La provincia de Buenos Aires es la que tiene más votos. Los partidos tradicionales más vigentes como el PJ y la UCR poseen estructuras que más o menos se mantienen. Es la provincia más grande del país, aunque algunos dicen que es inviable. Es, además la que nunca pudo poner un presidente en elecciones. Está brutalmente partida al medio entre conurbano e interior en todos los rubros. Es la que siempre vota sin desdoblar en las elecciones nacionales. Tiene industrias, comercios, campo, una economía informal muy grande. Es la que genera más dólares para el país, a partir de las cosechas que produce y es la que más pobres tiene, por escala de habitantes.
Con esa breve e incompleta descripción de la provincia más importante de la Argentina, nos introducimos en este territorio en donde se desarrolla -de manera creciente con el paso del tiempo- la elección más decisiva del país, que es denominada de mil maneras, pero lo más común es llamarla “la madre de todas las batallas”.
Conscientes de esto, los Kirchner no sólo llegaron al poder desde este distrito, con aquella jugada magistral de Eduardo Duhalde, sino que se involucraron en él cada vez más, como cuando Cristina venció a “Chiche” Duhalde y también en el semi fallido debut de Unidad Ciudadana en 2017, cuando el Presidente de la Nación, Alberto Fernández truncó la movida convirtiéndose en el jefe de campaña de Florencio Randazzo, permitiéndole así el triunfo a Esteban Bullrich, algo que hasta hoy en el Senado la ex Presidenta no le perdona a Bullrich (ni a Randazzo).
Ya establecida con muy buenos guarismos en el conurbano popular y también en algunas zonas en las que predomina la castigada clase media, Cristina surge como la destinataria de esos votos. Y con Máximo como armador político intentan apalancar desde allí la continuidad y ascenso del kirchnerismo y, más precisamente, la carrera hacia las grandes ligas de Máximo, donde a pesar que ya influye en la mayoría de las decisiones, le falta legitimación partidaria para ingresar en la elite de los presidenciables, a corto o mediano plazo.
Por decirlo de otro modo, aún no logra la estatura de Sergio Massa, el tercero en discordia en la coalición, junto a los otros dos presidentes, la ex y el actual. Y por ahora, Massa es el primero en la fila para discutirle a Alberto la reelección, más allá de algunas amenazas no muy filosas por ahora, que llegan del interior.
Máximo tiene dos problemas en la Provincia, con los que deberá lidiar más allá de que sea consagrado en marzo próximo como Presidente del PJ más importante del país. El primero es obvio y tiene que ver con los intendentes que consideran que en su territorio debe mandar uno de ellos, tal como alternaban Fernando Gray y Gustavo Menéndez, equilibrando las poderosas tercera y primera sección.
Desde la creación del Grupo Esmeralda con Martín Insaurralde, los intentos de darle densidad y correlato político provincial y nacional al dominio de los territorios se transformaron en un objetivo bastante difícil de lograr para el nutrido grupo de intendentes que lo intentaron y siguen haciéndolo. Las “bajadas de la caja nacional”, ejercida siempre con fuertes condiciones por la Casa Rosada desde tiempos inmemoriales, atentaron siempre contra esa formación de poder autónomo, dividiéndolo, enfrentándolo, anulándolo o reduciéndolo a expresiones menores a la hora de las grandes discusiones.
La cuestión es que mientras cualquier intendente, sobre todo los del conurbano, todo lo pueden en su distrito, cuando intentan proyectarse a nivel provincial o nacional, siempre son tomados “de a uno” o por la parte y nunca todos juntos, alineados tras una política. Terminan siendo convocados para alguna obra de a uno, consiguiendo algún cargo de primera o segunda línea en el gobierno y poco más.
Pero ello no les quita la capacidad de daño. Así nacieron las colectoras, los partidos vecinalistas o directamente espacios y partidos de origen justicialista con otros sellos, que perjudicaron estrategias superiores de alcance nacional. Otras veces se quedaron con el Partido y obligaron a los referentes nacionales a usar otros sellos, como lo fue Unidad Ciudadana en su momento.
Los intendentes son los más pragmáticos dentro de la dirigencia de la política. Pero si algo los disgusta es que no se respeten los acuerdos, códigos o formas con las que se maneja el distrito hace tiempo. No les gusta que le lluevan paracaidistas, ni enterarse por los medios de decisiones ya tomadas que los afectan, o no ser parte de éstas, aunque sean beneficiados. Dicho de otro modo, se bancan perder – a veces- si es con su permiso o visto bueno.
Ya establecida con muy buenos guarismos en el conurbano popular y también en algunas zonas en las que predomina la castigada clase media, Cristina surge como la destinataria de esos votos. Y con Máximo como armador político intentan apalancar desde allí la continuidad y ascenso del kirchnerismo y, más precisamente, la carrera hacia las grandes ligas de Máximo, donde a pesar que ya influye en la mayoría de las decisiones, le falta legitimación partidaria para ingresar en la elite de los presidenciables, a corto o mediano plazo.
El otro tema y problema es Axel Kicillof (quien los ninguneó mal) a quien ya todos sindican como el preferido de CFK para el 2023 y quien no se ha mostrado muy amable con ellos desde que los intendentes lo llenaron de votos en las PASO del 2019.
Es como un paso intermedio que planean desde el kirchnerismo, algo así como que mientras esperamos el volumen de Máximo, tenemos a Axel, que obviamente se puede transformar en un boomerang para La Cámpora si le llega a salir bien su plan. Hay que recordar que más allá de compartir el kirchnerismo, las estrategias de Axel y Máximo no son las mismas, aunque coincidan en Cristina como la máxima referente del espacio, al menos por el momento. Nadie de la Cámpora asistió a la jura de Kicillof, por ejemplo.
Por último, está Alberto Fernández que tiene intendentes ultra cercanos como Juanchi Zabaleta, Gabriel Katopodis, Alejandro Granados y varios más, que están listos para ser convocados. Pero la necesidad de mantener el equilibrio de gobierno con los K lo obligó a Alberto a empujar a Máximo por encima de sus amigos y abrir una grieta con algunos que -si bien entienden la movida- hubieran preferido discutir antes la globalidad del desembarco provincial de hijo de la ex Presidenta.
Para cerrar el tema, no sería extraño que en 2021 desde el PJ tuvieran que enfrentar a María Eugenia Vidal, quien fue buena aliada de Massa y también sostuvo una aceptable convivencia con una docena de intendentes. Esto, tanto en el Instituto Patria como en la Cámpora está listo para ser “cobrado” en el armado de listas, que es lo único que importa políticamente, en este año que recién acaba de comenzar.
Máximo tendrá la lapicera y los intendentes, los votos. Abran juego señores, será éste con o sin PASO un año de convivir con la pandemia y con la fiereza clásica de las estocadas propias y ajenas que se avecinan.