Mientras tanto, desde la vereda de enfrente -donde se encuentra la sede nacional del Frente Grande-, los seguidores del ex ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, del diputado Rodolfo Rodil y del vicejefe del Gabinete nacional, Juan Pablo Cafiero, observaban desde un privilegiado balcón, sin intervenir -aunque lo hicieron, con su ausencia- en los pesares de "los otros", que hasta hace poco eran también suyos.
A este grupo lo acompañó -aunque desde una lejanía mucho mayor- el "chachismo", que, liderado por los diputados José Vitar, Irma Parentella, María América González, Carlos Raimundi, Fernando Melillo, Atilio Tazzioli y Fabián De Nuccio, publicó el mismo sábado una solicitada en la que develaron un secreto que ya no lo era: su incorporación al ARI de "Lilita" Carrió, que más parece a esta altura la conductora de una ambulancia que recoge a los heridos del Frente Grande y del FREPASO que de un partido político.
A las dos de la tarde, el aburrimiento -sazonado por una incertidumbre que lo hacía un poco más llevadero- daba pie para el humor. Uno de los seguidores de Flamarique -no sin cierta inquina- contaba un chiste: decía que la única razón que había impedido que Vilma Ibarra firmara la solicitada de Vitar y compañía había sido un llamado del padre, que le había exigido: "no lo cagués a tu hermanito".
CRÓNICA DE LA MUERTE ANUNCIADA DE LA "OTRA POLÍTICA"
Desde las nueve de la mañana, los dirigentes del Frente Grande transpiraron no poco para reunir el mínimo de un tercio del total de los congresales necesarios para que la Asamblea Nacional tuviera validez. En este punto, precisamente, es donde planean atacar al oficialismo los que se quedaron -literalmente- en la vereda de enfrente. Estos aseguran que a la alianza casi monocolor que se quedó con la conducción del partido -y con el dinero que el Estado entrega a las agrupaciones por voto conseguido- le faltaron unos veinte congresales para reunir "quórum", y en estos días van a apelar a la justicia para saldar esta supuesta deuda.
El "quórum" fue anunciado a las seis de la tarde, cuando los dirigentes Ariel Schifrin, Oscar Laborde y Eduardo Sigal subieron al entrepiso del hotel -donde estaban instaladas la Comisión de Poderes y la Mesa de Acreditaciones- y salieron pocos minutos después para anunciar, palmeando las manos para llamar la atención, que el "quórum" se había conseguido.
Inmediatamente, los delegados entraron al salón y comenzaron a sesionar. A las seis y diez, de repente, se produjo un fuerte tumulto cuando los que cuidaban la puerta le impidieron -por un par de minutos- ingresar al salón a una veedora judicial. Hubo una mesa que fue a parar al suelo, algunos gritos e insultos, pero los cuatro grandotes que estaban parados frente a la entrada neutralizaron fácilmente a los revoltosos, que algunos presentes individualizaron como seguidores del odiado ex ministro de Trabajo de de la Rúa, Alberto Flamarique.
A las seis y veinte se abrieron las puertas del salón e, inesperadamente, los congresales comenzaron a salir. Se supo entonces que se había elegido una nueva conducción, en la que doce de sus integrantes son del interior, entre ellos Miguel Rodríguez Villafañe (Córdoba), Julio Arriaga (intendente de Cipolletti, Río Negro), Julio Accavallo (Río Negro) y Néstor Coggio (Entre Ríos). En la nueva Mesa de Conducción hay varios porteños: Ariel Schifrin, Juan Manuel Abal Medina, Raúl Fernández y Vilma Ibarra, además del propio Aníbal Ibarra. Por la Provincia de Buenos Aires se eligió, mientras tanto, a Eduardo Sigal y a Alejandro Mosquera, entre otros.
En la estampida pos-congreso, casi no hubo quienes informaran acerca de las decisiones de la Asamblea. La poquísima información que recogieron los escasos cronistas presentes fue debida a la amabilidad de algunos dirigentes, que se quedaron a contestar preguntas y a relatar lo sucedido, en medio de un caos inexplicable.
En las calles aledañas al hotel, apenas quedaban vestigios de la olla popular que organizaron al mediodía sobre la Avenida Callao las organizaciones Movimiento Territorial de Liberación y el Frente Casa Pueblo, que almorzaron frente a los delegados del Frente Grande y junto a los vehículos policiales que los custodiaban. En esos momentos, dos Argentinas se enfrentaron. No hubo golpes, ni siquiera insultos o reclamos mutuos. Ambas Argentinas se limitaron a observarse casi con asombro, como si ninguna de las dos pudiera creer en la existencia de la otra.