El futuro político del peronismo se definió hace pocos días en Parque Norte, tras un aceitado transcurrir en el que sus seccionales más poderosas culminaron sus procesos de normalización casi sin oposición, lo que se podría asimilar a un milagro celestial.
Los disidentes del peronismo, tras pasar diez años tascando el freno de la derrota, se encuentran por este tiempo asimilados en diversos partidos, como el Pro, el Frente Renovador y la Coalición Cívica, entre otros, aunque algunos guardan la secreta esperanza de que en 2015 aún exista cobijo para ellos dentro del casi septuagenario PJ.
La transición que se vive, cuando se acerca el fin del mandato de Cristina Fernández de Kirchner, albergará pocas sorpresas. Habrá unidad en las filas justicialistas, porque eso asegura la continuidad en el gobierno, o al menos la facilita. No existe la idea interna de un fin de ciclo, porque las políticas generales y los alineamientos internacionales que se desarrollaron durante los últimos once años no han sido cuestionados hacia adentro del partido más que en aspectos parciales y hoy no existe en el horizonte alguien capaz de triunfar sobre el peronismo en una elección.
Si Sergio Massa lo intentara seriamente –y lo está haciendo– puede llegar a comprometer al justicialismo, pero hasta ahora solo algunas encuestas testimoniales lo ubican al tope de las preferencias de los argentinos, aunque todos saben que es demasiado pronto para que esos vaticinios tengan visos de realidad. Aun así, en las últimas mediciones Daniel Scioli creció lo suficiente como para igualarlo. De todos modos, ningún consultor de mercado medianamente serio anunciaría el triunfo de Massa en estos días. Habrá que esperar.
Hasta hoy –y eso es difícil que se modifique, a no ser que su gestión ingrese en una extrema debacle que dinamite sus posibilidades– el candidato a suceder a la Presidenta es Daniel Scioli. Existen otros que intentarán arruinarle la fiesta, pero la Liga de los Gobernadores hoy cerró filas tras su primus inter pares, que intentará romper la antigua maldición que hasta ahora les impidió a todos los gobernadores de la provincia más rica de la Argentina llegar a la primera magistratura. Y el poder político real del peronismo es la Liga, digan lo que digan los analistas y encuestadores.
Incluso, cada uno de los siete posibles competidores por la presidencia se llevó de Parque Norte una vicepresidencia honoraria, que se asemeja mucho a una línea de largada.
El reparto de los cargos fue salomónico y complicado, pero culminó con éxito debido en gran parte a la “muñeca” del silencioso pero efectivo Juan Carlos “Chueco” Mazzón. Que la distribución no careció de obstáculos se pudo ver en la cantidad de cargos ofrecidos, que fueron 140, cuando antes eran 75.
Diez de los catorce gobernadores que tiene el justicialismo obtuvieron sus oficinas en Matheu 130, en tanto que lo mismo ocurrió con siete ministros nacionales, seis intendentes y cuatro sindicalistas. El resto, en su gran mayoría, son secretarios de Estado, diputados y senadores nacionales, además de algunos legisladores provinciales.
Los gobernadores ausentes, el cordobés José Manuel de la Sota y el santacruceño Daniel Peralta, eligieron integrarse en 2015 a la oposición, en tanto que el formoseño Gildo Insfrán presidió el Congreso de Parque Norte y Jorge Capitanich es un gobernador en uso de su licencia por ejercer la Jefatura del Gabinete de Ministros.
Hablando de política
El peronismo nunca fue monocromático, una característica que heredó el kirchnerismo, que es el peronismo de estos tiempos. Siempre existió en su seno la rebeldía, aunque la mayoría suele encolumnarse sin mayores conflictos detrás de los ganadores.
Esta mezcla convirtió muchas veces las internas partidarias en un infierno en el que se cruzaban acusaciones estentóreas, golpizas, peleas y hasta tomas de las sedes partidarias y nuevas peleas a raíz de estas acciones. Pues bien, todo este desorden va quedando en el pasado. Ahora las rebeldías internas se canalizan en la discusión política, como es lógico. El último 27 de abril, más de 15 mil militantes kirchneristas se reunieron en el Mercado Central solo para discutir de política. Esta iniciativa, en el transcurso de la cual los ministros y los dirigentes debieron sentarse junto a sus militantes y a sus representados y escuchar sus críticas, aunque no les gustaran, significa una nueva era en el peronismo.
Incluso, muchos dirigentes se muestran compenetrados –aun a regañadientes– con la consigna que agrupa a la diversidad kirchnerista, “Unidos y Organizados”, una constelación de agrupaciones que se reúnen casi todas las semanas de manera asamblearia –muchas veces desordenada– para discutir iniciativas políticas. Esa gimnasia cotidiana explica la masiva asamblea del Mercado Central.
Hablando de elecciones
Quizás Daniel Scioli será el candidato del peronismo en 2015, pero antes deberán definirse algunas cosas importantes.
Se dijo en los últimos días que la Presidenta prefiere apoyar a un candidato de signo opuesto al Frente para la Victoria. Los lenguaraces nominaron a Mauricio Macri como el destinatario del abrazo de oso presidencial, en medio de un plan que incluye, supuestamente, lanzarlo a los lobos para que luego fracase y, desilusionado, el pueblo solicite a gritos el regreso de Cristina.
Los intérpretes aseguran, para completar el teorema, que la Presidenta habría optado por la tradicional consigna de la izquierda que reza “cuanto peor, mejor” para pavimentar su regreso a Balcarce 50 en 2019.
El problema es que tan azarosas decisiones no se toman de un día para el otro, que la coyuntura política que transcurre en mayo de 2014 no será igual a la que inspirarán las resoluciones políticas que se tomarán en 2015 y que jamás la filosofía política de un partido que aspira a ganar una elección –si ganara un candidato justicialista en 2015 sería el décimo de ese signo que gobernaría la Argentina– puede ni siquiera insinuar que lo malo es bueno. Sería suicidio.
La otra posibilidad que ponen sobre el tapete los cronistas políticos es que el kirchnerismo puro y duro optará por un candidato de su riñón –Florencio Randazzo, Agustín Rossi o Julián Domínguez– que pueda acreditar un pedigrí de pura sangre indiscutible.
Esta opción parecería haberse diluido en el Congreso de Parque Norte, desde el momento en que todos los aspirantes fueron premiados con un cargo y que, por ejemplo, la agrupación juvenil La Cámpora se quedó con 30 sillas de la conducción. Si el kirchnerismo se planteara jugar por fuera del PJ, las lanzas ya deberían haber sido quebradas y, por el contrario, en el predio que regentea Armando Oriente Cavalieri predominó un tono apagado en las discusiones, más allá de algún manotazo sobre la mesa aislado. Esto hace prever una transición ordenada o, al menos, sin nuevos avatares.
El dilema que desvela a absolutamente todos los analistas y observadores políticos está relacionado con el candidato elegido, por eso es que abundan las especulaciones.
El concepto es el siguiente: ¿puede llegar a la Presidencia de la Nación un fiel seguidor del que termina de abandonar el poder? O, en otras palabras, ¿Scioli deberá romper con Cristina para poder “ser”?
Aceptar el traspaso sin poseer la autonomía propia para ejercer la ejecución de su proyecto político sería –para el sucesor de CFK– un dilema que no tiene solución si la respuesta es sí a la primera pregunta y no a la segunda. Si la ecuación se invierte, entonces la ruptura será inevitable, aunque sea negociada. La solución a esta disyuntiva, que desvela a todos, como se dijo más arriba, podría definir el futuro argentino de los próximos años.
En este camino, algún cronista tituló su nota sobre Parque Norte caminando por la vereda de la negativa. “El peronismo se une ante el terror a perder en 2015”, escribió –si es para vender, un título algo terrorista está bien, somos periodistas y lo entendemos–, pero es lógico que el PJ observe el panorama y opere en contra de la negativa. Es decir, yendo por la vereda positiva cerrará sus filas, buscará conformar a los rebeldes para que sigan dentro del partido, premiará a la militancia que le pone el cuerpo a la realidad cotidiana y estrechará los espacios para solidificar las propuestas políticas de cara a 2015.
La fecha clave está demasiado cercana como para permitirse el lujo de ceder territorios a los demás, a costa del territorio propio. Y eso también sería suicidio.
El disenso controlado
De todos modos, nunca la armonía política será absoluta. No habrá uniformidad porque la política es lucha, es debate y es cuestionamiento. La democracia no solo acepta el disenso sino que lo promueve, aunque con la salvedad de que sería prudente no llegar a los extremos de algunos partidos, que organizan reuniones en teatros porteños que no llegan a ser actos y leen actas que no definen nada más que una serie de lugares comunes con los que cualquier ciudadano que fluya ideológicamente desde la izquierda hasta la derecha podría estar de acuerdo, aunque el peligro es que podría deducir que los que firman esa acta no son los caballeros y las damas capaces de concretar tan magníficos principios. En una palabra, el disenso es necesario, pero hay límites.
Gobernar la Argentina
En el último año y medio se escuchó –por primera vez en algún tiempo– a algunos candidatos o precandidatos afirmar que es mentira que solo el peronismo pueda gobernar la Argentina, una consigna que nació en tiempo de trasnoche, pronunciada indudablemente por algún peronista algo excedido en la ingesta de un popular licor escocés. Lo peor es que, como el sentido común a menudo se ausenta cuando se analiza la política en estos tiempos, la frase se convirtió casi en un principio filosófico indiscutible.
De todos modos abonaron la dudosa verosimilitud del apotegma las traumáticas salidas que padecieron los dos gobiernos radicales, en 1989 y 2001, que sumieron al centenario partido en una crisis de la que aún no pudo salir. Si bien el concepto no resiste el menor análisis, los años en que el kirchnerismo estuvo en el poder demostraron que para tomar decisiones políticas serias es necesario que exista un partido político que sea capaz de contrarrestar la oposición de los mercados y la prédica de algunos medios de comunicación. Es decir, militantes que combatan contra el sentido común del poder y que sean capaces de instalar otra realidad, que a menudo no es como la que se muestra.
La ausencia de un partido político –o una excesiva tendencia al disenso– eyectó a Raúl Alfonsín, a Fernando de la Rúa y hasta al propio Aníbal Ibarra del poder. Esa es una de las lecciones que 2001 nos dejó a los argentinos, cuando muchos creyeron que la Comuna de París había resucitado en la Argentina, para comprobar, cuando despertaron de su mal sueño, que las comunas son porteñas y a algún filósofo se le ocurrió denominarlas UAC.