N ada haría pensar que existieran similitudes entre la ciudad de Kabul –capital de la convulsionada –Afganistán- y Buenos Aires, la metrópoli argentina. En el país oriental tienen preeminencia los musulmanes sunitas, mientras que en Buenos Aires predominan las iglesias católicas. En Kabul se practica el peligroso Buzkashi, un deporte en el que los “chapandazan” (jinetes) transportan un envoltorio en el que yace una cabra decapitada y sin extremidades, desde una punta a la otra de un campo de dos kilómetros. En el Buzkashi vale todo, por lo que a menudo se desatan sangrientas batallas campales. En Buenos Aires se practica un deporte que antaño era muy parecido, el Pato. En el siglo 19 se jugaba con un animal vivo, que ahora fue reemplazado por una pelota de cuero, decisión que le ha quitado peligrosidad a lo largo de los años. Porque en el Siglo 19, cuando las pampas argentinas eran tierras baldías, la violencia con la que los gauchos practicaban el Pato era muy similar a la que despliegan hoy los chapandazan.
Estas diferencias podrían hacer creer a un desprevenido que nada puede unir a dos países, pero estaría equivocado.
Petróleo
Un primer antecedente se remonta a algún momento del año 1995. Una foto tomada aquel día muestra a cinco personas sentadas en una alfombra sobre las ardientes arenas del desierto que separa a Afganistán de Turkmenistán. Lo curioso es que uno de ellos era el petrolero argentino Carlos Bulgheroni, que negociaba con el presidente turkmeno Saparminat Niyazov y con los talib (estudiantes del Corán) un emprendimiento de 400 millones de dólares. Éste consistía en la construcción de un gasoducto que uniera a Turkmenistán, Tayikistán, Afganistán y Pakistán, cuyo destino final sería la India. Era un negocio que podía abastecer de gas natural a una población de más de 1.600 millones de personas. El gasoducto debía cruzar Afganistán para llegar a Pakistán e inclusive, se barajaba la posibilidad de que llegara hasta China, lo que lo hubiera convertido en un meganegocio.
Por diferentes razones, que hasta llevaron a que los propios Henry Kissinger y Alexander Haig –devenidos en lobbystas de la petrolera norteamericana Unocal- metieran la cuchara en este sabroso postre, el gasoducto jamás se construyó. La diplomacia norteamericana eligió armar a los mujaidines y desatar una guerra contra el gobierno comunista de Afganistán para obligar a la Unión Soviética a invadir el país y sufrir su propio Vietnam. Esto mismo finalmente ocurrió el 15 de febrero de 1989, cuando el último contingente del Ejército Rojo se marchó –derrotado- de Kabul.
Al compás de su audacia, Niyazov le entregó a Bulgheroni la explotación de pozos petroleros en Yashlar y en Kelmir, pero el gasoducto que los norteamericanos le habían birlado a Bulgheroni todavía, 26 años después, no se construyó.
Tierras raras y metales blandos
Se dice que en la transición desde los combustibles fósiles a otras fuentes energéticas naturales tendrán una suma importancia el litio, que es un metal blando alcalino que conduce calor y las tierras raras, cuyo uso es fundamental en distintas áreas de la tecnología.
Las tierras raras son 17: son el escanio, el itrio y después hay un grupo de 15 derivados del lantano: cerio, praseodimio, neodimio, prometeo, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio.
No habrá tecnología superadora de las actuales sin estos elementos de la tabla periódica.
En cuanto a la provisión mundial de litio, uno de los principales elementos de esta lista, éste se encuentra en abundancia en el triángulo ubicado en el norte de nuestro país, que incluye los salares de Uyuni (Bolivia), del Hombre Muerto (Argentina) y Atacama (Chile). Allí yace el 85 por ciento de las existencias de ese metal blando en el mundo. A éstos había que agregar el Salar de Manaure, en Colombia y las enormes reservas que se encuentran en Afganistán, que tendrían tanto potencial que hasta podrían modificar aquel 85 por ciento que poseen Argentina, Bolivia y Chile.
Según Guillaume Pitron, autor del libro “La guerra de los metales raros” (2018), Afganistán “está sentado sobre una enorme reserva de litio, no explotada hasta la fecha”. También posee grandes yacimientos de neodimio, praseodimio y disprosio, que se utilizan en la fabricación de imanes, necesarios para la energía eólica y los automóviles eléctricos.
Pero ya antes, en 2010, en un informe elaborado por el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) para el Pentágono, se denominaba a Afganistán como “la Arabia Saudita del litio”, debido a la existencia de las reservas mencionadas. El potencial económico de todas las reservas subterráneas afganas fue valuado en un billón de dólares, en un informe conjunto elaborado por la Organización de las Naciones Unidad y la Unión Europea en 2013.
Para otra ocasión quedará el análisis de las razones por las cuales las potencias extranjeras evaluaron con tanta precisión las reservas minerales y metálicas de un país que fue invadido sólo para “liberar a las mujeres” de la opresión de las guerrillas musulmanas. Ni qué hablar de las existencias de gas y petróleo en el subsuelo afgano, que son muy grandes. Frente a este panorama, las razones humanitarias de una guerra quedan reducidas a una nimiedad.
El hilo conductor que une a Afganistán con nuestro país, a pesar de las distancias y las diferencias culturales, tiene que ver con estas posesiones en común, porque en Argentina también hay, además de litio, existencias de cerio, lutecio, lantano, escandio, terbio, itrio e iterbio, entre otras tierras raras que tienen una enorme importancia en el desarrollo de las nuevas tecnologías y en la generación de energía.
Para entrar en detalles, existen distintos yacimientos en Catamarca (algún día las autoridades deberán explicar cómo es que la empresa que explota la mina La Alumbrera se lleva el escandio sin declararlo ante los funcionarios encargados de controlarlos); San Luis (cerca de Rodeo de Los Molles); Salta (en la zona de Cachi) y Santiago del Estero (en la zona de Jasimampa).
Por esta razón, en este punto comienza la crisis futura que azotará al mundo occidental. Existen muy pocas reservas de tierras raras en esta parte del mundo. Aquí, una vez más, China posee la llave porque los mayores yacimientos de todos estos elementos están en su territorio.
Los Estados Unidos, que relevan diariamente su geografía en busca de yacimientos similares, no consiguieron hasta ahora buenos resultados. Sólo hay existencias de estos elementos en las salinas de Nevada y en la mina de Mountain Pass, en California.
La geopolítica (¿de la apropiación?)
La historia del mundo está repleta de despojos, expropiaciones y de guerras por la posesión de las materias primas que impulsan a la industria. Las guerras del petróleo serán reemplazadas en un futuro cercano por los conflictos relacionados con las materias primas que Argentina y Afganistán poseen en cantidad. Para muestra, basta un botón.
Por estos días, sólo China posee la tecnología para el refinamiento de las tierras raras. La propia mina californiana de Mountain Pass debe enviar su producción a Beijing para su procesamiento, por lo que en julio de 2020, el Departamento de Defensa de Estados Unidos (el Pentágono) comprometió fondos para construir dos plantas de separación de tierras raras en su país. La paradoja: uno de los socios de MP Materials, una de las empresas designadas para recibir parte del financiamiento, es la china Shenghe Resources, que tiene sede en Chengdu, provincia de Sichuan, en el sudoeste del país asiático.
Al ritmo del deterioro de las relaciones chino-estadounidenses, éstos están buscando socios para desarrollar la escasa tecnología que tiene en sus manos hoy. El problema es que muchas de sus empresas utilizan, por ejemplo, los imanes importados de China, más baratos y eficientes que los fabricados en ese país. Por esta razón, se están proyectando exenciones impositivas para las automotrices que utilicen imanes nacionales.
El temor de los norteamericanos es que China repita aquella decisión de 2010, cuando bloqueó sus exportaciones de tierras raras a Japón, a causa de un diferendo territorial.
En Afganistán, las cancillerías de China y Rusia se apresuraron a asumir el rol que dejó vacante el State Department norteamericano, sentándose a negociar cara a cara con la conducción del talibán. Ambas son potencias regionales y se muestran poco dispuestas a dejar pasar la oportunidad de demostrar que ya es una realidad la existencia de un mundo multipolar, en el que los Estados Unidos son sólo otro factor de poder.
La cancillería argentina, por su parte, intenta aprovechar esta multipolaridad para intentar que no vuelva a ocurrir lo que ocurrió en 2015, cuando el gobierno de Cambiemos renunció a ejercer los niveles mínimos de soberanía, comprometiendo el desarrollo nacional por los próximos diez años, al menos.
Para limitar el calentamiento global, es fundamental el reemplazo de las tecnologías de motores a explosión por otros tipos de energía, que exigen la utilización de las tierras raras y los metales blandos. De lo contrario, el mundo tendrá como única salida la solución de Jeff Bezos y Elon Musk, que implica colonizar el espacio exterior. Esta solución sólo será posible para unos pocos, que condenarán al resto de la humanidad a vivir en medio de la contaminación y sus gases mortales.
La geopolítica siempre implica la superación de una crisis, siempre debida a la codicia de los poderosos y a la inercia de los pueblos dominados. El futuro es negro si el uno por ciento de la población mundial sigue apropiándose del 45 por ciento de los recursos del mundo.
Mantener la propiedad de los recursos y desarrollar la tecnología para aprovecharlos por parte de los países en vías de desarrollo es la llave del futuro.