El tándem Milei-Caputo apuesta al derrumbe para bajar la inflación

El tándem Milei-Caputo apuesta al derrumbe para bajar la inflación

El shock podría bajar el IPC, lo mismo que una escopeta podría matar un mosquito.


Al mismo tiempo que la Curva de Gini, el índice que mide el ingreso per cápita familiar, demostraba una vez más la enorme diferencia que existe entre los asalariados y los dueños del dinero, el ministro de Economía Luis Kaput declaraba en el AmCham Summit (Cumbre de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina) que la libre competencia de monedas y la libre flotación del tipo de cambio permitirían amenguar la inflación utilizando políticas de shock, evitando de esta manera el fastidioso y trillado camino del gradualismo. De los trabajadores, los jubilados y los pobres, nada.

Kaput expresó a continuación en su rústico castellano que “la libre competencia de monedas va a funcionar en sentido que va a bajar la inflación mucho más fuertemente”. Antes, el Messi de las Finanzas realizó un balance positivo de los primeros meses de gestión, aclarando que el plan de su gobierno es “bajar la inflación para lograr la estabilidad, estabilidad para poder crecer, crecer para alcanzar el superávit fiscal y superávit para bajar impuestos”. De todos modos, reconoció que no antes de mediados de año se logrará bajar la inflación a un dígito, el mismo día en que el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) comunicaba que la inflación de febrero había alcanzaba un contundente 13,2%. Menos optimista, en los últimos días de febrero, Gita Gopinath (FMI) había opinado que este objetivo no se lograría antes de un año.

Fiel a su costumbre de construir su realidad paralela, el presidente Javier Milei calificó como “un numerazo” a este más que evidente fallo en su estrategia económica. En su exposición, el ministro Kaput explicó que, en realidad, este resultado “no refleja cabalmente lo que ha sido la baja en la inflación”, intentando enmendar una realidad tan evidente que agravia la inteligencia de los otros y, peor aún, el entendimiento de los millones de argentinos que miran el banquete desde afuera, con “la ñata contra el vidrio, en un azul de frío”, como definiera alguna vez el gran poeta, sociólogo, confesor, politólogo y psicoanalista Enrique Santos Discépolo en su obra Cafetín de Buenos Aires, que el Polaco Goyeneche elevó a la categoría de emblema de la porteñidad.

Kaput indicó inusitadamente a continuación, que tanto los productores de alimentos como los supermercadistas le reconocieron que aumentaron los precios en las primeras semanas de enero, “imaginando una situación de máximo stress y la realidad es que no pasó eso. Los precios de muchos productos quedaron desfasados en dólares, entonces la mayoría utiliza promociones”. Escuchándolos, se hace cada vez más difícil reconocer el país que describen Milei y sus funcionarios.

Llega la invasión de los mongoles

Lo más emblemático, entretanto, es que al día siguiente de la presentación de Kaput ante el Summit de AmCham, se anunciaba el arribo a Buenos Aires de una misión urgente del Fondo Monetario Internacional, que está conformada por el director del departamento hemisférico Rodrigo Valdés, el subdirector, Luis Cubeddu y el jefe de esta misión en Argentina, Ashvin Ahuja.

Gengis Khan, el emperador de los mongoles, que unificó a las tribus nómadas de esta etnia del norte de Asia y conquistó casi todos los reinos existentes entre la Europa Oriental y el Océano Pacífico y entre Siberia y la Mesopotamia, China e Indochina, fue a la vez un cultor de la meritocracia y la tolerancia religiosa y un exterminador de pueblos enteros. Distintas fuentes históricas evaluaron que en sus invasiones murieron entre cuatro y 60 millones de personas. Su naturaleza invasora es parangonable con las misiones del FMI, que llegan a los países, les otorgan un préstamo y luego exigen que se tomen draconianas medidas para abortar el crecimiento económico y la distribución equitativa de la riqueza. Sin espadas, logran aún mejores resultados que el Gran Khan.

La burocracia del FMI -conformada por enemigos íntimos del ministro Kaput- está convencida de que el plan económico es inconsistente. Las razones son más que suficientes, más allá de las propias inconsistencias del FMI. Creen que la disparada de los precios de los alimentos, la inflación general, un superávit financiero apócrifo y la caída de la recaudación no se resuelven con las medidas que se están tomando.

Hablando del superávit de enero, no hay ahorro si no se contabilizan como pérdidas los incumplimientos en los pagos obligatorios del Estado. Una familia ahorra disminuyendo gastos, no obligaciones. Si no se pagan el alquiler, la luz, el gas y el teléfono no hay ahorro, hay una invitación al desalojo.

Valdés y sus secuaces medirán además el impacto social de las medidas del ministro Kaput. Los hombres de Kristalina Georgieva están preocupados por la salvaje disminución del poder adquisitivo de los salarios y por unas medidas tan crueles que podrían llegar a desatar tempestades sociales.

No por nada, interrogado en el Summit de la AmCham acerca de las negociaciones con el FMI, el ministro Kaput respondió que “estamos recién empezando a hablar con el Fondo sobre el nuevo programa, pero no hemos quedado con absolutamente nada”. En este tema, dijo la verdad como en ningún otro. La última enviada del FMI -Gita Gopinath, subdirectora gerente, es decir, la adjunta de Kristalina- se fue el 25 de febrero y ya llegó otra misión más. Esto se traduce en una sola palabra: problemas.

El inefable y siempre vigente Maquiavelo

Los hombres sabios suelen frecuentar a los filósofos que inspiran su accionar. Pero, entre los sabios, sólo los malhechores -existen, aunque muchos no lo acepten, genios del mal- siguen las máximas del maestro de los farsantes, Niccoló di Bernardo dei Machiavelli, conocido en nuestros días como Nicolás Maquiavelo, autor del tratado de política denominado “El Príncipe”.

En este trabajo, aconsejaba Maquiavelo a su protegido -que autores posteriores han identificado como César Borgia- acerca de la observancia de los principios y de las virtudes y de las ventajas y desventajas de unos y otras.

Decía Maquiavelo que “ha de tenerse presente que un príncipe, y sobre todo un príncipe nuevo, no puede observar todas las cosas gracias a las cuales los hombres son considerados buenos, porque, a menudo, para conservarse en el poder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión. Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal”.

Maquiavelo llegó tardíamente a Buenos Aires. No tuvo ocasión de asesorar a los mandatarios argentinos acerca de la necesidad de aparentar la observancia de los principios que practican los hombres buenos, ni acerca de la necesidad de hollar en ciertas ocasiones los senderos del mal. La ciencia política argentina ha despreciado las apariencias. Acá sólo se respeta al mal, sin maquillajes, sin máscaras, sin melindres. Aquí las apariencias no engañan.

Nunca el Infierno estuvo tan claro.

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