María Rosa Muiños se retrasa un poco a la cita con este medio. Su vocero nos alerta que viene de la Villa 31. “Come un sandwichito enfrente y vamos en 15.” La espera es casi exacta. Al llegar, denota algo de cansancio por el trajín de la campaña, pero la meta está cerca. El viernes comienza la veda y esta será quizá su última aparición gráfica antes del cierre de campaña. Empieza a hablar de forma absolutamente natural y descontracturada. Viene con producción mínima y acompañada por dos compañeros.
“Lo bueno de nuestro espacio es que todos coincidimos ideológica y políticamente. Tenemos una unidad de concepción de cuál es la Ciudad que queremos, a diferencia de Unen, que tras su aparente diversidad se esconden proyectos enfrentados. A su vez, del Pro, entre otras cosas, nos diferencia la militancia social y las prioridades de gestión.”
Se reconoce de la generación Malvinas. La militancia en el peronismo es algo que lleva en la sangre, no puede ni quiere ocultarlo. “Como era alta (mide 1,80 m) y había estudiado pintura siete años, siempre me tocaba pintar los bordes superiores en los paredones enormes. También, atar pasacalles”, cuenta entre risas, acordándose de aquellas épocas, allá por los 80 y pico.
–Pero en el Pro también hay peronistas, ¿o no?
–Sí, claro que hay peronistas. Igual, yo nunca usé el peronómetro. Pero de lo que sí estoy segura es de que Macri no tiene nada de peronista.
–¿Por qué la dirigencia rescata de usted su perfil militante?
–Ojo que en el espacio que integro somos todos militantes. Qué decir, por ejemplo, de Jorge Taiana, nuestra cabeza de lista. Quizás, en lo personal, lo que se me reconoce es la militancia generacional, esa que Hernán Brienza definió como educada en la dictadura, domesticada por el neoliberalismo y reivindicada por Néstor (Kirchner). Nos costó muchísimo en los dos primeros marcos romper ese escenario de desamparo, de no importarle a nadie del poder lo que hacíamos o pensábamos. Desde ese entonces nos costó crecer, pero acá estamos. No le creíamos a nadie, era muy perversa la relación entre el poder y la militancia. Incluso Néstor nos tuvo que convencer con gestos y actitudes, nadie le dio un cheque en blanco, acuérdese del 22 por ciento.
Piensa el concepto siguiente, quizá con algo de melancolía de aquellos años duros, luego del impresionante resurgir de la juventud tras la recuperación democrática. “Quizás lo que siente la gente de mi generación es parecido a lo que me pasa. Yo siento que alcanzamos una porción de poder en lo colectivo. Creo que todos sienten que tienen un pedacito de banca, algo así como “llegó alguien de los nuestros”. Lo peor es que son crueles (ríe), en los barrios me emociono a veces y lloro. Somos muchos, remata.
–Que diferencia a un ciudadano de un funcionario.
–Cada uno debe hacer su parte, en democracia hay representantes y representados. Un ejemplo: el mejor sistema de recolección y tratamiento de la basura no funcionará nunca si la gente no hace lo suyo correctamente. También el empleado público es un funcionario en los países avanzados, está al servicio de la gente y debe responder por ello. Un tema central para el desarrollo es el de los recursos humanos del Estado y su relación con la gente, algo en lo que siempre trabajé como directora del Centro de Estudios para el Fortalecimiento Institucional en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad. Creo que, como sociedad, tenemos una deuda pendiente en ese relacionamiento. Está el empleado que te ignora, el que te hace esperar, el que te pide todo hasta que te vayas, y eso genera una contracultura vecinal de rechazo y mala disposición. El empleado, muchas veces, no tiene la información necesaria, la capacitación para el puesto ni un salario acorde a la responsabilidad, y hay un momento en que la persona se abusa de ello. Allí empieza el problema. Hay que trabajar mucho para romper ese encono mutuo con el ciudadano común.
–¿Y cómo se hace?
–Nosotros impulsamos la Ley 3.285 para empleados estatales que atienden al público, que establece pautas de derechos humanos, resolución pacífica de conflictos y no discriminación. En la Ciudad esta norma está conveniada con el Instituto de la Carrera (municipal), que otorga puntos a partir de cursos y capacitaciones. Ellos se encargan de instrumentar esto en el Ejecutivo de la Ciudad. Son módulos de tres horas a los que además se les agregan talleres y cursos on line.
–¿Y el vecino qué debe hacer?
–El vecino tiene que entender que para salir adelante como sociedad debe involucrarse un poco más; su tarea no se limita al momento de votar y nada más. Lo que pasa es que no tiene la confianza suficiente en el sistema para entregar su tiempo, sus ideas y su trabajo. Y tiene razón, por eso estamos trabajando también con las ONG temáticas y barriales. Es un crecimiento mutuo, de ambas partes. El tema me fascina porque es inagotable, no tiene techo. También trabajamos muy fuerte el tema de prevención de la violencia y la construcción de ciudadanía. Es un tema complementario con el anterior.
–Hablemos de la gestión Macri.
–Es buena para su electorado, al que apuntó en su gestión, ese al que no le importa vivir en una ciudad elitista, injusta y desigual.
–Pero hizo muchas obras en el sur de la Ciudad, algo que tantos prometían.
–Tenemos una concepción diferente de lo que es accionar en el sur. Él tiene una mirada empresarial y no política, ve gastos donde debe ver inversiones. Es mucha cosmética y, personalmente, la veo de mal gusto. Sus realizaciones no provocaron ninguna transformación social en la zona, más allá de la céntrica Barracas. Sus obras no le cambiaron la vida a nadie en el sur. Quizá sí le mejoró la situación a algún amigo de zona norte.