Hace 72 años atrás, casi una eternidad, se creó la Fábrica Argentina de Locomotoras (FADeL), que abastecía a una red ferroviaria que cubría casi 40 mil kilómetros del territorio nacional. Estuvo radicada en un principio en los talleres ferroviarios de la Estación Liniers, hasta que éstos quedaron chicos y la fábrica se trasladó a los talleres del Ferrocarril San Martín, en Mendoza.
El ingeniero italiano Pedro Celestino Saccaggio fue el artífice de esa épica del desarrollo. Nació en Italia en 1876, pero llegó a la Argentina a los seis años y aquí realizó su formación, hasta obtener el título de ingeniero mecánico. A los 12 años ya trabajaba en los talleres del Ferrocarril Central Argentino, actual Ferrocarril Mitre.
Era un joven con talentos, por lo que al recibir su título, la empresa Ferrocarril Sud (hoy FC Roca) lo designó Jefe de Ingeniería Mecánica, una posición hasta entonces reservada para profesionales ingleses. Saccaggio trabajó allí hasta 1935, cuando se jubiló. De todos modos, su talento no permaneció ocioso y siguió trabajando, contratado por esas empresas ferroviarias.
En 1949, cuando los ferrocarriles ya habían sido nacionalizados, Saccaggio fue convocado por el General Perón, presidente de Argentina, para comenzar a fabricar locomotoras argentinas. El ingeniero italiano, a los 28 años, ya había desarrollado durante los años en que trabajó con los ingleses, en la modernización de la calefacción y la iluminación de los trenes mediante el uso de energía eléctrica, en lugar de usar el vapor de las locomotoras existentes.
Tras el descubrimiento del petróleo en la Argentina en tiempos del General Enrique Mosconi, el italiano modificó las viejas locomotoras inglesas, que funcionaban con un oneroso carbón, importado del Reino Unido y las adaptó al uso de combustibles líquidos. En 1929 diseñó transportes ferroviarios que se autogeneraban la energía que utilizaban, llamados usinas eléctricas móviles.
En 1933, generó un batacazo. Diseñó la primera locomotora diesel, que revolucionó el transporte ferroviario. Quizás los lectores no lo sepan porque aún no habían nacido y los libros suelen ignorar el hecho, pero Saccaggio fue el primero en desarrollar este tipo de máquina, ya que los estadounidenses, que suelen adjudicarse su creación, recién comenzaron a utilizarla en Chicago un año después.
Por supuesto, el invento despertó el interés de los ingleses para los cuales trabajaba Saccaggio, que se lo llevaron al Reino Unido a trabajar y allá tomaron forma las creaciones del ingeniero ítalo-argentino.
El 19 de octubre de 1951, Saccaggio y Perón presentaron en la Rotonda Canadá de Retiro, la CM1, la primera locomotora argentina, que fue bautizada como Justicialista. El éxito permitió que el 1° de mayo de 1952 se emitiera la Resolución del Ministerio de Transporte 79/52, por la cual fue creada FADeL. En 1953, Saccaggio construyó la segunda máquina, que fue bautizada como CM2-Argentina. El talentoso ingeniero había recibido el encargo de fabricar 580 locomotoras de 2.400 y 800 HP, a las que habían de agregarse luego diez usinas móviles.
Entretanto, la CM1 Justicialista fue destinada, en el verano 1952-1953 al Ferrocarril Roca, antiguo Ferrocarril Sud, para transportar pasajeros en el tramo Constitución-Mar del Plata, en tiempos en que los hoteles sindicales crecían y demandaban miles de pasajes para cubrir las vacaciones de la clase trabajadora. El viaje de 400 kilómetros duraba unas cuatro horas, corriendo a unos 90 kph. Las máquinas podían acelerar hasta 150 kph, pero no existían raíles que pudieran soportar esas velocidades, o sea que en raras ocasiones superaban los 100 kph. Con el paso de los años, la CM1 y la CM2 viajaron hasta Mendoza y Bariloche, sin manifestar un mayor desgaste. La CM1, que hacía un recorrido diario de 850 kilómetros, fue revisada por ingenieros en 1960 y mostraba un desgaste muy poco significativo.
Algunos componentes básicos de las locomotoras, como los motores, el sistema eléctrico y los “bogies” (conjunto de dos o tres pares de ruedas montadas sobre ejes, de las que cada vagón posee dos, en general) se fabricaban en el país.
El 16 de septiembre de 1955, un Golpe de Estado derrocó al gobierno democrático del General Perón. A partir de ese momento comenzó la destrucción sistemática de los ferrocarriles argentinos, que eran un emblema de soberanía. Los “libertadores” lo hicieron movidos por el odio y el revanchismo contra el proyecto industrial de Perón. En cambio, en 1962, Arturo Frondizi, un radical renegado, comenzó a ejecutar, financiado por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (hoy, conocido como Banco Mundial, que depende del FMI), el plan del general norteamericano Thomas Larkin, que recomendó, como quien no quiere la cosa, borrar de un plumazo 15 mil kilómetros de vías férreas, con el pretexto de que eran “ramales ineficientes”. Así, un tercio del sistema ferroviario fue sometido al abandono. Frondizi no lo hizo movido por el odio, era sólo un títere de los militares, que lo derrocaron en cuanto convocó a elecciones, “para que no gane el tirano prófugo”, es decir, el General Perón.
En cuanto a las locomotoras Justicialista (CM1) y Argentina (CM2), fueron rebautizadas con los nombres de Mitre y Roca. Continuaron en servicio hasta 1962 y 1963, cuando con el pretexto de su antigüedad, fueron desguazadas y convertidas en chatarra. No sólo los militares ejercían el odio, como se puede ver. La única usina móvil que se construyó funcionó también hasta 1962. Todos estos ejemplos del talento argentino desaparecieron sin dejar rastros, quizás para que no sirvieran como ejemplo a las generaciones venideras del inmenso potencial argentino.
Entretanto, en Reino Unido, Estados Unidos y Alemania aprovecharon los importantes desarrollos generados por el ingenieron Saccaggio, al revés que en Argentina, donde se los dejó de lado. Aquí ganó el Sur, indudablemente.
Al fin y al cabo, la soberanía es una especie de tire y afloje, que unos intentan ampliar y otros, entregar, como parte de la eterna discusión no saldada de la Argentina, adonde el odio esconde más que muestra los conflictos, porque en su nombre se puede decir y hacer cualquier cosa, sin justificar ninguna acción. La grieta es un camuflaje que utilizan los mediocres para no trabajar por la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación.