El Pro vive preso de una paradoja que deberá superar mediante acuerdos políticos, aunque no sea ésta la cultura que predomina en el partido que ejerció el poder entre 2015 y 2019. Carl Von Klausewitz, el teórico de la guerra más respetado, describió alguna vez que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, para definir el instante en que la negociación se abandona.
Quizás la manera en que se moldee la relación entre Juntos por el Cambio y el peronismo también definirá la manera en que será conducido el Pro. Si Macri es el que impone la lay interna, habrá conflictos constantes y cuestionamientos al derecho del Gobierno a ejercer el poder. Si lo sucediera en la conducción otro dirigente más moderado, como Horacio Rodríguez Larreta, no estaría ausente el conflicto, pero transcurriría por las vías de la política. La consigna de Macri lo llevó al gobierno en 2015, pero estamos en 2020.
Por otra parte, en todos los partidos políticos es difícil la sucesión de los líderes. El que pierde no quiere retirarse –y a menudo obstruye el camino a su eventual sucesor- y el que accede a la conducción aún no consolidó, en primera instancia, los acuerdos y los caminos que le permitirán ejercer el poder interno.
En ese nodo de espacio-tiempo, todo es, en principio, confusión. Los mecanismos de transmisión de las ideas nuevas y de las órdenes del nuevo jefe sufren constantes interrupciones, porque los integrantes del viejo orden –que no siempre se van con el jefe destronado- casi nunca son hospitalarios con el recién llegado y entonces el espacio se llena de órdenes y contraórdenes.
En el Pro, el poder político no es hoy de Mauricio Macri, pero éste conserva su influencia en el aparato que construyó desde cero con su imprompta. No debería olvidarse que el expresidente “quemó” en cuatro años su capital político, llevando a su partido a una temprana derrota, cuando aún estaba desarrollando su músculo de poder. Es un líder que sufre de constantes cuestionamientos internos, que se expresan por lo bajo, porque su estilo es el de descabezar a quien no sigue su mandato.
Otra paradoja: en cualquier país del mundo, quien desea retener su ambición política en lo más alto no se ausenta del territorio en los momentos más álgidos, cuando los problemas arrecian y su tropa requiere de su presencia para enfrentar a la adversidad.
Por su parte, existe una tercera paradoja: ser el jefe de un partido que adopta lineamientos radicalizados, en los que todo adversario es un enemigo, es una apuesta a un todo o nada que los políticos experimentados eluden cuidadosamente. En política, nunca se apuesta a un posible cero. Siempre debe haber resultados. Lo último que puede aceptar un político es el llano. Se juega a ganador y, si se pierde, se juega a que quede algo, si es posible, mucho. Pero nunca nada.
En este contexto, la imagen de Rodríguez Larreta se ve más potente entre los independientes que entre los votantes Pro, formateados en el enfrentamiento sin fisuras, radicalizado, con el kirchnerismo. De todos modos, deberían saber que la pelea con el kirchnerismo se terminó, porque el Gobierno no es kirchnerista, sino una coalición mucho más amplia, que incluye a los seguidores de Cristina, pero no sólo a ellos.
Los que cacerolean en el Barrio Norte o despotrican desde sus autos no aceptarán jamás que el peronismo es con quien deben dialogar. Para ellos, el justicialismo es lo negro, lo odiado, lo indeseable y con ellos no hay justicia ni aceptación de nada. Ellos desconfían de Larreta. Lo ven demasiado cercano al presidente, que hasta lo llamó “amigo”. Ellos son la encarnación de una grieta que jamás será cerrada. Tan lejos lleva la política del amigo-enemigo.
El Mundo empresarial migra
Aún no están claros todos los alineamientos que se darán en el mundo empresario, que apoyó casi sin fisuras a Mauricio Macri, en el pasado cercano. Pero lo seguro es que no depende de Macri la continuidad de este apoyo. Dependerá mucho más del plan económico que delinee Alberto Fernández que de las directivas de alguien que ya no manda.
Para muestra, basta con analizar la reunión del Consejo Agroindustrial Argentino con Cristina Fernández de Kirchner el 30 de julio último, adonde se planteó un plan de desarrollo agroindustrial para generar exportaciones por 100 mil millones de dólares anuales. Este nucleamiento empresario incluye a Coninagro, Confederaciones Rurales Argentinas y a la Federación Agraria Argentina, que en el pasado conformaron la Mesa de Enlace y cuyo final termina de concretarse con este realineamiento político.
Muchos dirigentes del Pro militan dentro de estas organizaciones y se oponen a esta decisión, pero también a ellos les quedó claro que las cruzadas ideológicas no favorecen a los negocios y que la radicalización política es un camino sin final. Este quiebre de la entidad que parecía más monolítica, preanuncia futuras deserciones, según manifestaron –en “on” y en “off”- los voceros de otras entidades empresariales.
¿Larreta con Pro o Larreta sin Pro?
En una palabra, la adversidad que afecta a la antigua coalición Cambiemos es el fruto de los aciertos y los errores de una manera de hacer política, que los llevó al poder en 2015 pero también a la derrota en 2019.
Este jueves, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta se mostró en un “zoom” con dirigentes y militantes de Pro en La Matanza. Allí Rodríguez Larreta manifestó que está trabajando “para que Juntos por el Cambio vuelva al gobierno”, blanqueando sus aspiraciones presidenciales. “Yo estoy para jugar, estoy para ayudar, para transmitir la experiencia de la Ciudad a la Provincia. Estoy para un proyecto nacional”.
Previamente, el día siguiente de la movilización al Obelisco, un eufórico Mauricio Macri participó vía “zoom” de una reunión de evaluación del futuro inmediato del Pro, que dejó algunos hilos para cortar. En una actitud por la que pagará un precio, Rodríguez Larreta apenas se quedó unos pocos minutos en el cónclave, para retirarse a continuación.
Por su parte, María Eugenia Vidal se quedó hasta el final, pero de la misma manera que Larreta: en modo “silenzio stampa”, es decir, de labios sellados. Allí, en esa reunión, se decidió la publicación de una carta solicitándole al presidente que no lleve a cabo la Reforma Judicial, que fue firmada por todos, menos por el “larretismo”.
Fue proverbial, durante los cuatro años del Gobierno de Cambiemos, la división entre lo que se dio en llamar “el área política” y el “ala dura” de la coalición, que siempre se saldó con la marginación de los primeros, que sufrieron el desdén de estos últimos. La situación, a ocho meses de su pase al llano, no se ha modificado ni un ápice.
Los integrantes de aquel grupo –Rogelio Frigerio, Emilio Monzó, Nicolás Massot, Sebastián García de Luca, entre otros- trabajan ahora para llevar a la conducción del Pro a Horacio Rodríguez Larreta. Lo paradójico es que éste planea asumir esa responsabilidad sin enfrentar a Macri. Al menos, sin hacerlo hasta ahora.
Está claro que Larreta no puede hacer esto sin armar su propio camino. Por ejemplo, ¿quién negocia en su nombre con los demás aliados de Cambiemos? Por de pronto, Carrió, presa de su habitual táctica zigzagueante, salió a apoyar a Larreta, pero unos días después mostró también que no ha roto lanzas con Mauricio Macri. Esto podría leerse como una advertencia o como un pedido para el jefe de Gobierno porteño, para que se defina de una vez y que, si lo va a hacer, se lance sin ambigüedades a la toma de La Bastilla (es decir, de la conducción del Pro). “Te quiero, pero ganador”, habría sido el mensaje. “Para jugar a perdedor, ya jugamos y perdimos”, sería el colofón.
Esta situación gris exige definiciones, por lo que en algún momento se verá si la coalición se mantiene incólume, con sus aliados actuales o si se fracciona y nace una nueva opción. Ésa es la incógnita: ¿se verá en el futuro a un Larreta líder de Cambiemos? O sino, ¿se verá a un Larreta como líder de una Nueva Fuerza?
Por último, el enigma final de la ecuación: ¿es la aspiración de Larreta llevar adelante una candidatura propia, le pese a quién le pese?