La crisis en que quedó sumido el peronismo después de la ruptura de los acuerdos internos que dieron origen al Frente de Todos, tiene varias aristas que le otorgan una gravedad sólo comparable con la de los duros tiempos en los que soportó la proscripción, la represión y la clandestinidad.
La ausencia absoluta de conducción obligó al Justicialismo a mantener una base de acuerdos mínimos para funcionar, que le permite al presidente Javier Milei seguir ejerciendo con galanura su exuberante impericia.
El sistema del “no hacer” puede ser válido, pero esa falta de iniciativa es el campo fértil para que las leyes y Decretos de Necesidad y Urgencia más antipopulares de la historia argentina sigan paseándose alegremente por el Boletín Oficial, como si el peronismo no existiera. Y quizás esto último sea cierto. Al menos, por el momento.
En este sombrío panorama, la falta de líderes políticos nacionales -caciques, en el peronismo hubo siempre- ha sido cubierta momentáneamente por la CGT, que, como en los tiempos difíciles de los ’70 y de mediados de los ‘80, comenzó a operar en el territorio para que el Pueblo tenga alguna representación.
De todos modos, la construcción de la alternativa política no puede ser reemplazada por ninguna otra herramienta. La insurrección callejera puede atraer a la épica y a su hermana melliza, la tragedia, pero la representación política que capitalice el descontento no se puede reemplazar con consignas combativas.
En los trabajos de reconstrucción del peronismo, hasta el momento surgieron dos líderes y, como en los viejos tiempos, ambos son gobernadores. Se trata del riojano Ricardo Quintela y del bonaerense Axel Kicillof. Existe un tercero, pero éste no ha manifestado ninguna ambición, más allá de seguir gobernando su provincia. Es el formoseño Gildo Insfrán.
Paralelamente, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner no ha manifestado ninguna aspiración de convertirse en algo más que en la directora del Instituto Patria. Por el momento, las 33 páginas del trabajo titulado “Argentina, en su tercera crisis de deuda”, han sido su aporte más importante en la coyuntura.
En el medio, sus acusaciones contra los dirigentes del peronismo de no poseer el coraje suficiente para enfrentar al proyecto neoliberal de Milei, Cristina desplegó una crónica sobre la actualidad, pero sin proponer acciones políticas concretas, quizás en la consciencia de que tampoco ella lidera al peronismo. Más aún, las críticas que lanzó hace algunos días permiten entrever que su proyecto político futuro se encuentra en los márgenes del peronismo o fuera de él.
La figura de la expresidenta es otra expresión de la crisis del justicialismo, que se encuentra cruzada por el mal del “agrupacionismo”, que divide en cientos de pequeños subgrupos al movimiento, que responden a caciques aún más pequeños. El mal responde al extravío ideológico del peronismo, que es desde hace muchos años uno de los garantes de un sistema social-político-económico absolutamente injusto, en lugar de asumir su papel del “hecho maldito del país burgués” que proponía el gran John William Cooke.
Todo esto significa que casi toda la dirigencia peronista -salvo algunas pocas, honrosas excepciones- es parte del problema y es difícil que sean parte de la solución.
Toda crisis significa una oportunidad y en el seno del peronismo reina desde hace años una consigna que reza “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. Quizás la segunda opción sea la que se mantiene vigente en estos días, más allá o más acá de las desastrosas consecuencias que acarrearán las políticas entre neoliberales y anarco-capitalistas, con las que siempre nos rompieron la ortodoxia a los argentinos.
No habría Milei sin tanto desatino.