Qué será del mundo en el futuro, cuando esta pandemia tenga un final, sea éste cual fuere, el algo que no se puede prever. Precisamente, el interrogante es: ¿qué sucederá en el futuro cercano o cómo será la construcción del futuro a partir de lo quede en pie del orden institucional y la civilización que conocemos hoy? El status quo pretenderá preservar sus privilegios, pero otros saltarán con sus nuevas ideas, en búsqueda de esos beneficios.
Muchas veces, desde la época de la guerra fría, se habló de que la próxima guerra sería nuclear y la que la continuara sería con arco y flechas, a partir del efecto devastador de la anterior. Quizás ello puede haber sido una exageración de aquellos tiempos o una premonición de algo que todavía puede suceder en cualquier momento, a partir del arsenal nuclear que poseen una decena de países, encabezados por las potencias que fueron las cabezas visibles de aquel conflicto que hizo entonces un mundo bipolar.
Entre todas estas especulaciones, el mundo se fue transformando en otra cosa, pasando de la caída del Muro a otro con características multipolares, en estos tiempos de potencias emergentes, que hoy le hacen frente al país que lideró el proceso durante todos estos años con el dólar, su ejército y su potencia comercial.
Como toda gran pandemia -y la primera absolutamente globalizada en este siglo-, la salida de la misma no tiene recetas mágicas ni precedentes hasta que se universalice la vacuna que nos proteja de este ataque viral. En algún momento, ya cuando los muertos se hayan dejado de contar por decenas de miles, los investigadores geopolíticos (que obviamente incluyen a científicos y militares, como en todas las épocas) estudiarán las causas de esta pandemia y el porqué de su desarrollo tan particular y desigual a lo largo y a lo ancho del mundo. Su comienzo y su final, si lo tiene….
La guerra bacteriológica es a la guerra lo que un golpe blando es a un tradicional golpe de Estado. Esto no afirma que el COVID-19 lo sea, sólo es una hipótesis que no se puede descartar.
El orden mundial entero fue cómplice de las “armas químicas”, de la Guerra del Golfo y de la desaparición de Libia como Estado. La ONU lo único que brinda, a través del Consejo de Seguridad, en el que reina un equilibrio inestable, tendencioso pero más o menos sensato, es el no agravamiento de los conflictos regionales hasta hacerlos masivos e inmanejables. No es poco, pero tampoco es la panacea, y que sólo están más o menos acomodados unos pocos países del mundo.
En este mundo, con la enorme crisis económica que ya traía a cuestas, se reinsertará la gente cuando la vacuna aleje los temores. No de todas las pandemias, sino solo de ésta. Las respuestas de los Estados fueron muy disímiles por razones políticas y sanitarias, por posibilidades económicas o por sus estrategias frente a los peligros que se avecinaban luego. O sea, la crisis después de la crisis.
Todavía no está claro quiénes pagarán los errores de las tragedias humanas y quiénes serán beneficiados por el correcto desempeño ante la misma. No sabemos ahora qué instituciones es necesario crear y cuáles demostraron su obsolescencia. Qué cosas vinieron y se instalaron en el cuerpo social para quedarse definitivamente o hasta la próxima pandemia, ya sea en costumbres, negocios y comportamientos sociales y qué cosas no existirán nunca más o no tendrán chance de subsistir, a partir del coronavirus.
Como en todas las transformaciones, ésta lleva los ingredientes clásicos de muertos en gran escala, de políticos tomando decisiones vitales y de las grandes corporaciones viendo cómo protegen sus intereses y de qué manera se reciclarán. En esta coyuntura, la mayoría de la gente siempre pierde. Lo hace tratando de proteger su pellejo. Sola, como es el gusto de la clase media o de manera organizada, como acostumbran los más humildes. Pero esa crisis social -muy policlasista esta vez- hay que ver en qué se transforma y qué nivel de protección y conducción tiene. Hablamos de 2021, con suerte.
Demasiadas preguntas, porque ganadores y perdedores habrá siempre, hasta incluso entre los laboratorios que siempre lucran con la salud de la gente y en los lobbys políticos que los impulsan, quizás los más fuertes del mundo.