Daniel Scioli pondrá un pie esta semana en Capital Federal con un acto, en el barrio del Abasto, de su agrupación, La Dos. Se trata de la red política que nació en octubre de este año, bautizada con las iniciales del gobernador (Daniel Osvaldo Scioli) y cuyo referente, a nivel provincial, es el operador estrella e histórico cerebro político del gobernador, Alberto Pérez.
Es que luego de las fechas bélicas adversas al cristinismo, Scioli cree que la reelección de Cristina Kirchner no prosperará. Y ahora, aunque diga poco y nada, sus acciones lo muestran recargado.
Después del 7D, el 8N y el 13S –para el que tuvo palabras elogiosas, en contraste con el oficialismo–, reforzó su armado territorial, inaugurando locales propios en el conurbano bonaerense. El tablero porteño es parte de la nueva estrategia de ese sciolismo recargado. O, en palabras del propio Scioli, de la puesta en marcha de sus deseos presidenciales de cara a 2015, siempre y cuando la Presidenta no logre la re-reelección.
Al cierre de esta edición, según confirmó a Noticias Urbanas el presidente del Banco Provincia, Gustavo Marangoni, del acto lanzamiento –organizado en la Esquina Carlos Gardel– no participará, en principio, el gobernador bonaerense, aunque el cierre del evento estará a cargo de su álter ego político, Alberto Pérez. “Daniel nunca asiste a los actos de La Dos por sus obligaciones de gestión; no está previsto que asista, aunque nunca se sabe. Tenemos pensado un lanzamiento muy informal, festivo, acorde a esta época del año”, explicó el funcionario, quien recalcó la interconexión que existe con La Dos bonaerense.
La Esquina Carlos Gardel, en la calle Carlos Gardel al 3200, es un local pleno de significado político. Es lindero a Anchorena y Zelaya, donde Scioli vivió con Karina Rabolini cuando recién se casaron, y también está cerca de lo que fue La Rosadita, la unidad básica del exmotonauta cuando Carlos Menem, a principios de los 90, lo lanzó como candidato a diputado nacional por la Ciudad. Entonces, Scioli era tan inexperto que, cada vez que hablaba con algún periodista que conocía de su época de campeón náutico, sin querer (o sin manejar aún los códigos de la política) lo terminaba alertando sobre las reuniones secretas del Gobierno, para desesperación de los ministros menemistas de los 90.
Muchas cosas pasaron desde entonces. Hoy Scioli, según las encuestas de imagen, es la segunda figura política más importante de la Argentina, después de la Presidenta. Y en el caso de que CFK no obtuviera su posibilidad de re-reelección, podría convertirse en un sucesor incómodo para el cristinismo, no deseado pero sucesor al fin.
El secreto de su buena imagen, o si se quiere de su “glamour” político, sigue siendo un misterio. Es que Scioli hizo de la lealtad su valor político central, y su verdadero yo político, más a allá de esa máscara, es ignoto. Nunca se lo vio, por ejemplo, actuar independientemente de un jefe o una jefa político. Y nadie arriesga cuál Scioli podría destaparse en un eventual poskirchnerismo.
Para desesperación de Mauricio Macri, Scioli está cooptando a quienes no votarían por el Gobierno (se sabe: el peronismo siempre juega a ganador y se alinea allí donde huele posibilidades reales de poder). El sciolismo cada vez suma más voluntades en el PJ disidente; teje alianzas en la Legislatura provincial con legisladores de Pro; se reúne con dirigentes sociales y líderes de los partidos provinciales, y, al menos en la foto de hoy (en la Argentina, nunca se sabe) es visto como el candidato presidencial más potable para canalizar los votos anti-K: es decir, la misma franja en la cual pelea el macrismo.
El peronismo, entre otras capacidades, también tiene la de desdoblarse en oficialismo y oposición. Y la aplica en algunas circunstancias, como en esta coyuntura.
EL DESEMBARCO EN CAPITAL
Los referentes porteños del espacio son el presidente del Bapro, Marangoni; uno de los directores de ABSA, Ricardo Morato, y Javier Mouriño, un exmenemista e integrante del PJ porteño de los 90. También se sumaría Jorge Telerman, devenido en funcionario bonaerense.
El desembarco en la Ciudad implica un desafío al Jefe de Gobierno porteño, con quien Scioli comparte clientela política. Pero, de algún modo, también lo es hacia al kirchnerismo. Es que, a diferencia de Scioli, que originariamente fue un candidato porteño y que sigue midiendo bien en la Capital, el kirchnerismo nunca pudo terminar de hacer pie en la Ciudad, ni aun en sus tiempos de máximo esplendor. Más aún, Néstor Kirchner solía decir que jamás entendería a los porteños. No los quería, y solía admitirlo ante funcionarios u operadores.
En privado, Scioli se queja de los aprietes del Ejecutivo sobre la Justicia; del avance del Gobierno nacional sobre los medios (nunca estuvo de acuerdo con el 7D, aunque siempre guardó un prudente silencio sciolista) y de la fractura del sindicalismo.
Para el núcleo duro del kirchnerismo, sintetizado en Unidos y Organizados, el gobernador siempre fue de un potencial sospechoso. Siempre están esperando de él una traición inminente. Lo consideran un neoliberal agazapado. De allí que, puertas adentro, lo traten bastante peor que a Macri. En pasillos de la política, no son pocos quienes se formulan una pregunta que no deja de ser inquietante: en el caso de que el kirchnerismo se vea obligado a renunciar a la re-reelección, ¿le convendrá a Cristina entregar el gobierno a quien considera su enemigo interno, que terminaría quedándose con todo el PJ y muy probablemente con gran parte del kirchnerismo, o hará como Carlos Menem, devenido ahora en su inesperado fan, cuando en 1999 prefirió entregarle el gobierno a un timorato Fernando de la Rúa en lugar de apostar por su “sucesor natural”, tal como Eduardo Duhalde se autodefinía entonces?
En el hipotético caso de que Mauricio Macri llegara a ganar las presidenciales, CFK podría tener la chance de convertirse en la estrella política de la oposición. Y el kirchnerismo, de rearmarse para el siguiente turno. Chances que seguramente quedarían sepultadas de ser Scioli el sucesor. El cristinismo duro lo considera el candidato de las corporaciones.
Pepe Scioli, el hermano del gobernador, está convencido de que es el auténtico heredero del modelo que fundaron con Néstor Kirchner, en 2003. “El fue su vice y Néstor lo eligió, no una, sino cinco veces. Muerto Kirchner, ¿quién es el heredero?”, razona el actual asesor de Francisco de Narváez.
Scioli y Cristina no tienen diálogo, con excepción de encuentros protocolares en actos públicos. Es por eso que el gobernador suele decir, en privado, que extraña a Néstor porque, a pesar de su carácter furibundo, al menos llegaba un momento en el que se calmaba, deponía las armas y se volvía dialoguista. Entonces había un breve período de paz, en el que podían hablar y acordar ciertas cosas.
El hermano del medio de los Scioli destaca del gobernador su lealtad a todos sus jefes y pronostica que con Cristina hará lo mismo. “Hasta a Carlos Menem lo iba a visitar cuando estuvo preso. ¿Alguien logró sacarle alguna vez alguna declaración en contra de Eduardo Duhalde? Incluso, a Rodríguez Saá lo acompañó hasta el final.”
Y, por si quedaran dudas de quién es el competidor en Capital, Pepe Scioli lanza, como al pasar: “Estoy seguro de que mi hermano se hubiera hecho cargo del subte mucho antes”.
Tal vez también pensando en el poskirchnerismo, las dos principales editoriales de la Argentina preparan, al mismo tiempo, sendas biografías no autorizadas del gobernador, un hecho inusual en el mercado editorial.
Quizás alguna de esas investigaciones logre revelar el mayor enigma de la personalidad política de Scioli, y es quién está detrás del impertérrito gobernador, que es capaz de soportar estoicamente las provocaciones de La Cámpora o del resto del ultrakirchnerismo. Eso que, en la intimidad, Pepe Scioli llama “el club de los sin votos”. En esa franja ubica a De Vido, Zannini, Abal Medina y siguen las firmas.
Lo cierto es que el kirchnerismo duro, con La Cámpora a la cabeza, lo trata como a un opositor. Desde la Legislatura provincial motorizó diez pedidos de informe en su contra. Los líderes de La Cámpora le han dedicado en público frases de grueso calibre, sin que a Scioli se le mueva una ceja. En un acto, José Ottavis, vicepresidente de la Cámara baja de la Legislatura bonaerense, llegó a decirle una vez, en un evento en el Teatro Argentino: “El 11 de diciembre [de 2012] empezamos a trabajar para que vuelva un gobernador joven a la provincia de Buenos Aires, que trabaje para el proyecto nacional. Basta de buscar porteños, basta de buscar afuera. Esos son nuestros desafíos”.
SCIOLI Y LA DOS
En octubre de este año, y luego de La Juan Domingo, el sciolismo presentó a la agrupación que hace juego con las iniciales del gobernador: La Dos. Sus creadores lo definieron, en algún momento, como la expresión del sciolismo explícito. Pero más allá de las definiciones conceptuales, lo cierto es que esta red política adicta al gobernador le está sirviendo de anclaje para su despliegue territorial.
Quienes la concibieron, lo plantearon como “un espacio de pensamiento”, algo así como un tanque de ideas, que irá por carriles distintos a la ya existente La Juan Domingo, orientada por los senadores Osvaldo Goicoechea y Baldomero “Cacho” Álvarez de Olivera. Ambos férreos antikirchneristas o sciolistas de paladar negro.
Su lanzamiento, hace tres meses, sucedió luego de la fuerte pelea con el Gobierno nacional a raíz de un recorte de fondos. Entonces, empezaron a animarse desde el riñón sciolista a presentar en público, con logo y acto propio, a este nucleamiento que fijará definición política.
Sus referentes son, además de Pérez, el ministro Martín Ferré; el titular del IPS, Mariano Cascallares (quien paradójicamente era íntimo de Ottavis, a fines de los 90, cuando el joven K era duhaldista); los diputados provinciales Iván Budassi y Rodolfo Iriart; el suarenze Hugo Bilbao; el subsecretario Carlos Gianella, y el tandilense Alejandro “Topo” Rodríguez. También se sumaron a la conducción José Molina y Santiago Cafiero.
Sergio Massa, otra figura de recambio en el universo del oficialismo no kirchnerista, es una pieza que podría ser clave en este tablero aún inconcluso.
Porque la novedad, en todo caso, es que el sciolismo está pensando, tal vez demasiado temprano, en el ciclo del poskirchnerismo.