La sobredosis informativa acerca de la situación por la que han atravesado en su expareja el ex presidente de la Nación, Alberto Fernández y la ex primera dama, Fabiola Yañez, replica de un modo habitual esa costumbre que tenemos en la Argentina de impulsar temas hasta el cansancio, a pesar de que la instancia judicial recién lleva dos días. Esa obsesión mediática no aportará nada para cambiar la realidad de la inmensa mayoría de la sociedad, mientras se pone el foco en este caso de presunto delito familiar de violencia de género.
Por más que uno de los involucrados sea un ex presidente, la situación no amerita borrar de un plumazo la triste realidad del país mientras continúa la demonización mediática, más allá de lo que decida la justicia luego del debido proceso acerca de su culpabilidad en los hechos. El expresidente está nocaut, pase lo que pase. Y la Argentina, también.
La crisis en nuestro país pasa por una fase en la que la pobreza alcanza a un 52% de la población y aproximadamente 20.000 personas por día se suman a ese colectivo descendente en la escala social, mientras la recesión económica, ya consolidada en esta etapa, no augura ni la V corta (de LLA) ni la U más razonable (dialoguistas), sino más bien una L (la realidad) con algunos “brotes verdes” que se agigantan desde algunas usinas conectadas de uno u otro modo con el oficialismo.
Las decisiones estratégicas que se deberían haber resuelto hace años, como la cuestión energética, la decadencia en la educación, la estabilidad en los acuerdos a nivel internacional, el rol del Estado, el renovado resguardo a la democracia, las reformas pendientes y la correcta explotación y redistribución de la riqueza existente, debidas a procesos virtuosos de crecimiento y exportaciones aún no han sido abordados, a pesar de las promesas de distintos gobiernos, que cada vez que llegan al poder empiezan con su librito y descartan todo lo realizado anteriormente, tanto lo bueno como lo malo.
Volviendo a Fernández. El suyo fue un gobierno realmente olvidable, malo, por las razones que cada uno le quiera poner, de acuerdo a su visión y preferencias. Muchos están de acuerdo en que sin ese gobierno bisagra hoy no estaríamos con el actual presidente. Causa y consecuencia directa. Círculo tóxico, negativo y, para peor, con la gente adentro.
Siguiendo con Fernández, pase lo que pase con el juicio, no sólo su carrera política está absolutamente arruinada, es posible que una vez terminada la secuencia judicial y quizás antes también, se vaya del país a un lugar donde pueda vivir sin tanto hostigamiento social ya que su “culpabilidad” no saldrá jamás del imaginario popular, diga lo que diga la justicia al final del camino.
No se debe ningunear la denuncia de Fabiola Yañez, sino que se entiende que ella debería encauzar ahora su labor en probar lo que dice y abandonar los medios de comunicación, que confluyen con ella en amplificar la tragedia, a pesar de no perseguir los mismos intereses de la presunta víctima, a la que re victimizan 24 horas al día en cadena nacional.
La calidad moral es una de las cualidades que uno pretende en un presidente y eso es lo que se investigará en este proceso judicial. El resto de su vida privada -mientras no se pruebe ese delito- no hace a la consideración popular. Al menos no debería hacerlo, aunque algunos saquen ventaja mientras Alberto está en el suelo.
Distinto es el caso del tema de los seguros, que si bien es el inicio de esta carnicería –para ambos- debe ser investigado hasta el final, teniendo su secretaria (María Cantero), un rol relevante en ambas causas, a partir de su inquieto teléfono.
Sería bueno que todos los actores de este escándalo se pusieran a hacer lo correcto en esta instancia. Los fiscales deberían investigar, los defensores deberían dedicarse a contrarrestar acusaciones, los jueces a juzgar, los periodistas a retomar su función informativa de lo que sucede diariamente en nuestro país y los políticos deberían intentar el diseño de los acuerdos básicos que nos debemos como país.
Sepan todos ellos que la gente no consume pan y circo todo el tiempo, sus preocupaciones son siempre otras, más allá del ráting, depende de la clase o estrato social que ocupen, desde el millón de niños que no puede irse a dormir con la panza llena, pasando por los desocupados o precarizados, hasta la clase media baja urbana, que ahora conoce las veredas de noche, con una frazada para el frío si logra conseguir refugio en algún zaguán.
Los banqueros y financistas, los petroleros, los mineros y los acopiadores de granos viven otro país, el que gobiernan hoy, como siempre, en minoría.
Si algo bueno consiguió este tema es darle enorme visibilidad a la violencia intrafamiliar en el delito de género. Ésa es la principal victoria de la movida, más allá de cómo termine la instancia judicial entre ambos. Y no es poco, en un país donde esto es moneda corriente y rara vez estos delitos salen a la luz.
Pero ya está bien, paremos de una vez. Como decía Ortega y Gasset, argentinos a las cosas.