La estrella de Alberto Fernández brilla hoy como nunca en forma contundente y se consolida como conductor en el firmamento de la coalición peronista gobernante. Esto, a partir del avance conseguido en la renegociación de la deuda externa privada bajo ley americana, algo que sucederá no en el tiempo y forma de la normalidad contractual, pero sí seguro en los días subsiguientes. Los duros, los que se le venían encima a Guzmán y compañía ya acordaron la letra grande y están a punto de caramelo para la más pequeña, tal es el caso del cuco de esta novela, el fondo Black Rock, influyente si los hay a la hora de las deudas financieras internacionales. Como principio de la solución está naciendo un Stand Still Agreement entre Argentina y los bonistas privados.
A partir de este nuevo mojón que se produce en el primer semestre del mandato de Alberto, se empieza a definir un mapa político al que solo le queda una incógnita fuerte para el mediano plazo, que consiste en ver de qué modo logra el Presidente que la apertura paulatina de la cuarentena en los sectores críticos como el AMBA, no fracase con un rebrote. Y que en sintonía y simultaneidad con ello, la paz social -ayudado por ella ha mantenido la tranquilidad en las calles, como nunca sucedió en mucho tiempo- no se vea alterada por la necesidad del repunte inmediato en las economías familiares y de pequeños y medianos empresarios, de la postración en la que los dejó esta dura pandemia a los argentinos.
La cuña en la oposición ya está colocada con éxito y tuvo –y puede continuar teniendo- la suficiente potencia para que en solo dos meses de trabajos conjuntos de ambos equipos -y un par de conferencias de prensa contundentes-, Alberto haya logrado encaramar a Horacio Rodríguez Larreta como jefe operativo de Cambiemos, en detrimento de un desaparecido Mauricio Macri. A éste se le nota que además de no tener rol, tampoco tiene muchas ganas de tenerlo, aunque evita como puede que lo ninguneen de entrada y de arrebato, tal como sucedió a raíz de la entente de Alberto y Horacio con el tema del Covid-19.
Cristina Fernández, como buena ex Presidente y conocedora de la importancia de cada decisión de gobierno, ha sabido colocar a varios dirigentes de su entorno en lugares claves de la administración, incluida la justicia, tema que tan de moda se ha puesto esta semana. Pero no solo ahí, también en otros cargos estratégicos, en las áreas de energía y seguridad, también en el tema de la mujer y en la ampliación de derechos en general, además de controlar ella el Senado y su hijo Máximo, la Cámara Baja, en un tándem de creciente influencia con el Presidente de la Cámara, Sergio Massa.
Sin embargo, Cristina ha cedido el cien por ciento al Presidente la estrategia del combate contra la pandemia del Coronavirus, mientras que en la faz económica ha dado el visto bueno para el arreglo del Gobierno con los distintos Fondos que manejan la deuda argentina bajo jurisdicción norteamericana, en las condiciones que todos más o menos ya sabemos. No se ha entrometido en ninguna de las dos cuestiones que ponen al Presidente en una posición privilegiada a la hora de evaluar su aprobación e imagen.
Ella se ubicó más bien en el rol de colaboradora, permitiendo que Alberto se consolide como un conductor pragmático del peronismo, pero sobre todo del país, mientras ella se ocupa de mantener posiciones que le son necesarias, en combinación no siempre coincidente con los dirigentes de La Cámpora, única organización política que funciona como tal en la Coalición de gobierno.
El problema de Alberto de ahora en más será mantenerse, ya no en los números que hoy goza, porque será imposible lograrlo, pero sí en función de que el Estado marque correctamente el ritmo de la salida ordenada de la cuarentena, que controle el riesgo social que la situación de la organización sanitaria por ahora esconde en su magnitud, que no se enamore de ningún sector social ni corporativo, ya que la salida es con todos y acompasada, como le gusta decir a él y, de paso, que aproveche que el acuerdo con los bonistas le permitirá usar todo el PBI –que será escaso- en ayuda de la inmensa mayoría, que ha sido muy perjudicada por la sumatoria política y sanitaria de los cuatro años de Macri, más los 3 meses de cuarentena.