E l nueve de junio de 1956, por medio de una asonada militar, un grupo de civiles y militares peronistas intentó reponer en el poder al General Juan Domingo Perón, que había sido derrocado nueve meses antes mediante un violento golpe militar, que había encarcelado a 30 mil dirigentes políticos y sociales y cesado por decreto los mandatos de 100 mil dirigentes sindicales.
Los líderes de aquel movimiento golpista fueron los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. El primero se entregó a las autoridades de facto de la Argentina, que primero le prometieron no fusilar a nadie más ni a él mismo y a continuación no cumplieron con ninguna de las dos promesas. El segundo logró ocultarse de sus perseguidores y salvó la vida por muy poco, porque fue buscado con ferocidad por un comando dirigido por oficiales violentos pero poco profesionales, cegados por el odio. Torturaron a varios prisioneros, pero ninguno delató a Tanco y por eso éste jamás fue apresado.
La rebelión contra la dictadura fue ahogada en sangre. El presidente de facto, Pedro Eugenio Aramburu y su vicepresidente, el contraalmirante Isaac Francisco Rojas, habían infiltrado a los conjurados y tenían información de primera mano acerca de la asonada que estaba en marcha. Igual, los dejaron venir para “dar un escarmiento”, que fue cruel.
En el corazón de las tinieblas
Inclusive, en la noche del nueve de junio, fueron apresados diez civiles que se habían reunido en una casa de Florida, con la excusa de escuchar el combate boxístico que enfrentaba a Eduardo Lausse y al chileno Humberto Loayza por el título sudamericano de los medianos. Reunidos en torno a la radio, en una casa ubicada en Hipólito Yrigoyen 4519, el grupo esperaba escuchar la proclama que anunciaba el levantamiento. A las 23:30, policías de la Provincia de Buenos Aires al mando de su jefe, el coronel Desiderio Fernández Suárez, allanaron el lugar y se los llevaron a todos secuestrados, porque el operativo era ilegal.
Los alojaron en la Unidad Regional San Martín, cuyo jefe, Rodolfo Rodríguez Moreno estuvo presente en la casa de la calle Hipólito Yrigoyen. A las tres de la madrugada, éste recibió de Fernández Suárez la orden de llevarse a los 10 -más a otros dos que habían secuestrado en otros lugares- a algún lugar y fusilarlos. Desconcertado, pidió confirmación, la recibió y se los llevó hasta el Liceo Militar, ubicado cerca de la Unidad, de donde fue expulsado con cajas destempladas. Continuando su periplo, llegó hasta el Camino de Cintura, situado a pocos kilómetros y giró en dirección a San Isidro, pasó por el Club Alemán de Equitación y se detuvo en un basural, a unos 300 metros.
Allí, cuando eran las 5:30, en medio de un escenario escabroso y maloliente, siete de los condenados –gente de coraje, decidida a no entregarse sin luchar- escaparon de sus captores repartiendo golpes en algún caso, simplemente corriendo en otros. Pero los fusiles Mauser policiales lograron abatir a Nicolás Carranza, Mario Brión, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez y Carlos Lizaso, todos ellos civiles desarmados. Allí quedaron sus cuerpos agraviados, mudos testigos de un horror que no terminaría sino hasta 27 años después.
La paradoja fue el caso de Julio Troxler, uno de los fugados. Después de escapar y de convertirse en uno de los referentes de la Resistencia Peronista, muchos años después, el 20 de septiembre de 1974, fue secuestrado nuevamente y luego asesinado por los parapoliciales de la Triple A. Antes de ello, estuvo casado con una sobrina del sacerdote confesor de torturadores y cómplice de la dictadura Cristian Von Wernich.
Un juicio sumarísimo
Casi simultáneamente con los sucesos narrados, en la Escuela Industrial N° 1 de Avellaneda, el capitán Jorge Costales, el teniente coronel José Albino Irigoyen, los civiles Dante Lugo, Osvaldo Albedro y los hermanos Clemente y Norberto Ros estaban instalando un equipo de radio cuando fueron sorprendidos por un comando del ejército y trasladados hasta la Unidad Regional Lanús de la policía provincial.
Allí, en un hecho inusual y vergonzoso, el capitán de corbeta Salvador Ambroggio los fue fusilando uno por uno, sin juicio, sin decreto, sin justicia, sin honor de soldado. Es de imaginar el calvario que sufrieron los secuestrados mientras el infame capitán los iba llamando uno a uno y luego escuchaban la ráfaga de ametralladora que iba segando las vidas de sus compañeros.
En Campo de Mayo, mientras tanto, se desarrollaba un nuevo capítulo de la furia asesina de una dictadura que no hesitaba en asesinar a los civiles y militares que se le oponían.
Allí, el general Juan Carlos Lorio juzgó a los detenidos Cortines, Cano, Ibazeta, Caro, Noriega y Videla y decidió en primera instancia no matarlos. Desde la Casa Rosada lo intimaron a la ejecución, por lo que Lorio pidió una orden escrita. Aramburu y Rojas firmaron entonces el Decreto N° 10.364, el único que quedó para la historia, porque todos los demás fueron fusilados o ejecutados en la oscuridad, sin contar con instrumentos legales que “blanquearan” esas muertes. Quizás, si no hubiera existido el libro de Rodolfo Walsh, Operación Masacre, los hechos no serían recordados en estos días.
Para cuestionar la legitimidad de sus asesinatos, los detenidos en Avellaneda y los apresados en Florida no estaban alcanzados por la vigencia de la Ley Marcial –que los golpistas no podían decretar, dado su origen ilegítimo-, porque ésta fue dictada a las 0:32 del día 10 de junio, mediante el Decreto N° 10.362. Es decir, después de que los habían detenido. Al mismo tiempo, el Decreto N° 10.363, que ordenaba la pena de fusilamiento para los que formaran parte de la conspiración, tampoco estaba aún habilitado para ellos.
La rebelión contra la dictadura fue ahogada en sangre. El presidente de facto, Pedro Eugenio Aramburu y su vicepresidente, el contraalmirante Isaac Francisco Rojas, habían infiltrado a los conjurados y tenían información de primera mano acerca de la asonada que estaba en marcha. Igual, los dejaron venir para “dar un escarmiento”, que fue cruel.
Asesinatos sin ton ni son
También se sumaron a la rebelión otros regimientos militares. El Regimiento II de Palermo quedó bajo el mando del sargento Isauro Costa, mientras que la Escuela de Mecánica del Ejército quedó en manos del suboficial mayor Hugo Quiroga y el Regimiento 7 de La Plata quedó bajo el mando del teniente coronel Cogorno.
Todos ellos fueron fusilados por orden de Aramburu y Rojas, que entraron en la historia como los iniciadores de un nuevo capítulo de una violencia política que ensangrentó tantas veces las páginas de la historia argentina.
Como una pequeña muestra, hubo además terribles masacres en la Patagonia Trágica, entre 1920 y 1922; en la Semana Trágica de 1919; en la Masacre de Napalpí (Chaco-1924); en la huelga de La Forestal de 1921 (Santa Fe); en el bombardeo de Plaza de Mayo en junio de 1955; en la Masacre de Trelew (Chubut), de 1972 y durante los siete años que duró la larga noche de la dictadura que comenzó en 1976.
Hoy
En estos días, pareciera que la democracia hubiera ganado la batalla. De todos modos, es necesario tener memoria para que lo que ocurrió no vuelva a ocurrir.
El hijo del capitán Jorge Costales recuerda a su padre, fusilado el 10 de junio de 1956
Mi padre, Jorge Miguel Costales, era a los 34 años capitán del ejército argentino. Lo habían pasado a retiro en septiembre de 1955, enviándolo detenido al buque Washington, adonde permaneció con otros militares de alta graduación y algunos civiles vinculados al peronismo. Era hijo de un asturiano llegado al país principios de siglo y de una argentina. Había ingresado al Colegio Militar en 1940 y se había recibido en 1943, en el primer año del gobierno de Edelmiro Farrel, que fue quien le entregó su sable de subteniente.
En esa circunstancia, mi padre estuvo detenido hasta el mes de enero de 1956. Entre sus compañeros de prisión estaba el General Juan José Valle. Se dice que ése fue el lugar donde se empezó a planificar la contrarrevolución que intentó derrocar al gobierno dictatorial autodenominado Revolución Libertadora.
El General Valle nombró a mi padre responsable de la inteligencia dentro de su Comando de Operaciones. En ese carácter, supo, por personas que sobrevivieron a la masacre y participaban en el Estado Mayor de ese comando, que la contrarrevolución había sido descubierta y que la orden del presidente de facto, Pedro Eugenio Aramburu, era la de fusilarlos a todos. A pesar de que advirtió de esto a sus compañeros, igualmente éstos pensaron que debían tener un gesto de valentía y lo mismo decidieron concretar el alzamiento el 9 de junio.
Mi padre estaba en el grupo que tenía que instalar un equipo de radio en la Escuela Nacional de Educación Técnica N° 1, de Avellaneda, junto con el teniente coronel José Albino Irigoyen y los civiles Dante Lugo, Osvaldo Albedro y los hermanos Clemente y Norberto Ros.
Allí fueron detenidos por un comando del ejército y trasladados a la Regional Lanús de la Policía, adonde fueron asesinados sin que mediara una orden superior escrita ni un decreto, en un juicio sumarísimo realizado por el capitán de corbeta Salvador Ambroggio.
Mi padre tenía 34 años y dejó una esposa de 29 años y tres hijos, dos mujeres y un varón. Mis hermanas tenían 3 años y medio y 2 años y yo ese día cumplía 7 meses. El certificado de defunción que nos entregaron, con escasa veracidad y mucha cobardía, explicaba que su muerte se había producido “por heridas de bala en cabeza y tórax, en la vía pública”.
Tampoco tengo muchos recuerdos del capitán Jorge Costales, mi padre, porque su vida fue muy corta, ya que yo había nacido el 9 de noviembre de 1955, cuando él estaba preso y recién me conoció en enero del 56, cuando lo liberaron. Yo pude conocerlo años más tarde a través de sus amigos, que me contaron sobre él y sobre su personalidad, que era muy divertida. Era un hombre alegre.
Susana Valle, de cuerpo entero
“A mi padre lo fusilan a las 22.20 del 12 de junio. Pude despedirme de él. Me vio llorar. Me paró. Y me pidió un pucho. Yo estaba cuando el párroco de la iglesia Santa Elena, en la calle Seguí, adonde íbamos, viene a confesarlo. Era Alberto Devoto, que lloraba, pobre. Mi padre le dice a Devoto: No llore, padre, si usted me enseñó que en la otra vida se está mejor. ¡No me haga dudar ahora! Después viene un milico y me da 12 mil pesos. Yo le dije: métase la plata en el culo. Pero mi papá dijo: ‘Llevalo, no se la vamos a dejar a éstos. Dásela a tu mamá.’ El cuerpo de mi padre me lo dan al otro día. Nos lo trae Devoto, que después fue obispo de Goya. Lo velamos en nuestra casa llena de espías.
Años después, Susana, que fue una combativa militante peronista, sufrió persecuciones, secuestros, torturas y el secuestro y asesinato de su pareja. Estaba siendo torturada cuando dio a luz a sus mellizos, mientras permanecía esposada a una mesa de mármol en la morgue de un hospital. El parto fue prematuro y uno de sus hijos sobrevivió. Al otro lo colocaron fuera de su alcance, frente a ella, que lo vio morir de a poco, de hipotermia, en una extrema refinación de la crueldad que es necesario no olvidar. Una obra maestra del jefe del tercer cuerpo de ejército, Luciano Benjamín “Cachorro” Menéndez.
Los muertos por las Fuerzas Armadas en aquellos días de junio de 1956 fueron:
Asesinados en Lanús por los hombres del capitán Ambroggio, el 10 de Junio de 1956
Teniente Coronel José Albino Yrigoyen
Capitán Jorge Miguel Costales
Dante Hipólito Lugo
Clemente Braulio Ros
Norberto Ros
Osvaldo Alberto Albedro.
Asesinados con disparos por la espalda y tiros de gracia, una vez caídos, en el basural de José León Suárez, el 10 de junio de 1956
Carlos Lizaso
Nicolás Carranza
Francisco Garibotti
Vicente Rodríguez
Mario Brión
Muertos por la represión en La Plata, el 10 de junio de 1956
Carlos Irigoyen
Ramón R. Videla
Rolando Zanetta
Fusilados en La Plata, el 11 y 12 de junio de 1956
Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno
Subteniente de la Reserva Alberto Abadie
Fusilados en Campo de Mayo, el 11 de junio de 1956
Coronel Eduardo Alcibíades Cortinez
Capitán Néstor Dardo Cano
Coronel Ricardo Salomón Ibazeta
Capitán Eloy Luis Caro
Teniente 1° Jorge Leopoldo Noriega
Teniente 1° Maestro de Banda de la Escuela de Suboficiales Néstor Marcelo Videla
Asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército, el 11 de junio de 1956
Suboficial Principal Ernesto Gareca
Suboficial Principal Miguel Ángel Paolini
Cabo Músico José Miguel Rodríguez
Sargento Hugo Eladio Quiroga
Ametrallado en el Automóvil Club Argentino el 11 de junio de 1956 Miguel Ángel Mauriño (falleció dos días después en el Hospital Fernández)
Fusilados en la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras el 11 de junio de 1956
Sargento ayudante Isauro Costa
Sargento carpintero Luis Pugnetti
Sargento músico Luciano Isaías Rojas
Fusilado en la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras el 12 de junio de 1956
General de División Juan José Valle
Asesinado bajo la simulación de un suicidio por ahorcamiento, en la Unidad Regional Lanús el 28 de junio de 1956, donde estaba detenido desde el 9 de junio de 1956
Aldo Emil Jofré