E l Diccionario de la Lengua Española, que edita la Real Academia Española, es claro. El verbo “educar” proviene del latín “educare” y significa “dirigir, encaminar, doctrinar”. El diccionario etimológico agrega que la palabra educar está emparentada con “ducere”, equivalente a “conducir” y “educere”, que es “sacar afuera, criar”.
Toda tarea educativa implica, desde el vamos, una acción subjetiva de adoctrinamiento. No existen conocimientos “objetivos” en esta materia, porque la ciencia es la obra del trabajo de investigación, ensayo, prueba y error de uno o más sujetos y el maestro es uno de esos sujetos. La educación es, por eso mismo, obra de la subjetividad. Y la subjetividad educativa exige del acceso al conocimiento, además de ser un compromiso y la socialización de este compromiso. Porque las doctrinas son construcciones culturales individuales y el fruto de una experiencia que no se adquiere en soledad, sino que es “en otros”, colectiva.
Por estas razones, la uniformidad en la enseñanza es la materia menos deseada por los educadores, porque en la diversidad de las experiencias está la riqueza del conocimiento. El trabajo de los docentes es promocionar la “episteme” -el “conocimiento exacto”, según el diccionario de la RAE- para que sus alumnos aprendan a decidir por sí mismos ante las opciones que deberán enfrentar en su vida. Y eso exige que aprendan las distintas soluciones que les ayuden a resolverlas.
Luego de completado el proceso educativo, es el momento para los alumnos apliquen los conocimientos adquiridos y se desenvuelvan en la vida social. Y allí es el momento de la rebeldía, en muchas ocasiones. Es el momento en que lo aprendido por los “adoctrinados” se vuelve conservación o evolución. Si lo aprendido ha sido acríticamente incorporado, será la primera opción. Si existió un real aprendizaje, la evolución es el resultado. En el momento en que los antiguos alumnos se vuelven, a su vez, maestros, la Humanidad encuentra las herramientas para seguir evolucionando.
Pero para eso, el sujeto debe ser crítico. Y para esto, debe soltar el lastre de lo aprendido y volver a examinarlo desde una perspectiva diferente, porque las sociedades evolucionan permanentemente y este cambio debe ser asumido por los educadores. Formar sujetos para un mundo que ya pasó es la mejor herramienta para perpetuar en el poder a los que lo poseen hoy, que por lógica prefieren un mundo inmóvil, que es aquel en el que ganaron su lugar. Lo contrario sería convertir a los estudiantes en perennes infantes, en seres inmaduros.
El interrogante es si existe una realidad inmodificable, aséptica, incontaminada por la realidad que circunda tanto a los alumnos como a sus educadores. Existe un silencio en torno a determinadas “doctrinas” que resultan molestas para el poder. Pero ese silencio es atronador. Obscurecer a los científicos incómodos es contradecir a la evolución, al crecimiento y al cuestionamiento de lo antiguo, que es el principio cartesiano del “pienso, luego existo”. El silencio es, por lo tanto, tanto un contenido como una negación, en la que no existe ni la casualidad ni la inocencia.
Toda tarea educativa implica, desde el vamos, una acción subjetiva de adoctrinamiento. No existen conocimientos “objetivos” en esta materia, porque la ciencia es la obra del trabajo de investigación, ensayo, prueba y error de uno o más sujetos y el maestro es uno de esos sujetos. La educación es, por eso mismo, obra de la subjetividad. Y la subjetividad educativa exige del acceso al conocimiento, además de ser un compromiso y la socialización de este compromiso.
Por último, los docentes ejercen una de las labores fundamentales para generar ciudadanía. Para asumir la Argentina el niño debe aprender de sus mayores, de los que hicieron la historia, de los que construyeron lo que somos, de las virtudes de quienes nos antecedieron y también de sus defectos. Esta Patria es el resultado de la labor de quienes la hicieron y mañana esos aprendices serán maestros. Si sólo se acepta una visión uniforme acerca de toda la obra de nuestros antepasados, no podemos construir en el presente aquella obra que nuestros futuros compatriotas deberán continuar.
Si existe una tarea digna por antonomasia en nuestro país –y eso no significa que no haya muchas otras- es la tarea del docente. Que nadie se atreva a estigmatizarlos.
Lo último es, quizás, lo más importante. Quien cuestiona el “adoctrinamiento”, ¿sólo muestra su desacuerdo con quienes adoctrinan desde un punto de vista diferente del suyo? ¿Está en contra de cualquier tipo de “adoctrinamiento”? ¿O acepta solo una línea de pensamiento?