No hay nada más desesperanzador que un mesías que abdica de su condición y comienza a lanzar sentencias triviales y fallidas, convirtiéndose así en un simple mortal que grita insultos al azar, gimotea como un niño, duda como un hombre común y termina profetizando cualquier estupidez, mientras trata de hacerle creer a su público que sus palabras refulgen con una brillantez tal que lo harán merecedor del Premio Nobel en poco tiempo más. Hay quienes lo acusan de ejercer un Ego Fallido. Toda una desilusión para sus “fans”.
Más que nunca, aquella sentencia de Macbeth, que lanza cuando fracasa su sueño de ser rey y cae en la cuenta de que, tras asesinar a su primo Duncan deberá pagar cara su osadía, aplica en estos días a la Argentina del presidente libertario. El gran vate -William Shakespeare- pone en boca de su personaje una frase antológica, que 459 años después, todos repetimos cuando la ocasión lo requiere (y, lamentablemente, suele hacerlo). “La vida es sólo una sombra caminante, un mal actor que, durante su tiempo se agita y se pavonea en la escena y al que luego no se oye más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido”.
En estos días, los reporteros gráficos suelen sostener que “una imagen vale más que mil palabras”. Pues, la vida termina de darles, una vez más, la razón. El tradicional asado argentino -que se aleja raudamente de las mesas argentinas- se convirtió esta vez en una muestra obscena de la sinrazón y el sinsentido. ¿Valía la pena ostentar, en estos tiempos de extrema miseria, una pantagruélica mesa, vestida para la ocasión con carnes suculentas, vinos caros y postres de salón?
El asado de la vergüenza
Nunca el palacio estuvo tan lejos de la calle. Los jubilados que se manifestaban a las puertas de la Quinta Presidencial de Olivos estaban apenas a unos 200 metros de los invitados al banquete, pero la distancia entre ambos grupos era mucho mayor. Existe una Argentina que goza del poder, en detrimento de los más humildes, que, para colmo, cuando manifiestan su disconformidad son apaleados por jóvenes policías sin conciencia, mandados por dirigentes corruptos y sordos a la voz del Pueblo. No puede haber nada peor.
Este miércoles, en el plenario de las comisiones de Asuntos Constitucionales y de Justicia, los diputados aficionados a las carnes rojas argentinas -las mejores del mundo, según se dice- aprobaron un dictamen para tratar próximamente en el recinto legislativo la Ley de Ficha Limpia (ver la excelente nota de Carolina Dávila en este número de NU Digital), que marginaría en el futuro a los corruptos que intenten candidatearse para ocupar una banca en el Congreso. Quizás deberían incluir en el nuevo articulado a los que gozan en público del dolor ajeno, porque ésa es la corrupción real.
Entretanto, una botella del vino Reserva Arriero Blend, de la Bodega Hacienda del Plata, de Luján de Cuyo (Mendoza) uno de los vinos que libaron con delectación los 71 diputados que se hicieron presentes para homenajear al presidente, vale $17.890, casi cinco mil pesos más que el aumento para los jubilados que vetó Javier Gerardo Milei.
Otros diputados, entre ellos Mariano Campero (sancionado por la UCR por traidor) y Damián Arabia (Pro), que fueron “convencidos” por el presidente para apoyar su veto, canchereaban frente a las cámaras y seguirán haciéndolo hasta que el debido castigo los alcance. Hoy están en los cenáculos exclusivos del poder, pero habrá un día que no será como el de hoy.
¿Un fracaso político?
Entre los asistentes al Banquete de los Pordioseros (como lo llamaría Mick Jagger) hubo ausencias. Sólo unos pocos diputados del Pro fueron de la partida. En este ínterin, existieron resabios de la lucha por la conducción partidaria entre el verdadero jefe, que es Mauricio Macri y su examiga, Patricia Bullrich. Macri le birló de la lista de invitados a trece diputados. Por el contrario, se allegaron hasta Olivos los pocos partidarios que le quedan a Patricia, que es una especialista en internas, un vicio que cultivó en cada uno de los espacios por los que pasó, que fueron muchos e incluyen a la JP Unificada, la Corriente Patria Libre, el Partido Justicialista, Unión para Todos y Pro, entre otros.
En total, de los 87 sólo asistieron 61 de los legisladores que impidieron que la oposición llegara a los dos tercios que habilitaba la derogación del veto de Milei al aumento de $13.000 para los jubilados. ¡Qué paradoja que una fiesta tan regada y abastecida fuera presenciada por los hambreados, porque nadie tiene hambre por su propia culpa! Hasta los analfabetos saben ganarse la vida.
De todos modos, nada es gratis en este mundo. Para festejar, no repararon en gastos. El asado costó alrededor de tres millones de pesos (al menos $2.600.000). A esta suma habría que agregar el costo de las camionetas en las que fueron trasladados los invitados VIP (las mismas que se usaron para llevar a seis diputados a consolar a los genocidas en Ezeiza), las bebidas, los chorizos, la morcilla, los chinchulines, los riñones y el mousse de chocolate. Además habría que sumar la vigilancia, el gasto en servicios (mozos, parrilleros, un maitre, el personal de la residencia que los atendió) y la electricidad, entre otros. En resumen, la celebración costó alrededor de cinco millones de pesos.
El irracional argumento de los sofistas, que alegaron que los asistentes pagaron la comilona de su bolsillo, se cae antes de ser planteado, porque ¿quién les paga el sueldo del que descontaron $20.000 per cápita? Se puede decir, entonces, que abonaron el jolgorio “con la nuestra”.
Pasaron 69 años y nunca hubo justicia
El 16 de septiembre de 1955, un golpe de estado liderado por el efímero general Eduardo Lonardi, derrocó al legítimo presidente argentino Juan Domingo Perón. Las sangrientas acciones militares que precedieron al golpe incluyeron la colocación de una bomba en la boca del Subte “A”, que provocó seis muertos, 90 heridos y 19 mutilados en abril de 1953. Pero luego este hecho fue superado por un bombardeo en toda la regla, cuando el 16 de septiembre de 1955, 39 aviones de la Fuera Aérea y de la Marina descargaron 14 toneladas de bombas sobre la Plaza de Mayo, matando a más de 350 personas e hiriendo a 2.000 más.
Más allá de la crueldad de los mortales ataques con los que intentaron someter a los argentinos por medio del terror, materia en la que fracasaron estrepitosamente, la Revolución Libertariadora desplegó la misma metodología que se observa en estos días por parte de la caótica administración Milei.
El primer “Messi de las finanzas” que convocaron los libertariadores en 1955 se llamó Raúl Prebisch. Era en esos momentos el secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), un organismo de las Naciones Unidas que tiene su sede central en Santiago de Chile, cargo en el que sobrevivió hasta 1963.
Prebisch propuso un plan de desarrollo en el que se debía transferir al sector agrario una gran parte de la renta nacional, congelando los salarios y aumentando las tarifas de los servicios públicos.
En realidad, el propósito de los mandantes de Prebisch era el de retrotraer a la Argentina a un estadío anterior a 1945, desindustrializando al país y volviendo a instaurar la república agraria y pastoril. Para reprimarizar la producción (es decir, volver a la exportación de materias primas y renunciar a manufacturarlas) es necesario destruir la Justicia Social. Los pueblos agrarios son pobres y cerrados, dependen del clima y de los especuladores, que para comprar fijan los precios en los mercados internacionales y con este sencillo recurso retardan el desarrollo de los países que sólo producen materias primas.
Al igual que el gobierno libertario, la Libertariadora de 1955, generó su propia crisis. Al retrasar los salarios y las tarifas, afectó a la prosperidad del mercado interno y las “commodities” excedentes fueron canalizadas hacia los mercados internacionales, desapareciendo de la mesa de los argentinos los productos que eran exportados. Al mismo tiempo, las “commodities” que no eran destinadas al mercado externo, antes habituales para consumo interno, se encarecieron de manera notable, agravando una crisis artificialmente creada, que tenía por objeto el enriquecimiento de la oligarquía ganadera y cerealera y de algunos sectores ligados al comercio internacional.
La Revolución Libertariadora se pareció demasiado a los libertarios del presente, salvando las distancias culturales.
En este tiempo de banquetes obscenos, de impúdicos dirigentes que le refriegan su bienestar a los empobrecidos -no existen los pobres, sino las víctimas de las medidas económicas de los gobernantes- pareciera que el reloj quedó detenido en una época que ya era decrépita hace 69 años atrás. No se puede retroceder la economía hacia el pasado, porque se corre el riesgo de reiterar viejos pesares y de resucitar a los muertos que están bien muertos.
La Revolución Libertariadora ejerció con deleite una violencia extrema. Sólo vale recordar los fusilamientos de 32 patriotas en 1956, que sólo intentaban la vuelta de Perón, que había sido derrocado violentamente un año antes. Hasta ahora, la restauración libertaria sólo utilizó la Guardia de Infantería, pero no descartan volver a convocar a las Fuerzas Armadas para que regresen los Falcon verdes. Los muestran todo el tiempo en sus redes y en sus publicaciones de todo tipo.
El banquete de los pordioseros emocionales es el anticipo de la decadencia de un gobierno que ya nació decadente.