El ibarrismo cool

El ibarrismo cool

Eufóricos, y algunos con cambio de look. La primera plana del ibarrismo pobló este martes del Centro Cultural San Martín. Qué dijeron los que estaban. Dialoguitos en el mitin. El alto perfil del algunos, el bajo de otros


"Me pareció muy bien, muy optimista. Era el momento para hacerlo", apuntó el vicejefe porteño, Jorge Telerman, en su habitual tono didáctico pero con un cambio de look, quizá para estar a tono con esta relanzada etapa de gobierno. Es que el coequipier porteño se dejó crecer una barbita candado que, en combinación con su cabeza calva, le daba un aire académico. De traje oscuro, el vice hablaba con todo el mundo.

Otro de traje negro, y muy serio, era el secretario K, Héctor Capaccioli. Vestido onda Frente Grande (todavía), el hiperibarrista Luis Véspoli, mano derecha de la mano derecha de Ibarra (o sea del jefe de Gabinete, Raúl Fernández) se paseaba muy exultante. Su jefe, en cambio, fue el primero en abandonar el San Martín y, al revés de Telerman, no habló con nadie. Bajó las escaleras rápido, como tratando de que nadie lo interceptara.

En un momento, mientras Telerman hablaba con una funcionaria que le elogiaba su nuevo look, Ibarra bajó las escaleras y, muy serio (estuvo muy serio en todo el mitin, en pose de estar lanzando algo verdaderamente fundacional) le estrechó la mano a su compañero. No se dijeron nada, pero ambos parecían entender de qué hablaban en silencio. Con el gesto, Telerman pareció decirle que estaba todo bien.

“Estuvo bárbaro; era lo que hacía falta”, sintetizó Mauricio Tarullo, otro subdirector de la secretaría K que conduce Capaccioli. El funcionario K que hizo rancho aparte con otro hombre de su área, Sergio Abrevalla. "Fue un giro en la gestión… Bah, no en la gestión sino en la comunicación", precisó, tal vez para no generar malos entendidos.

Finalmente, otro que abandonó el mitin con bajo perfil y el único que, paradójicamente, parecía de capa caída era Roberto Feletti, el secretario de Infraestructura del Gobierno porteño. Una verdadera paradoja en un acto que privilegió la obra pública

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