A penas superada la etapa electoral 2021, las patológicas urgencias de la política actual ya impusieron el despegue de las operaciones que culminarán en 2023, en comicios que se anuncian a todo o nada.
Previamente, de todos modos, habrá otros temas prioritarios en la agenda política. Habrá una nueva discusión por el presupuesto, se deberá votar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y se tratarán otros temas conexos, como el ajuste de las tarifas, la obra pública y los giros por la coparticipación a las provincias.
Después llegará la conformación de los frentes que se armarán para enfrentar las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias del año que viene.
El oficialismo no la tendrá sencilla en las próximas elecciones. El acuerdo con el FMI dejará –ya lo está haciendo- secuelas muy graves sobre la economía y agravará fuertemente la situación social. En especial, los sectores que forman la tradicional base electoral del peronismo serán los más golpeados por una política económica que le brindará más glamour al mundo financiero y maldiciones a los que mastican barro cada vez que llueven dos gotas en el Conurbano.
Dentro del mundo frentetodista, existen múltiples mundos paralelos que se rozan, se tocan, se chocan y, a veces, se refuerzan unos a otros para persistir.
En este complejo panorama, se puede decir que el peronismo sobrevivirá y se puede consolidar en algunas provincias, aunque no lo hará en la Capital Federal, ni en Mendoza, ni en Jujuy.
En territorio bonaerense, el kirchnerismo cuenta con un armado que incluye a muchos intendentes y referentes sociales. Desde esta zona de aparente confort, Cristina resistirá lo que supone que será una dura etapa política en la que la primera víctima sería el Frente de Todos. En este “sálvese quien pueda”, el kirchnerismo se replegará hacia la región en la que siempre fue fuerte, al menos hasta hoy. Dicen los consultores de opinión, que en el desguace de los números del Frente de Todos, en esta zona habita el 35 por ciento de su electorado. En esta región reside su poder, lejos de la blanca, europeizada y ausente Buenos Aires.
El Frente Renovador, que durante años guardó un delicado equilibrio sobre el magro hilo del medio –jamás fue una ancha avenida-, va a sostener ese 20 por ciento que encarna la figura de Sergio Massa. Allí se refugian intendentes, algún gobernador –en 2015 le respondían a Massa el chubutense Mariano Arcioni y el salteño Gustavo Sáenz, aunque hoy no se sabe- y conservan un cierto poder territorial. Como tiene distrito desde el cual expandirse –el municipio de Tigre-, existe en sus filas cierta estabilidad, lo que le permite a su jefe trazar planes a futuro. Es el aliado más firme del kirchnerismo, aunque esa fidelidad quizás no sea eterna.
Desde el interior del país avanza una coalición que conforman los gobernadores del peronismo ortodoxo –casi todos- y los sectores de la CGT que se referencian en Héctor Daer. Son peronistas históricos –de alguna manera hay que definirlos-, que responden a sus cuerpos orgánicos y que son conscientes de que representan a un 25 por ciento de los votos del FdT.
Por otra parte, existen los peronistas insurrectos, entre los que se cuentan Juan Schiaretti –hoy, más amigo de Mauricio Macri que de nadie, ni siquiera de Martín Yaryora, el líder que asomaba para sucederlo- y Alberto Rodríguez Saá. En el Conurbano emergió el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, que podría ser asimilado con esta facción del peronismo. Otro indisciplinado que forma parte genéricamente del grupo es el diputado Florencio Randazzo, que no aporta demasiado caudal electoral. Más allá de sus cuestionamientos a la conducción del Justicialismo, estos rebeldes no conforman un grupo homogéneo sino más bien una serie de bloques unipersonales. Entre todos, si estuvieran unidos, acapararían el 15 por ciento del peronismo. Quizás las PASO 2023 les den una oportunidad para concretarlo, si compiten por dentro de los cuerpos orgánicos y logran gravitar en la órbita institucional peronista.
El incipiente desarrollo del “albertismo”, que respondería al presidente de la Nación, tiene alguna estructura en el peronismo porteño. Convoca a algunos sectores progresistas del antiguo Frepaso y a algunos peronistas de centro. Ellos formarían el cinco por ciento restante de la coalición oficialista.
De todos modos, este panorama puede variar levemente. Existen conversaciones cruzadas, planteos a sotto voce– por ahora- y planes para evadir una derrota posible el año próximo.
La vicepresidenta evalúa que el peronismo, en su actual condición, no podrá imponerse en 2023. Y no es la única que piensa así. Esta inestabilidad y aprensión por el futuro provocará, seguramente, alianzas laterales e impuras en un peronismo que sólo respira si llega al poder. De lo contrario, todo será –como ocurrió otras veces- pelea de perros de campo: todos contra todos.
Pero para saber si eso ocurrirá aún falta un siglo.