Mientras que el colérico e imprevisible presidente de la Nación, Javier Milei, se muestra intransigente con su decisión de rasgar los bolsillos de todos, menos los de la casta, el peronismo comenzó esta semana a intentar su reorganización. Pocas veces se había visto tan traumatizados a sus dirigentes, que en esta ocasión tardaron nueve meses en reaccionar.
Hasta ahora, la única dirigente que planteó algo más allá de una interna fue Cristina Fernández. El gobernador riojano Ricardo Quintela, por su parte, viene recorriendo el país, cuidando sus palabras. Plantea su intención de ser el candidato a presidir el Partido Justicialista, pero poco más que eso. Pesan en su discurso las profundas diferencias que separan a muchos de sus colegas, que sumieron al peronismo en el estado de anomia en el que apenas sobrevive. Respira, pero no camina.
De todos modos, en las reuniones que se realizan en el Instituto Patria, Cristina recibió desde todos los dirigentes a los que entrevistó un firme cuestionamiento a su decisión de ningunear a Axel Kicillof y de enviar a su hijo Máximo a embestirlo. Tanto Pablo Moyano como “Coqui” Capitanich, como otros dirigentes de la CGT y algunos veteranos exgobernadores peronistas le hicieron llegar la necesidad de elevar al gobernador bonaerense a la candidatura presidencial en el futuro. Esto, mientras que Kicillof hace ruido con su silencio, que es un acto de rebeldía ante su sempiterna jefa.
Al mismo tiempo, desde el PJ Metropolitano, el bonaerense, el santafesino y el catamarqueño se sumaron a la intención de la expresidenta de presidir el PJ Nacional. Una vez más, quedó al desnudo que el PJ es hoy una confederación de partidos provinciales, con disímiles intereses, dispares líneas políticas y, en especial, con contradictorios contenidos ideológicos. Será muy difícil rearmar este rompecabezas en el que se convirtió un partido otrora mayoritario y hoy cruzado por luchas intestinas de contenidos altamente divisionistas.
La única manera de reconvertir al peronismo en una fuerza triunfadora es que aparezca una figura aglutinante. Al menos así sobreviven hoy los peronistas de las catacumbas, arracimados alrededor de algún puntero, que es el que marca el ritmo político y el que negocia “arriba” candidaturas, obras en el territorio y beneficios para sus pobladores más necesitados. Así resisten, aglomerados en banda, como las viejas tribus. Esa actitud de resistencia, de todos modos, le permite al septuagenario movimiento seguir existiendo, pero sin política. Proponerse construir un proyecto político para llegar al poder es otra cosa
En resumen, por ahora se habla en estos días sólo de armar una lista de unidad para elegir a las autoridades del PJ el 17 de noviembre y, eventualmente -el destino puede ser un pérfido alborotador-, promocionar a Kicillof a la presidencia en 2027.
La alternativa no es sólo electoral, sino que definirá el futuro argentino por 100 años, al menos. Si vuelve a ganar la guerra económica el sector parasitario de la economía, la nueva generación del 80 que se definiría, construiría un país a su medida, sin industria, ni bienestar, ni modernización. Es decir, seguiríamos sumidos en el oscurantismo medieval que plantean los banqueros y los agraristas.
Todas estas vicisitudes se suceden en medio de un confuso tránsito de encuestas que miden a Javier Milei a la baja, mientras que éste, ignorante de todo lo que no sea Viena, se dedica a buscar -y a encontrar- enemigos aún adonde no los hay, sumando adversidades con una liviandad terrorífica. Quizás sea necesario preguntarse, a esta altura de la soirée, si la alegre estudiantina que vienen protagonizando Javier y Karina Milei y su asesor estrella, Santiago Caputo, encontrará alguna vez algún viso de madurez, circunstancia que no ha sido apreciada hasta el momento.
¿Episteme u oscuridad?
En esta circunstancia se produjo el desafortunado e inoportuno debate por el financiamiento de las universidades, una materia en la que Javier Milei pisó terreno resbaladizo. ¿Qué sentido tiene desfinanciar a la clase media y a un sector de la clase media baja, que conforman gran parte de su electorado? Es inexplicable ese nivel de agresión con el futuro de gran parte de los argentinos que lo siguen. ¿Formará parte de su plan maestro (si cabe la expresión) terminar con la clase media? ¿Habrá llegado el momento de regresar a la Argentina del 1900, a la que Milei tanto añora sin haberla conocido, en la que existían sólo la clase alta y la clase trabajadora y en el medio, casi nada? Si la Argentina del fin del Siglo 19 y principios del Siglo 20 era una potencia mundial con una distribución del ingreso desbalanceada entre patrones y trabajadores, ¿entonces la evolución social, política y económica que se dio desde entonces fue una mentira y habría que regresar a la época pre-Ley Sáenz Peña y del “fraude patriótico” posterior? Porque la añoranza por la vuelta a la Argentina del Siglo 19 comenzó en 1930 y aún existen sus promotores, casi 100 años después.
Un futuro ¿venturoso?
En este tiempo, la aparición de tecnologías digitales que reemplazan a la mano de obra de miles de trabajadores, ya no genera plusvalía. Sólo existe una mayor acumulación de ganancias por parte de los poseedores del capital. Esa crisis es la que azota a la Argentina. Cada vez se produce más, con menos trabajadores, pero a su vez, los trabajadores existen y consumen. El problema es que, si esos trabajadores están desocupados, ese enorme stock de mercaderías producidas sólo podría ser comercializado en el exterior…o en ninguna parte. Esa masa de dinero disponible debe ser invertida. En Estados Unidos fue destinada a innecesarias hipotecas, que en 2008 generaron una crisis que aún no fue del todo superada.
En Argentina, la consecuencia fue la concentración en unas pocas manos de las empresas que fabrican productos de consumo masivo, poseedoras de la onerosa tecnología necesaria para producir en cantidad. Menos de 20 empresas comercializan el 80% de los alimentos que se consumen y que se exportan, generando grandes desigualdades sociales. Emplean poca mano de obra y en estos días abonan salarios miserables. Sus ganancias, por lo tanto, son siderales. Esto hace que su poder de acumulación de capital se multiplique y su presión sobre las autoridades estatales, también. Esta desproporción entre sus beneficios y sus aportes a la comunidad genera una crisis económica permanente, que se traduce en el desmesurado crecimiento de la deuda externa y en la permanente desfinanciación del Estado.
Para peor, crece la evasión, el trabajo precarizado, la fuga de divisas y su acaparamiento de jueces adictos, policías adictos y funcionarios estatales adictos, que hacen la vista gorda ante sus manejos dinerarios, a veces delictivos.
El rol del Estado social
Si el capitalismo del desastre que rige hoy la economía mundial no es reconvertido en un capitalismo social, la crisis provocada por el choque de culturas y las guerras comerciales subsecuentes son inevitables.
En esa etapa, el peronismo debe reconvertir industrialmente a la Argentina, para transformarla en un país productor de alimentos manufacturados y de productos no primarios relacionados con la energía, es decir, no exportador de petróleo crudo, sino de productos derivados de la petroquímica.
Esto exige el fin de los planes, de la caridad y de la desidia estatal.
En cambio, el futuro es de los países que desarrollan obras de infraestructura, desarrollan tecnologías del conocimiento, energías renovables y alimentos. Además, la Argentina tiene agua y minerales, que hoy se los llevan a cualquier parte del mundo por dos pesos.
De la capacidad que exista para plantear una alternativa a los planes de Milei, que no son suyos, sino de una casta empresarial de dudoso patriotismo, depende el futuro.
El capitalismo social debe reemplazar al capitalismo de desastre que se enseñorea en territorio argentino. La épica del desarrollo con justicia social es la única salida a la crisis permanente.