Nadie envidiará jamás a un gobernante que debe ejercer su mandato en los tiempos de crisis, en momentos en los que sólo puede ofrecer malas noticias casi a diario, sin contrapartidas de alivio para los males de su Pueblo.
En esta carrera de obstáculos constantes, algunos consultores de opinión son tan ramplones y obvios en sus razonamientos, que parecieran estar absorbidos por una especie de vorágine de la pandemia o por un vahído condigno que les niega la posibilidad de asumir las conclusiones que surgen del ejercicio de la reflexión.
Pocos días atrás, se publicaron algunas encuestas, realizadas por muy serias empresas de opinión pública, que dieron como resultado que cae la imagen del presidente. Hay varias objeciones al respecto.
La primera: el método para encuestar. Casi no existen cuestionarios realizados de manera presencial, por obvias razones de prudencia. Descartados éstos, los que quedan sólo se realizan mediante llamados telefónicos o por cuestionarios que se envían por la vía de correo electrónico.
Como se puede ver, las conclusiones son absolutamente parciales, producto de estas circunstancias. En una palabra, los consultados por Internet, que a menudo son integrantes de una lista de correo ya preestablecida -que proponen al destinatario que “participe por una tablet”-, son residentes de los barrios de clase media, muy alejados de las calles de tierra y de los trabajos manuales o los que demandan una exigencia física.
Lo mismo se puede decir de los encuestados por vía telefónica, por las mismas razones. Quizás los autores de las encuestas sólo pretenden conocer las demandas de un sector social, pero esto debería ser aclarado y nunca lo es.
Descarten a Descartes
Salvada la objeción y sólo como colofón, una de las obras fundamentales de la filosofía, que fue denominada por su autor, René Descartes, con el nombre de “El Discurso del Método para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias”, propuso como la primera conclusión y, por tanto, la más importante en el ejercicio de la investigación científica, “no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido con evidencia que así era”.
Si se parte del evidente supuesto de que una encuesta de opinión pública, para ser veraz, debe guardar rigurosamente las proporciones en cuanto a género, edad, distribución geográfica y, por lo tanto, estrato social, de los entrevistados, se podrá colegir que esta premisa del filósofo francés no ha sido respetada.
Por si acaso quisiera un investigador en las ciencias, cualquiera que fuera, ir en busca de la última de las cuatro reglas que propuso Descartes: “hacer en todo recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada”, podríamos acabar en que las encuestas de estos días no son un muestreo de nada.
Al este tonto escriba le agradaría conocer la opinión de los señores y las señoras de Villa Palito (La Matanza), Barrio Mitre (San Miguel), Barrio Trujui (Moreno) o Villa La Cava (Béccar) acerca de las implicancias de la pandemia o de las decisiones del Gobierno que los ayudan, suficientemente o no, a paliar los golpes de la crisis.
Los que miden la opinión pública no se alejan de los barrios del centro de cualquier ciudad. Por esta razón, se puede concluir en que no siempre parten de supuestos verdaderos.
Tanto el acto en las redes como la concentración que organizó Hugo Moyano el sábado último mostró, entre otras cosas, que la base electoral del Frente de Todos continúa siendo, numéricamente, muy cercana a la cifra que llevó a esa coalición al poder. No hubo demasiadas deserciones, más allá del peronismo silvestre, que siempre se constituye en la mejor –o en la peor- oposición que enfrenta al PJ y sus aliados cuando arriban al poder.
No hay que olvidar, en los 90, al frente que armó Saúl Ubaldini cuando se postuló a la Gobernación bonaerense o al peronismo renovador, que surgió tras la derrota de 1983, o al propio Frente Grande, que arrastró tras de sí a una parte del propio peronismo renovador agrupada en el Grupo de los Ocho, tras la experiencia menemista. Tampoco se debería dejar de lado la experiencia de PAIS, que encabezó José Octavio Bordón, ni las numerosas escisiones que hicieron que durante aquellos años de neoliberalismo, el peronismo se mantuviera vivo, cuando su aparato superestructural había sido cooptado por las oligarquías partidarias.
Tanta evocación al pasado reciente del peronismo viene a cuenta por las agoreras afirmaciones que se vierten habitualmente en los medios, que se refieren a “un Gobierno que se acabó”; un Gobierno “en guerra contra la clase media”; “declina en Frente de Todos”; “Cristina se apura porque el tiempo se acaba”; a Guzmán “le falta calle”; “¿devaluará Martín Guzmán o el ministro que le siga?”; “la imagen de Alberto Fernández sigue en caída” o a “nadie quiere pesos: el colapso de la moneda…”.
A todas estas determinaciones se refiere la operatoria de las encuestas. La realidad no es algo que existe objetivamente por fuera de la voluntad o el accionar de los periodistas. Por el contrario, la realidad es una creación de los medios de comunicación. Hay noticias que se publican y noticias que se desechan. Otras ocupan los títulos principales o quedan relegadas a los lugares menos visibles. Y, finalmente, hay noticias que son muy importantes pero jamás verán la luz en algunas publicaciones. Quizás porque incomodan al poder, o quizás inquietan a los editores, que las ignoran para no ser despedidos.
La realidad no es lo que se lee en los medios, sino la versión de una empresa o de un periodista que se pone la camiseta de la empresa acerca de lo que sucede en Argentina, tanto con énfasis en lo bueno como en lo malo. Y las encuestas son noticias, por lo tanto materias sujetas a interpretación. Y esto, sin agregar al análisis los cuestionarios sesgados hacia un lado u otro o a los que directamente van en busca de un resultado.
Decir en medio de una pandemia que puso en crisis a todas las economías del mundo y que determinará cambios posiblemente muy profundos en las relaciones laborales, que a un Gobierno “le va mal” es casi una adulteración de la realidad. Lo único que están intentando todos los gobiernos del mundo es minimizar, paliar, atenuar, moderar, aliviar o mitigar los daños que provocó hasta ahora una contagiosa enfermedad que no es demasiado grave, pero que afecta seriamente a las personas mayores o que sufren enfermedades de cierta gravedad anteriores a la “gripecinha”, tal como la definió, con escasa lucidez, el presidente brasileño Jair Bolsonaro.
Un público atento debería distinguir una operación de una noticia, aunque resulte inquietante o incómoda. Nunca es un consuelo una mentira o una “fake new”.