Los acontecimientos acaecidos en el Congreso de la Nación con respecto a las citaciones de funcionarios provinciales para garantizar el quórum de una votación de alguna manera marca la calidad institucional de nuestro país, algo que se esperaba mejorar a partir del gobierno de la actual Presidenta. Ella fue en su época legislativa –en ambas cámaras nacionales– una férrea defensora de las instituciones en un país que no se caracteriza por tener mucho apego a los reglamentos, como de alguna manera sugirió esta semana el presidente del máximo tribunal, Ricardo Lorenzetti.
Más allá de la cuestión de fondo para lo cual implementaron esta “novedosa” convocatoria al bloque K “ampliado” (que no es el motivo de estas líneas), las formas a las que apela el oficialismo cada vez que necesita obtener o garantizar alguna ventaja distan mucho de aquella verba discursiva y filosa con la que sus compañeros de bancada (ellos sí desprolijos para ella) aprendieron a respetar a la Presidenta.
El tema de las testimoniales en 2009 fue una demostración de cómo legalizar en la práctica la estafa al electorado. Concejales, intendentes y hasta gobernadores llegaron a participar de un engaño anunciado, solo por el ansia de mostrar algunos nombres taquilleros –como el de Daniel Scioli– o por la necesidad de apriete ante un posible doble juego que finalmente sucedió en muchos partidos de la Provincia, lugar clave donde se definen –si se puede– los destinos del país. Y casi siempre se pudo, salvo en esa particular elección en que los chacareros y aliados le “cobraron” electoralmente a Néstor (el único que no fue testimonial) su virulencia retencionista hacia los sectores agrícolas. Finalmente, desperdiciaron la chance por improvisados.
Pos supuesto que para ponerle moño a la maniobra, los calificativos de la alta política como “atorranta” y “cagón” que se dispensaron los diputados Andrés Larroque y Laura Alonso hicieron brillar aún más el tema en discusión y su increíble desarrollo legislativo. Un “camporista” sangre azul y una “enamorada” de Mauricio Macri, según sus propias palabras.
Son demasiados los temas que debe resolver un gobierno y cuando no todos los patitos están alineados como en las mejores épocas. Los inventos desde el poder empiezan a barrer los límites de la división de poderes. Con la convivencia pacífica y la paz social hoy entrando en crisis, la flexibilidad alcanza a cualquier normativa previa que estuviera vigente, y el mundillo local –ya que el internacional nos es esquivo en general– se acomoda dentro de lo posible a las necesidades puntuales del día a día. Si bien hubo y hay algunas líneas de corte estratégico planteadas desde el vértice, estas no pueden ser sustentadas en la realidad por el escaso elenco que hoy se encarga del diseño de las políticas que las tienen que efectivizar. Faltan neuronas, equipos en todas las áreas y equilibrio en las decisiones. Todas van al mismo lado. Y el otro se agranda cada día más.
Los papelones recurrentes tienen como abanderado al canciller Héctor Timerman, repudiado por toda la oposición y por su propia comunidad, visto como poco serio en el mundo desarrollado y ninguneado por la mayoría del propio oficialismo y los empresarios, que prefieren encarar con Guillermo Moreno a Angola o Medio Oriente antes que compartir tribuna con el canciller en cualquier lugar del planeta occidental. Al menos con Moreno quizá salga algún negocio.
En ese marco es que se van desarrollando las nuevas estrategias de la dirigencia, y es una especialidad que el peronismo domina y tiene el expertise del que carecen otras fuerzas. Anidan allí los mejores tiempistas para olfatear el momento del abandono del barco, y se van tirando señales entre ellos, corriendo el alambrado de la autonomía al tiempo que mantienen la “lealtad” desde las nuevas posiciones que toman. En casi ningún caso se rompe (como sí hicieron el gobernador cordobés José de la Sota o el titular de la CGT Azopardo, Hugo Moyano), pero se pactan nuevos acuerdos que permiten seguir juntos en el proyecto a pesar de dar por iniciada la transición tan temida y de resultado incierto para ambos bandos.
El año 2013 tendrá un escenario complejo tanto en la Capital como en la provincia de Buenos Aires, si bien sus dos jefes tienen hoy amplia mayoría en el sustento electoral. Pero el medio término, los mandatos en sexto año, las internas que desgastan gestiones que son apenas mostrables, todo eso aglutinado podría permitir la generación de espacios incómodos, esos que se crean en un tiempo y en un punto, como fueron los de Francisco de Narváez y Pino Solanas en 2009. Lo cierto es que entre Macri y el progresismo liberal en la Ciudad, y Scioli y Sergio Massa en Provincia, la proyección kirchnerista no es una de las más promisorias para este turno. Seguramente irán aliados, y podrán ganar bien o mal, el tema es que la cuenta regresiva del día siguiente es cruel para cualquier oficialismo.