Parece mentira que a esta altura se deba aclarar que el Pro es un partido político; y que, como todo partido político, hace política. Quizá la explicación se deba a que sus primeros dirigentes, tal vez avergonzados del paso que daban, presentaron al espacio con lógica de ONG. Es decir, fingieron ser lo que no eran.
Nos acostumbramos a atravesar crisis políticas que desatan vendavales económicos que impactan, siempre, sobre la población. Un clásico. Mientras tanto, los partidos políticos se demoran en peleas internas. Los posicionamientos interiores resultan más importantes que lo que ocurre extra muros y las discusiones intestinas (mientras todo se hunde alrededor) buscan definir quiénes serán los conductores de los aciagos destinos de la patria. Y esa acción de elegir, según Giovanni Sartori, es la esencia de la política.
Tal vez para esquivar el insulto, tan explicitado en diciembre de 2001, los fundadores de aquel nuevo partido político llamado “Compromiso para el Cambio” (dos elecciones después se llamará Pro) buscaron diferenciarse del discurso antiguo y decidieron modificar la presentación, es decir, la forma, mostrándose diferentes de las viejas fuerzas que tan mal gobernaron hasta entonces. Pero atención, la sustancia seguía siendo la misma. Fundaron un partido político que, más allá de la estética y las formulaciones, tenía idéntica lógica que sus antecesores. Caritas amables hacia fuera, aunque hacia dentro…
A esta altura deberíamos saber que los partidos políticos disputan poder y, al igual que los sistemas electorales, no existe la inocencia. Tampoco la maldad o la bondad. No hay que buscar moral en estos territorios. El poder se consigue disputando. Las conductas son flexibles y todo se mueve bajo reglas que, en el mejor de los casos, se estiran. “Que se rompa pero que no se doble” es una consigna de otros tiempos, de otro país, de otro mundo. Nadie regala su lugar solo porque el aspirante lo desea. Hay que pelear por eso. Hay que mostrar las armas (o guardarlas) de acuerdo a la estrategia desplegada. Hay que atacar. Hay que replegarse. Y aquel que busque candidez en los partidos no la encontrará ¿Por qué? Porque no es el lugar.
¿En política se puede prometer lo que no se puede realizar? ¿En política se puede fingir se lo que no se es? Sí, se puede. Las dos cosas se pueden, pero por un tiempo.
Y ese tiempo ha llegado a su fin.
Al Pro lo manejan, al igual que otras fuerzas, personas poco y nada inocentes, poco y nada escrupulosas. Hombres y mujeres ambiciosos que quieren su lugar de poder y lo disputan con las herramientas que otorga el sistema político. Quizá necesiten acceder a ese lugar con el afán de mejorar vidas ajenas (ese quizá es lo que despiertan las sospechas subsiguientes), pero siempre, siempre, primará el interés, el ego, la psicología personal y la ambición…
Es regla.
No hay anomalía alguna en eso. Lo incierto aparece cuando se trata de ocultar la intensión personal detrás de tanto, tanto maquillaje colectivo.
Horacio Rodríguez Larreta cumplió con la ley electoral de la ciudad de Buenos Aires. Es el argumento preferido de quienes lo defienden. No se cambian las reglas en años de elecciones, retrucan los que lo atacan. A mi juicio, los dos argumentos son falsos y lo que hacen es distraer la atención para ocultar la verdadera intensión. Uno, Larreta, cree que debe cometer el parricidio que menciona Freud porque, quien se acuesta con el padre Alberto amanece. Y el otro, Mauricio Macri, porque identifica a su partido como una empresa de su propiedad, no como una organización colectiva.
Macri no es el único dirigente que se comporta de esa manera. Los partidos políticos, que representan al ciudadano en el sistema democrático, son poco democráticos en su vida interna. El interior de un partido político, al menos en Argentina, es piramidal. Por eso el jefe de gobierno necesita hoy aquello que Bullrich quizá necesitará hacer mañana: desbancar de la punta de la pirámide a quien hoy la ostenta. Es decir, correr a Macri. Ejemplos desafortunados sobran: Cámpora/Perón, De la Rua/Alfonsín, Fernández de Kirchner/Alberto Fernández.
En Argentina gobiernan los jefes. Nadie tolera a los segundos.
Después están los alfiles, que en el banco de suplentes defienden o atacan, según el caso. Argumentos pobres, sobreactuaciones, palabras rimbombantes cargadas de una moral que no demostraron cuando tuvieron que gobernar. Porque pactaron sin tapujos, distribuyeron y negociaron leyes como cualquier partido político tradicional. Esa(o ese) mensajera no le habla a la gente. No importa que ponga cara de circunstancia. Le habla al candidato a presidente que, de triunfar, la/lo pueda colocar en la lista de aspirantes a, digamos, ministra/o.
Llegó la hora de sincerar. El Pro es un partido político y sus integrantes hacen política. Ni más ni menos. Tienen intereses personales aunque, con mirada dulce y palabras tan ensayadas como edulcoradas, juren lo contrario. Son, ni más ni menos, sujetos. Personas como cualquiera: a veces bondadosos, a menudo egoístas y egocéntricos que aspiran a gobernar un país sea como sea. Discuten proyectos y pelean para diferenciarse. Lo hace la UCR. Lo hace el PJ y también el Pro
Espero que esta vez sea a cara lavada.