Desde aquellos días en los que Mauricio Macri volvió a convocar al Fondo Monetario Internacional para que se inmiscuyera nuevamente en la economía argentina, el país no ha dejado de acumular adversidades, tan graves éstas que parecieran haber sido disparadas deliberadamente.
La sempiterna falta de dólares que aqueja al país es el resultado de muchos factores de incidencia, que incluye el accionar de empresarios irresponsables, que fugan divisas y evaden impuestos; de funcionarios sin conciencia de lo que significa la soberanía y la defensa de los intereses nacionales y de la especulación financiera, que es la actividad hegemónica en los mercados argentinos.
En los últimos días, los argentinos hemos presenciado el accionar de la especulación en varios frentes simultáneos. Uno de ellos desató un fuerte ataque sobre el precio del dólar, con la intención de que el Banco Central devalúe la moneda, una operación que favorece a los tenedores de divisas (exportadores, en especial). Otro objetivo del ataque sobre la moneda norteamericana buscaba el fracaso de la licitación de la deuda en pesos a la que convocó el Gobierno, que fue exitosa, finalmente y disminuyó la presión sobre la brecha cambiaria y las expectativas, aunque sea en el corto plazo.
En los próximos dos meses hay bajos vencimientos de la deuda en moneda nacional y se descuenta que culminará con un “roll over” (prórroga de los vencimientos, que exige el pago de intereses, es decir, más plazo con recargo).
El Gobierno resistió estas operaciones contra la moneda restringiendo la entrega de dólares para importar mercaderías desde el exterior. No fueron prohibidas las compras en el exterior, pero se les solicitó a los empresarios que consiguieran financiamiento para las importaciones, para no pagarlas al contado utilizando los preciosos –por escasos- dólares del Banco Central. De esta manera se van a controlar mejor las operaciones de “back to back”, que son los préstamos que las filiales argentinas de las empresas multinacionales toman de sus casas matrices, puerta de entrada de sobreprecios y subfacturaciones. De todos modos, se van a autorizar, pero controlando los montos y la transparencia de estas operaciones.
“La decisión del Banco Central es atacar el problema con la reducción de la demanda o un salto devaluatorio”, expresó el presidente de la entidad, Miguel Ángel Pesce el lunes último. El exministro de Hacienda porteño aclaró que no se trata de “restricciones”, sino de medidas transitorias que regirán hasta el 1° de octubre, debidas en gran medida al aumento de los precios de la energía importada, producto de las necesidades de la cosecha gruesa, que llegan con grandes sobreprecios por la guerra en Ucrania.
Además, para mantener la estabilidad cambiaria, el Banco Central compró, entre el lunes 27 y el miércoles 29 de junio, 983 millones de dólares, a los que hay que sumar los cuatro mil millones que giró el FMI, parte de los cuales pasarán a formar parte de las reservas del Banco Central. Viene a la memoria de este cronista aquella bravuconada que solía lanzar Néstor Kirchner cuando era presidente, asegurando ante los micrófonos: “tengo 30 mil millones en el Banco Central”. Así intentaba desalentar a los buitres, que solían recorrer el mundo operando contra las monedas de los países que no poseyeran los fondos suficientes para frenar su acción especulativa.
Por todas estas razones –y otras más-, la prioridad de Martín Guzmán es incrementar las reservas del Banco Central. Cuanto mayor sea el volumen de reservas, más difícil será operar contra la moneda nacional. Guzmán y Pesce piensan además que la dinámica inflacionaria se potencia por la incertidumbre cambiaria de corto y mediano plazo.
El momento para acumular divisas es la temporada alta de las liquidaciones de la cosecha gruesa, cuando llega la oferta de divisas de las cerealeras. Si no hay oferta, algo que ocurriría en los próximos meses, juntar dólares será una odisea. Hasta septiembre dura la necesidad de comprar combustibles para la cosecha, que provocan el principal drenaje de dólares en este tiempo. Luego, al bajar la demanda, se podrá atesorar reservas.
Estas medidas que tomaron las últimas semanas las autoridades económicas van en línea con las exhortaciones de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, enunciadas hace un mes en la conmemoración por los 100 años de YPF y repetidas hace pocos días en el Plenario de ATE en Avellaneda. Con su prédica, una vez más puso límites en el área chica propia, ensanchó las líneas de cal en el área rival y demostró que el “timming” político del Frente de Todos lo marca ella. Y que cuando entra en el cono de silencio, reina la orfandad.
De todas maneras, la disputa entre el Gobierno y “el mercado” continuará. Los primeros buscan evitar la devaluación y el segundo apuesta a un salto brusco del dólar, por lo que pulsean todos los días para provocarlo. Hasta ahora, Guzmán resistió, pero la pelea continuará. Esta actitud de resistencia implica, de alguna manera, una demostración de que el Gobierno no está tan débil como los mercados insinúan, ya que hasta ahora Guzmán y Pesce ganaron todas las batallas contra los usureros. En el futuro, de todos modos, se verá.
Colocando deuda en pesos
La venta masiva de bonos de deuda en pesos ajustada por el índice Coeficiente de Estabilización de Referencia (CER), que es un ajuste por la variación del índice de precios al consumidor (inflación), los depósitos y las deudas pesificadas con el sistema financiero se inició en junio por un total de 200.000 millones de pesos, muchos de los cuales estaban en manos privadas.
Todos los bonos fueron colocados sin problemas, desbaratando la maniobra de “los mercados” para presionar por una devaluación. Los protagonistas fueron los operadores del dólar financiero y del blue, que los aumentaron fuerte para hacer fracasar la operación y provocar la caída del peso. Unos patriotas.
El 51 por ciento del monto adjudicado se ajustará por el CER; el 34 por ciento será en títulos a tasa fija y el 15 por ciento restante fue un bono “dollar linked”, es decir, atado a la fluctuación del dólar.
Unos días antes, el exministro de Economía de la Nación, Hernán Lacunza, había hecho campaña augurando un negro destino para la economía argentina que él mismo no supo manejar. Entre otros temas, Lacunza pronosticó que el Gobierno iba a defaultear la deuda en pesos, una operación que él mismo llevó a cabo el 28 de agosto de 2019, cuando postergó los vencimientos de los títulos de corto plazo –Letes, Lecap, Lecer y Lelink- por un valor de 100 mil millones de dólares. Lo llamó “reperfilamiento”, un eufemismo por default, para frenar la subida del dólar, que había trepado a $60. Entre los argumentos, en el Decreto 596/2019 se explicaba que “resulta urgente y necesario crear un marco de sustentabilidad de la deuda pública de corto plazo que genere un cambio de expectativas”.
A veces, París no es una fiesta
En marzo de 2022, Guzmán logró postergar el último pago de dos mil millones de dólares que restaban pagar al Club de París, que son parte de la deuda que renegoció en 2014 Axel Kicillof, cuando era el ministro de Economía de Cristina Fernández de Kirchner.
El miércoles seis de julio, el ministro de Economía deberá volver a París para firmar el entendimiento, que debería estar cerrado para el 30 de julio.
El acuerdo implicaba el pago de 9.690 millones de dólares en cinco años, que terminaba en mayo de 2019. En 2014 se pagaron 640 millones de dólares; en 2015, fueron 682 millones; 1680 millones fue la suma que se giró en 2016; 1380 millones en 2017, 1891 millones en 2018 y 1.868 millones en 2019. En total, fueron pagados 8.148 millones de la verde moneda. Abusivamente, del total de los 9.690 millones de dólares, alrededor de cinco mil millones conformaban el capital. Los otros casi cinco mil millones de más se pagaron en concepto de intereses, comisiones, multas y punitorios.
¿Se puede considerar usurario un interés de más del 90 por ciento en cinco años?
Las consecuencias de negociar con los grandes
Durante dos años y medio, el Gobierno negoció con los grandes jugadores de los mercados, postergando las urgencias de los sectores pauperizados de la economía, porque no existen los pobres, existen los empobrecidos.
Las negociaciones de Guzmán y su equipo fueron siempre excelentes desde el punto de vista de la academia, pero se asemejan demasiada a aquella historia del pastor Miguel Brun, que se adentró hasta una aldea india del Chaco paraguayo. Al llegar, le leyeron la propaganda religiosa al cacique de la tribu –que tenía fama de sabio- en su lengua nativa. Al terminar, los evangelizadores se quedaron esperando la respuesta. El cacique se tomó su tiempo, relataba Eduardo Galeano. Después opinó:
-Eso rasca. Y rasca mucho. Y rasca muy bien.
Pero las sonrisas de los predicadores se congelaron rápidamente cuando el cacique completó su frase:
-Pero rasca donde no pica.
Guzmán realizó un excelente trabajo en la macroeconomía, pero sus beneficios no llegaron a los verdaderos destinatarios de la política económica. Es impensable que casi el 60 por ciento de los argentinos sean pobres y que uno de cada tres trabajadores no alcance a proveerse de la canasta básica.
Si algunos sindicatos logran firmar convenios que recuperen el valor de sus salarios, sus conquistas se pierden rápidamente tras los números de una violenta y persistente inflación, que hace retroceder a todas las reivindicaciones sociales.
¿Cómo es posible que exista una leve pero persistente recuperación económica y que ésta no se traduzca en una mínima mejora en el nivel de vida del Pueblo?
Quizás el problema haya que buscarlo en el origen del Frente de Todos, que construyó una alianza electoral, pero no conformó una alianza de gobierno. Todo presidente que llega a la Casa Rosada viene acompañado por una alianza política, una alianza social y una alianza empresarial. El FdT no completó el último casillero y el hecho de no favorecer a ningún sector macroeconómico en particular deviene invariablemente en acciones perjudiciales contra todos.
Es cierto que las Pymes industriales fueron la base empresarial del Gobierno y que las políticas que llevó adelante Matías Kulfas los favorecieron, pero las inconsistencias en el desarrollo del mercado interno, en especial de los salarios, generaron la aparición y desarrollo de una clase empresarial parasitaria, que se maneja engordando la lista de precios ante cualquier atisbo de miedo –no hay nada más cobarde que el mercado- y no profundizando la eficiencia productiva.
Ésta es la principal razón por la que la vicepresidenta de la Nación intentará rearmar una coalición diferente para 2023, tan lejos como pueda de Alberto Fernández. Piensa que de esta manera logrará salvar al menos una parte de su proyecto político, dado que hoy da por perdida la elección y hasta no descarta pedir el adelantamiento de los comicios de 2023. De todas maneras, ni siquiera así se siente segura de un eventual triunfo en la Provincia de Buenos Aires, que sería el refugio para intentar el regreso en 2027, para el caso de que sucediera la catástrofe electoral que avizora.