FMI: cuando el mejor acuerdo no es beneficioso para nadie

FMI: cuando el mejor acuerdo no es beneficioso para nadie

El dinero está por llegar, pero nada es gratis. El ajuste que exigen. Boxeadores de las finanzas.


Las circunstancias que rodearon a los procesos de endeudamiento externo de la Argentina, pocas veces estuvieron basadas en las necesidades reales del país. No hubo obras de infraestructura o, aunque sea, algunos kilómetros de cordón cuneta. No hubo hospitales, represas, ni escuelas, ni jardines de infantes. Sólo un gasoducto.

Cada préstamo que se solicitó a lo largo de los años estuvo destinado a cubrir otro préstamo o, en su defecto, a financiar a los fondos de inversión que deseaban volver a emigrar sus dólares –que vagaban en el país de bono en bono, o de merca en merca(dería), o de bolsa en bolsa- para volver a sus bases de origen, que están afincadas en paraísos fiscales, como Islas Bahamas, Isla Mauricio, Islas Seychelles, Hong Kong, Brunei, Gibraltar, Bahrein, Antigua y Barbuda, Bermuda, Anguilla o en la Isla de Cook, por citar sólo algunos. No hay países “serios” en la lista, aunque algunos de ellos promueven la existencia de estos territorios “libres de vigilancia” de las autoridades monetarias.

El 45,9% de la deuda argentina está en manos de agencias estatales; el 20,3% es adeudada a organismos multilaterales y bilaterales y el 34% restante la tiene en sus manos el sector privado. El 67% de la deuda está consolidada en moneda extranjera (dólares, euros y ahora, yuanes, entre otras) y el 33% restante se cotiza en moneda argentina.

Argentina debe, a junio de 2023, 403.809 millones de dólares. De ellos, 28.885 millones se le adeudan al FMI. Una consultora de la city porteña adelantó en estos días que el último desembolso del FMI –de 7.500 millones de dólares-, que termina de llegar al país, se agotará en poco tiempo. Hay que pagarle a la Corporación Andina de Fomento, a Qatar, a China y al propio FMI, con lo que habría un saldo negativo de algo menos de 200 millones de dólares.

Paralelamente, los técnicos del “staff” del FMI anunciaron que el Gobierno debe comenzar a gastar menos en salarios de empleados públicos, bajar las jubilaciones y dejar de lado los subsidios, por lo que deberán aumentar las tarifas de los servicios públicos, que ya no son estatales, sino privados. “La implementación continua y firme de estas medidas será fundamental en el próximo período para salvaguardar la estabilidad y afianzar la sostenibilidad a mediano plazo”, advirtieron los especialistas en economía del FMI.

Estas premisas, a las que hay que sumar que el organismo no quiere que se imponga un tipo de cambio fijo –“flotante” es la denominación-, excitó a los inversores, que comenzaron a apostar –el mercado, aunque nadie lo dice, es una timba- acerca del valor al que llegará la divisa. Como el Gobierno además debe cumplir con una meta de acumulación de 3.300 millones de dólares –algo que difícilmente logre hacer- los especuladores esperan que después de las elecciones, Massa “corrija” el atraso cambiario, que incluye reducir la brecha entre el dólar oficial y el dólar blue. Allí va a haber un cuello de botella y un infierno de especulaciones para que el aumento sea el mayor posible y los vientos sean propicios para los usureros.

Rodrigo Valdés, el devaluador

Pero estos señores tienen un aliado –varios, en verdad-, que se llama Rodrigo Valdés, un exministro de Hacienda de la presidenta chilena Michelle Bachelet. Valdés es el director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, un cargo que antes detentara el casi argentino Alejandro Werner. También es un homónimo fonético –los diferencia una zeta, como a los rusos en Ucrania- del boxeador colombiano Rodrigo “Rocky” Valdéz, que alguna vez envió a la lona al propio Carlos Monzón. Casi una metáfora de la propuesta del chileno, que lo mismo no debería olvidar que Monzón conoció la lona en Montecarlo, pero lo mismo ganó en épica batalla y retuvo el título de los medianos.

El chileno exigió una devaluación del 100 por ciento primero, que después disminuyó a un piadoso 60 por ciento. Como no logró su objetivo, Valdés, desde entonces habla constantemente con economistas opositores –a los que prefiere, ya que tienen una concepción doctrinaria similar a la suya- y con operadores de la city, que salen a presionar para que haya devaluación, dolarización, ajustes y otras recetas surgidas de los manuales de la economía de la élite.

Si se hubieran atendido los reclamos tal cual fueron realizados por Valdés, el país estaría en llamas.

Alejandro Werner: el traidor

El antecesor de Valdés en el cargo, el cultor del neoliberalismo Alejandro Werner, que nació en Buenos Aires, pero hizo toda su carrera en México, no ahorró epítetos antigubernamentales en estos días, poniendo en stand by la falacia del apoliticismo del FMI. Precisamente en el día en el que se escriben estas líneas, Werner ha dejado de ser el director del Hemisferio Occidental del FMI, cediendo su cargo al chileno Rodrigo “Rocky” Valdés. Su presencia en el país se debe, probablemente, a su intención de formar parte de otro “staff”, en este caso, del gobierno que asumiría el diez de diciembre, de la mano de Javier Milei o de Patricia Bullrich, aunque él diga que no es ésa su aspiración.

Su padre Manuel “Lito” Werner, que falleció en México el once de agosto de 2014, fue el jefe de Gabinete de José Ber Gelbard, cuando éste se convirtió en el ministro de Economía de Juan Domingo Perón, en su tercera presidencia. Gelbard fue un defensor de la burguesía nacional, de la industria nacional, de la producción argentina y de la protección del mercado ante la invasión de manufacturas extranjeras.

Todo lo contrario del dogma que cultiva el polémico vástago de Lito Werner, que abreva en la ortodoxia liberal y admira a Rudy Dornbusch, un economista alemán que estudió en Ginebra y en Chicago, colega de Milton Friedman, que diseñó el plan siniestro del monetarismo.

Werner se comportó de manera algo impertinente en estos días, dijo que el presidente eligió crear una “escuela de charango” en el norte, antes que hacerse cargo de los problemas argentinos y obvió en los reportajes que concedió en ocasión de la presentación de su libro “La Argentina en el Fondo”, la propia responsabilidad del “staff” y del “board” del FMI, que a menudo emite delirantes teorías acerca de las economías de los países miembros del organismo.

Por otra parte, Werner denegó todo lo hecho por el Gobierno argentino. “El programa que se hizo con esta gestión no tiene apoyo ni del mismo gobierno. Es un país sin liderazgo técnico. Ante esto, el FMI prefiere esperar a que haya un gobierno que tome responsabilidad en el diseño de políticas públicas”, finalizó, dejando en claro su coincidencia con las opciones de la oposición, menos en su proyecto de dolarizar la economía. A confesión de partes…

Al Fondo, ¡¡¡SAF!!!

En uno de los primeros párrafos del documento por el que se aprobó el la revisión del Servicio Ampliado del Fondo (SAF), que suena como un cachetazo, los especialistas del FMI plantearon que “para alcanzar el déficit fiscal primario acordado de 1,9% del PIB este año sigue siendo esencial apoyar la estabilidad económica y financiera. Los esfuerzos se centran en reforzar los controles de gasto con medidas iniciales dirigidas a actualizar las tarifas de la energía y contener los salarios públicos y las pensiones, sin dejar de proteger el gasto prioritario en programas sociales y en infraestructura”, reza el comunicado que firmó la búlgara Kristalina Georgieva, directora del organismo multilateral de crédito.

Comprometidos con la exigencia de acumular reservas, aunque sea en detrimento de las inversiones necesarias para paliar la situación de los sectores sociales afectados por la crisis que el propio FMI ayudó a crear, el comunicado expresó que “la reciente realineación del tipo de cambio, sumada al endurecimiento de la política monetaria, debería continuar a ayudar a promover la acumulación de reservas y al mismo tiempo limitar el efecto de traspaso del tipo de cambio a la inflación”. A la vez, advirtió que “las tasas de interés real permanecerán en niveles debidamente positivos para seguir apoyando la demanda de activos en pesos”.

Decía un veterano economista que si los economistas hablan un lenguaje incomprensible para sus oyentes, es porque están mintiendo. Quizás esta máxima aplique para el párrafo siguiente. Atento, lector: “también se aprobaron modificaciones del objetivo de acumulación de reservas, así como de los objetivos de saldo fiscal primario y de financiación monetaria del déficit, junto con el compromiso de aplicar un nuevo paquete de políticas para corregir reveses en las políticas económicas, salvaguardar la estabilidad y lograr los objetivos del programa”. Zazaza es una palabra con contenido. De última, lograr los objetivos del programa significa ajustar, bajar gastos, mantener la estabilidad. Esto, para que el dinero flotante sea captado por el Estado, vía impuestos y tarifas, para pagar una deuda de dudosa legitimidad, que compromete el futuro de los argentinos por muchos años.

A pesar de todo, es posible que gane un candidato que va a sobreajustar el gasto, es decir, que va a sobrecumplir las metas de ajuste que exige el FMI.

¿A quién le importa, al fin y al cabo?

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