La pelea más espectacular de las próximas elecciones será, sin duda, la de Cristina Kirchner contra Esteban Bullrich, que en realidad representa la contienda cruda entre los dos bandos políticos más archienemigos de la última década argentina: el kirchnerismo y el macrismo.
Pero debajo de esa espuma que concentra la atención también existe una muchas veces ignorada contienda clave para los 16 millones de bonaerenses: el control de la Cámara de Diputados y del Senado de la provincia de Buenos Aires. Aunque no se le preste mucha atención, el impacto político del proceso legislativo provincial se equipara a lo mismo que puede suceder a nivel nacional, como ser la aprobación de las leyes, la designación de jueces, el aval al presupuesto y posibles subas o bajas de impuestos.
En el mayor distrito del país, incluso, hay algunas complejidades extras que exigen una muñeca ágil del Ejecutivo a la hora de negociar: el endeudamiento público (clave para tapar su monumental déficit fiscal) requiere los votos de dos tercios de los presentes, mientras que la Cámara baja tiene el sistema de doble firma por el cual los gastos (y cargos y contratos y etcétera) deben ser decididos tanto por su presidente como por su vicepresidente, otorgando un poder notable a la principal bancada opositora.
Por lo tanto, el 22 de octubre próximo se juega una porción nada despreciable de la gobernabilidad de María Eugenia Vidal, quien aspira a iniciar su tercer año de mandato con una Legislatura menos hostil y trabajosa. Hoy, Cambiemos ocupa menos de un tercio de las bancas de ambas cámaras y está a merced del Frente Renovador para dar cualquier paso, con quien selló un pacto en diciembre de 2015 que languideció desde que comenzó la campaña. Las pujas por conseguir dos tercios para el endeudamiento el año pasado fueron durísimas.
El presidente de la Cámara de Diputados local, Manuel Mosca, es optimista. Según relató a su equipo más cercano, cree que de confirmarse la tendencia ascendente con respecto a las primarias, Cambiemos podría arañar el quórum propio con 47 bancas (son 92 en total), en el mejor de los casos. “Si sacamos 40 puntos vamos a terminar con entre 44 y 47 diputados”, se lo escuchó avizorar. Si se considera el resultado del 13 de agosto, el vidalismo ya tendría una mejoría pasando de 29 a 42.
La estrategia de alianzas se modificará porque es un hecho que cambiarán las correlaciones de fuerza. El massismo entrará en picada y decrecerá su bloque, pasando a estar, en el mejor de los casos, como tercero o cuarto, de lo que dependerá, en realidad, qué hará el PJ en sus diferentes versiones.
Divididos hoy en seis bloques entre los cristinistas, los pejotistas, los del Movimiento Evita y tres monobloques (con Mónica López, massistas aliados al oficialismo y giustozzistas), los peronistas tendrán a cuestas una seria discusión sobre cómo organizarse, teniendo en cuenta que ingresará una nueva camada de cristinistas, unos pocos randazzistas y otros tantos exkirchneristas alineados con los intendentes que quieren renovación.
Para lidiar con esta compleja ensalada de sensibilidades ya se están preparando los operadores políticos. Desde Unidad Ciudadana aseguraron a Noticias Urbanas que “la idea es, siempre, que esté todo el peronismo en el mismo bloque”, aunque admiten que eso no parece ser lo más probable. Difícilmente, los randazzistas se integren (aunque no se espera que ingresen mucho más de uno o dos). La bajada de línea desde el kirchnerismo puro es que las dos facciones (los que quieren jubilar a Cristina y los que no, básicamente) coincidan en un mismo grupo parlamentario. “Juntos”, responden, desestimando por ahora la búsqueda de armar un bloque propio de Unidad Ciudadana que responda nítidamente a la conducción de la expresidenta (como sí apuntan a que suceda a nivel nacional).
En Cambiemos, claro, se ilusionan con la división. En el vidalismo quieren “un bloque del PJ separado del ultrakirchnerismo”, para poder tomarlo como un interlocutor válido a la hora de negociar la aprobación de leyes, liberándose del yugo del Frente Renovador, al que le espera, al menos, un bienio de menor poder de fuego parlamentario. La esperanza para el oficialismo son los intendentes. Creen que los jefes comunales del Conurbano (o sea, de la Primera y Tercera Sección) harán sentir su peso para tener un bloque propio autónomo de Cristina, a quien ven derrotada en octubre.
El bajón massista (y también del GEN, que va de la mano) podría ser, igualmente, un búmeran para Vidal. Porque si bien será un rival debilitado, también será una posible solución menos. Al ser un bloque grande, garantizaba las votaciones con mayoría simple y hacía más sencilla la suma para los dos tercios. Ahora, las negociaciones deberán ser a dos o tres puntas, con el costo político (y fiscal, siendo brutalmente honesto) que ello acarrea.
En el Senado bonaerense, con 46 escaños, la situación es similar, pero con algunas peculiaridades. Por ejemplo, allí, el exministro Florencio Randazzo cuenta con un bloque de siete legisladores que le responden. Tres de la Séptima sección, dos de la Primera y dos de la Cuarta. “Todos se van, ninguno logrará renovar”, explicó un dirigente provincial que sigue de cerca la aritmética legislativa.
El peronismo está dividido en la Cámara alta en cinco grupos, binopolizados por el cristinismo y los pejotistas no cristinistas, aunque aquí también dependerá de la negociación poselectoral si sigue esta fragmentación. Por su parte, Cambiemos anhela despegar y pasar de 16 bancas a, como mínimo, unas 28, lo que los pondría a las puertas del cuórum. El triunfo en la Primera Sección será clave para ese objetivo (se descuenta el triunfo en todas las demás secciones salvo la Tercera). El Frente Renovador también retrocederá hasta casi la inexistencia, olvidándose por seguro de la vicepresidencia de la Cámara.
La estrategia vidalista (que vienen deshojando Mosca; el jefe de Gabinete, Federico Salvai, y el ministro de Gobierno, Joaquín de la Torre) en el Senado tendrá las mismas directrices que en la otra cámara, aunque estarán casi obligados a pactar con el peronismo, ante un massismo exiguo.
La gobernadora tendrá el primer test del clima legislativo con el tratamiento del Presupuesto 2018, que comenzaría en octubre aunque, de dificultarse su aprobación, seguramente sería en extraordinarias, con la nueva Legislatura. Sea como fuere (y dado que quienes se renuevan son los electos en 2013), la matemática le hace un guiño a Vidal. Los próximos dos años parlamentarios le serán casi inexorablemente más tranquilos. Aunque la Provincia ya enseñó que lo mejor es estar preparado para lo imprevisto.