Un peronismo abstinente de cajas ingresó en su fase “tumulto”

Un peronismo abstinente de cajas ingresó en su fase “tumulto”

Cada vez que es derrotado, el peronismo se desgarra en peleas internas, reproches y acusaciones que, una vez saldadas, le permiten llegar a la síntesis de sus conflictos. En esta fase se debate hoy.


El post 22 de noviembre trajo no sólo la epifanía para el nuevo gobierno que ganó, sino la llegada a un áspero averno para los derrotados ese mismo día. Nirvana y Sansara. Infierno y Paraíso. La contradicción es lógica y se refleja y se reflejará en ambas fuerzas que contendieron por el poder durante un largo período.

En Cambiemos no hay grandes confrontaciones. En todo caso, no existen más que las habituales en una fuerza que gobierna, en la que se cruzan las ambiciones, los deseos y el ansia de sus corrientes internas por manejar tal o cual área del Estado.

En el peronismo y sus aliados, por el contrario, todo es diferente. La adicción al manejo de caja genera abstinencia en algunos “jugadores” importantes del ex gobierno. Asimismo la falta de poder y el volver al llano, complican desde lo psicológico la cuestión económica. Por eso lo más fácil por el momento es reunirse y cantar “vamos a volver” mientras se genera un centro de resistencia desde los sectores del poder más beneficiados en la última década.

Ya en los primeros días surgieron las voces discordantes. El primero fue José Manuel de la Sota, que planteó el mismo 22 de noviembre que “no perdió el peronismo, sino que perdieron los usurpadores, los que se apoderaron del peronismo”. Para echar más leña a la hoguera, dijo también que “hay que felicitar a Macri”, para agregar que a éste “le tiene que ir bien para que le vaya bien al país, todos lo vamos a apoyar” y adelantó que los legisladores del Frente Renovador van a apoyar en el Congreso las iniciativas del oficialismo.

Enseguida, otras voces se sumaron al coro de la disconformidad por la derrota. El intendente de Ezeiza, Alejandro Granados, se despegó de la derrota el 12 de diciembre.  “Sepan que soy un intendente peronista y que nada tengo que ver con el Frente para la Victoria”, comenzó diciendo. “Soy del Partido Justicialista de Ezeiza –continuó, sin sutileza- y mis próceres fueron San Martín, Rosas, el teniente general Perón y la compañera Evita. Nunca se olviden de eso: Perón y Evita”, concluyó, ejerciendo nuevamente el arte de la renuncia de la manera menos elegante.

El mismo día que Granados, como si ambos hubieran coordinado sus declaraciones, el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, salió a pedir elecciones internas para mayo del año próximo en el peronismo, para que “la gente elija al mejor”.

En coincidencia con su excolega cordobés, el salteño expuso que su partido debe “ayudar” al nuevo presidente, Mauricio Macri, para que en esta etapa “le vaya bien”.

Al retirarse del almuerzo que compartió Macri con los gobernadores en la Residencia de Olivos, Urtubey sostuvo que “el pueblo argentino le ha dado la herramienta a Macri para conducir la Argentina, nosotros lo tenemos que ayudar”.

La controversia principal, la que separa las aguas dentro del peronismo por estos días, tiene que ver con el cambio o la continuidad en la conducción del Partido Justicialista. Las fuerzas internas se dividen entre quienes quieren que Cristina Fernández de Kirchner sea quien encarne la conducción y, por el contrario quienes plantean “barajar y dar de nuevo” y elevar a la categoría de conductor a uno de los integrantes de la Liga de los Gobernadores –el verdadero poder dentro del Justicialismo-, entre los que se aúnan veteranos y debutantes.

La paradoja de hoy es que, más allá de la coyuntura de la derrota, ninguno de los bandos se muestra hoy como capaz de triunfar por sobre el otro y, menos aún, de constituirse en el que reúna las adhesiones suficientes para volver a llevar al peronismo a la victoria. (primera entrega).

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