Hoy por hoy, el peronismo es el único partido político argentino que está sumido en un verdadero problema. Los demás pelearon, pelean y pelearán por espacios de poder, por encontrar un discurso que les permita sentir de cerca el calor de una victoria -en algunos casos, efímera- o por alcanzar un nivel de gobernabilidad que les permita hacer negocios sin morder el polvo de la derrota.
Con la Unión Cívica Radal excluida de la mesa grande, el Pro y La Libertad Avanza se disputan -con más fervor que eficiencia, se debería decir- la representación de aquel liberalismo que pergeñaron hace 150 años Bartolomé Mitre desde la política y Juan Bautista Alberdi desde la doctrina.
El peronismo, por el contrario, debe representar a una amplia gama de intereses de tal vastedad que le es imprescindible alcanzar una verdadera síntesis política para desarrollar la tarea. En su seno coexisten los empresarios y los cooperativistas, en especial Pymes, que se nuclean en la UIA, la CGE, CAME, APYME, MTE, UTEP y otras; los trabajadores que se referencian en la CGT y las dos CTA y, en especial, millones de argentinos que no están “institucionalizados”, pero que lo mismo necesitan ser representados por el casi octogenario movimiento político creado por el General Perón. Entre ellos, se incluyen los más pobres y algunos sectores de la clase media, que fluctúan entre las necesidades básicas insatisfechas y “el auto y la casa propia”.
El peronismo representa a intereses sociales, no a sectores del dinero, ni de la riqueza. Los discursos vacíos no bastan para contener a su público. Por estas razones, la crisis que lo envuelve es tan profunda, rabiosa, discutida y hasta casi destructiva, por momentos.
Hoy, el peronismo debe replantearse todo. El sujeto social que representa, cambió. La economía, la forma de hacer dinero y la manera de producir, también cambiaron. La realidad debe ser rediscutida, porque la ausencia de discusión interna de los últimos años sumió al Movimiento en la parálisis. Y el peronismo es pragmático. Si no asume “la realidad efectiva”, languidece y pierde el rumbo.
La propia historia del movimiento es una muestra de pragmatismo. En la etapa fundacional, que transcurrió entre 1945 y su derrocamiento en 1955, el nacionalismo, la lucha por ampliar la soberanía y la redistribución del ingreso fueron su sello, que continuó en su breve regreso al poder, entre 1973 y 1976. En ambas ocasiones los enemigos de la Argentina, usando a las propias fuerzas armadas como ejército de ocupación, ejecutaron brutales masacres, que terminaron con el asesinato de miles de patriotas.
Después del exterminio de sus mejores militantes, el nuevo peronismo que surgió en 1983 fue presa de otras doctrinas, más cercanas a las escuelas europeas que al nacionalismo popular revolucionario que pergeñó Perón. Antonio Cafiero era un peronista de la vieja escuela, que había sido cooptado por la concepción socialdemócrata que imperaba en Argentina desde el advenimiento de Alfonsín. Carlos Saúl Menem, en cambio, fue conquistado por la escuela norteamericana de Milton Friedman, que culminó con una traición a los valores fundacionales del peronismo y sumió a la Argentina en una crisis de la que está costando mucho salir.
Néstor Kirchner, en cambio, regresó a los principios fundacionales, para encabezar la reconstrucción del país, una tarea que fue continuada por Cristina Fernández de Kirchner, su viuda, hasta 2015.
Pero en 2019 el Movimiento llegó exhausto al gobierno. El fiasco y el descrédito que sobrevinieron después fueron el producto de las luchas intestinas, de los conflictos personales de sus dirigentes y de la crisis de conducción que arrastraba desde el fallecimiento de Kirchner, el ultimo caudillo peronista, hasta ahora.
Había existido, de todos modos, una diferencia entre la concepción política de Kirchner y la de su esposa y sucesora. Kirchner era un peronista moderno, pero apegado a la doctrina que heredó. No fue así con Cristina, que aplicó doctrinas “occidentales”, menos enraizados en la tradición peronista, aunque cercanas en sus resultados.
Vemos así que el peronismo, a lo largo de su historia, interpretó la realidad imperante en sus tiempos. Primero desarrolló una revolución industrial -que quedó inconclusa- entre 1945 y 1955, que intentó continuar en 1973. El sangriento golpe de estado de 1976 fue un 1955 tardío. La tarea de exterminio que el despótico general Pedro Eugenio Aramburu pergeñó pero no pudo realizar en 1955, la ejecutó el triste general Jorge Rafael Videla en 1976. Así fue abortada la revolución industrial argentina.
En 1989, la vuelta del peronismo al poder no marcó ninguna diferencia con el pasado. Siguió los mismos senderos que habían hollado anteriormente los ministros de Economía de la partidocracia liberal y de los dictadores, como José Alfredo Martínez de Hoz, José Luis Machinea, Juan Vital Sourrouille, Roberto Alemann, José María Dagnino Pastore, Néstor Rapanelli y, en tiempos pretéritos, Álvaro Alsogaray y Adalbert Krieger Vasena. Liberalismo y traición a los principios.
Todo esto fue posible, más allá de leales y traidores, por la tarea de exterminio de cuadros políticos que ejecutó la dictadura. Los tiempos cuadraban también. Era la época del “fin de la historia”, de la caída del comunismo europeo, que suponía -falsamente, como se comprobó después- una posterior hegemonía absoluta del liberalismo y del surgimiento de una novedosa supuesta “buena voluntad” del capitalismo global.
En los días que corren, las tribus justicialistas están dispersas. La diversidad en la composición social y política del peronismo es tan grande, que exige una conducción unificada, aunque quizás haya pasado la era de los caudillos poderosos. Es posible que en el futuro esa conducción no sea unipersonal, como en el pasado.
La Soberanía, clave del futuro que viene
Una cosa es segura: la salida no será “por izquierda”. Esta concepción de la política no define nada en estos días. Un país es viable, exitoso o próspero cuando sus gobernantes son quienes planifican su economía. Los intermediarios con Washington, Londres o con otras capitales tienen permiso solamente para ejecutar políticas de ajuste, de destrucción de las industrias y de entrega de los recursos. La contradicción principal siempre fue Imperialismo-Nación. Los luchadores de clases sólo aportan división y caos en el campo popular. Así fue siempre.
¿Quién sería el tonto gobernante norteamericano, británico o europeo, que suelen abastecerse de las materias primas baratas en Argentina, que permita que un gobierno argentino comience a retacearlas, con el fin de utilizarlas para sus propias industrias? O, por contrapartida, ¿adónde se ha visto que un exportador argentino de materias primas, que depende de los mercados externos para enriquecerse, se convierta repentinamente en un patriota? Si sus intereses se relacionan con el dólar o con el euro, ¿porqué estarían interesados en el destino del Pueblo de su país, si pagan en pesos y cobran en dólares y su dependencia del extranjero es lo más importante para ellos?
Frente a este panorama, el peronismo deberá identificar claramente los intereses nacionales, las políticas sociales, las líneas directrices del desarrollo industrial y, especialmente, sus alianzas internacionales y su acceso a los mercados del mundo, en alianza con los países que no utilizan el dólar para sus transacciones.
El Peronismo busca rearmarse
El último 1° de julio se cumplieron 50 años del fallecimiento del General Perón. Ese mismo día, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, convocó a un acto conmemorativo en la Quinta de San Vicente, que fue la residencia del líder justicialista. En la ocasión, Kicillof precisó el alcance de aquella frase que desató la polémica, cuando se refirió a “las nuevas canciones”. Las nuevas canciones significan el regreso a las raíces del peronismo, según dejó entrever el mandatario bonaerense.
Kicillof, junto con los gobernadores de La Pampa, Sergio Ziliotto; de Formosa, Gildo Insfrán; de Tierra del Fuego, Gustavo Melella y de La Rioja, Ricardo Quintela, fueron los únicos gobernadores que se negaron a concurrir a Tucumán a firmar el Pacto de Mayo, pensando la política no sólo desde el presente, sino tomando en cuenta una construcción política hacia el futuro.
En este marco, Kicillof manifestó en San Vicente que “hoy en día, en el mundo entero, ante la fragilidad geopolítica, la inestabilidad financiera y las guerras desatadas, todas las fuerzas políticas, en cada país, buscan formas de defender y proteger a sus pueblos. Todas, menos la de Milei. En todo el mundo, desde Estados Unidos a Europa, pasando por Rusia y China, es la hora de los nacionalistas, no de los vendepatrias. El Papa Francisco, un argentino que está haciendo historia y que se transformó en una de las referencias más influyentes de este mundo en crisis, es claro: los estados nacionales son ahora más necesarios que nunca”.
A continuación, el gobernador bonaerense expresó que “aun en este oscuro panorama, existen motivos para el optimismo. Un sector importante de la sociedad está dispuesto a defenderse. En estos meses, los sindicatos, el movimiento feminista, las organizaciones de derechos humanos, los científicos, el movimiento estudiantil, los artistas y los movimientos sociales salieron a la calle a reclamar por sus derechos. Ese pueblo movilizado que vemos organizarse y resistir, que no se deja pisotear ni baja la cabeza, también encarna el legado de Perón: nadie les va a hacer creer a los argentinos que no merecen una vida digna. En esta Patria por la que pasó Perón, nadie se resigna a la injusticia, nadie naturaliza las desigualdades”.
La construcción política que propone el quinteto de los gobernadores peronistas navega en aguas turbulentas. Ya hay dos desertores, que eligieron aliarse con el presidente. Son el tucumano Osvaldo Jaldo y el catamarqueño Raúl Jalil. No sólo eso, sino que el primero le organizó la fiesta que antecedió al Pacto de Mayo, en la que tocaron Los Palmeras (y su bombón asesino), el Chaqueño Palavecino y la inefable Panam. El festejo comenzó apenas pasado el mediodía y se extendió casi hasta la 21:00.
Luego de tan distinguida manifestación artística, 17 gobernadores -además de los cinco peronistas, se ausentó el gobernador de Santa Cruz, Claudio Vidal- firmaron el acta del Pacto de Mayo, que contiene importantes quitas en la coparticipación federal y en otras transferencias que la Nación debe efectuar a las provincias.
Argentina, hoy
De todos modos, un presidente que ajusta con tanta dureza y que, por el contrario, gasta 200 millones de pesos para ir a visitar a un empresario sudafricano residente en los EEUU, a quien admira acríticamente, no tiene destino. Por eso, se debe estar preparado para apagar los incendios que tarde o temprano llegarán. Los argentinos hemos vivido a varios Milei en el pasado cercano y sabemos que lo que viene después es caótico y se deberá ordenar. La economía odia la palabra anarquía y aún más la palabra libertad, por lo que los días de Milei están contados. No pasará de los cuatro años y llegará al 2027 con un expediente bajo el brazo que da cuenta del empeoramiento de todos los índices de la economía.
En este obscuro panorama, hubo cinco gobernadores que omitieron sumarse a la firma del Pacto de Mayo. Ceder los recursos provinciales a cambio de nada no parece ser lo más conveniente…ni serio. Lo que ocurre es que del otro lado hay un presidente poco serio. En la Casa Rosada todo se desarrolla como una alegre estudiantina ultraderechista, en la que se toman medidas irresponsables. Hasta el día diez de julio -exactamente siete meses después de asumir su mandato- Milei no firmó una sola medida que favorezca al Pueblo. Todas sus leyes entrañan una fuerte transferencia de ingresos hacia las clases poseedoras del dinero.
La extraña raza de los “Ignabos”
En el Canto Tercero del capítulo Infierno, en la Divina Comedia, un angustiado Dante Alighieri llega hasta el Vestíbulo del Averno guiado por Virgilio, el legendario poeta, creador de La Eneida. Allí los poetas se encuentran con los ignavos, unas almas dolientes que lloran sus penas con tanta tristeza, que hacen lagrimear hasta al propio poeta florentino.
Compungido, éste interroga al mantuano sobre el destino de los gimientes y la respuesta es terrible: “esta miserable suerte está reservada a las tristes almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanza ni vituperio; están confundidos entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que sólo vivieron para sí. El Cielo los lanzó de su seno para no ser menos hermoso, pero el profundo Infierno no quiere recibirlos por la gloria que podrían reportar a los demás culpables”.
Virgilio describe a los ignavos (indolentes, cobardes y flojos, según define el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua) como los que “no esperan morir y su ceguera es tanta que se muestran envidiosos de cualquier otra suerte. El mundo no conserva ningún recuerdo suyo y tanto la misericordia como la justicia los desprecian”.
Toda similitud que guarde esta historia con algunos argentinos, no es simple coincidencia.
La historia viene a cuenta porque en este siglo XXI -la obra cumbre de Dante Alighieri fue concebida entre 1304 y 1321, hace siete siglos- ha inspirado a la nación argenta. Somos los argentos, indudablemente, los mejores. Superando cualquier desafío, en esta tierra ubicada al sur del mundo persiste, vegeta, existe y medra la notoria raza de los ignabos, parientes lejanos de aquellos indolentes cobardes que conociera el Dante hace tantos siglos. Los nuestros hacen gala de los mismos atributos que aquellos, pero aderezados con la proverbial estolidez de las almas proclives a adoptar filosofías apócrifas. Se los puede asimilar a los votantes y adherentes de Milei, que disfrutan del dolor ajeno y, a veces, hasta del propio. Su figura emblemática era el popular Naboletti, que personificaba el actor Juan Acosta en el programa El Palacio de la Risa.
¡Cuántos malestares pudiéramos habernos ahorrado los argentos si hubiéramos aprendido a diferenciar por nuestra propia cuenta al bien del mal; a la Patria de la Colonia; al amor del desamor y a la mentira de la verdad!
El destino es, a causa de tanto ignabo, un pérfido traidor que acecha tras las sombras y abomina de la piedad. El Dante se siente traicionado. La realidad no es lo que pensaba.