Mucho se habló en los últimos tiempos de la inevitable fractura del Frente de Todos. Tanto se habló que era posible notar en algunos una cierta repetición que suponía ocultos deseos. No se habla de los medios de comunicación, sino de ciertos cenáculos de la oposición, que apuestan a un triunfo futuro, que facilitaría la eventual división del peronismo.
Es una característica del peronismo la de mutar permanentemente, respondiendo a las exigencias de la coyuntura. Ocurrió en 1972, cuando se convirtió en el Frente Justicialista de Liberación, abriendo sus filas a la incorporación de las jóvenes generaciones y a otros partidos políticos nacionales. También en 1989, cuando Menem decidió que había que parecerse al enemigo para contrabandear un poco de peronismo en sus propias narices. Volvió a suceder en 2001, cuando Eduardo Duhalde enderezó un país que amenazaba con disolverse. Se repitió en 2003, cuando Néstor Kirchner negoció una deuda que se había hecho insostenible y decidió que era mejor que la oficina que el FMI ocupaba en el Ministerio de Economía fuera clausurada. Luego, Cristina Fernández de Kirchner fue la artífice de la incorporación de las nuevas generaciones que nacían a la política, continuando las políticas de Derechos Humanos, de matrimonio igualitario, de cupos femeninos y la reforma del Código Civil. Todo esto, para incluir cada vez más sectores sociales bajo la protección de un Estado que antes era definido como oligárquico.
En estos días se habló hasta el hartazgo de que la unidad del Frente de Todos se rompía, lo que no es verdad. La unidad se va a mantener, lo que va a cambiar son los objetivos y los nuevos protagonistas. Al menos, ése es el proyecto. La versión peronista del Frente de Todos ya cumplió su objetivo y quedó sumida en el pasado. Ahora es el momento de fijar nuevas metas.
Quizás no existan los traidores, ni los desertores, ni las construcciones de poder para expulsar a uno o a otro. Simplemente, el mundo cambió repentinamente. La guerra que transcurre en torno al Mar Negro dejará secuelas impredecibles hasta ahora. Para comenzar, el mundo ahora es multipolar. Esto ya venía ocurriendo, lo que pasa es que no se había manifestado con tanta claridad hasta el 24 de febrero último.
En este marco, la negociación con el FMI ya quedó atrás. Ningún objetivo se cumplirá y será necesario renegociar todo. Es un niño que nació muerto. Además, los nuevos desafíos que exigirá el mundo convierten al acuerdo en una parte millonésima de lo que será necesario ejecutar.
Hacia adentro de la Argentina, es necesario construir un esquema productivo que excluya la comercialización de materias primas, ya que ésta permite la aparición de caprichosos proyectos que sólo promocionan las producciones primarias y empobrecen sistemáticamente a la Argentina.
En nuestro país no hubo Revolución Industrial. Aquí, en el fin del mundo, triunfó el Sur agrario, no el Norte industrial. No hubo la Revolución del Algodón, que impulsó a los Estados Unidos a industrializarlo y a dejar de ser proveedores de materias primas para Inglaterra.
Por estas razones, un gobierno de transición –dejen de llamarlo débil- no puede ejecutar las reformas que son necesarias para adaptarse al mundo.
Conducción
Para que estas premisas se conviertan en realidad, debe existir una conducción política estratégica que sólo una persona puede ejercer en la Argentina. Queda a criterio del lector adivinar su identidad.
Hay algunas conducciones políticas regionales, ya que no todos los gobernadores la ejercen. Por nombrar a algunos que sí lo hacen, se puede subir a la lista a Alberto Rodríguez Saá (San Luis), a Gildo Insfrán (Formosa), a Jorge Capitanich (Chaco), a los misioneros Closs-Rovira y a Gerardo Zamora (Santiago del Estero). Omar Gutiérrez y Alberto Weretilnek son líderes provinciales sin terminal nacional, lo que es para ellos tanto una ventaja como una desventaja. La ventaja es que ningún “extranjero” les pisa el territorio y la desventaja es que su llegada a la Casa Rosada se vuelve más tortuosa, a no ser que algún proyecto exija los votos de sus diputados nacionales.
Alberto Fernández es el presidente que tuvo la responsabilidad de conducir el Estado en el momento en que se sucedieron, sin solución de continuidad, tres crisis casi simultáneas: el asalto del Estado por parte de los cultores de un neoliberalismo tardío, la pandemia del Covid-19 y la guerra entre el oriente europeo y la OTAN, que no es europea solamente, sino intercontinental.
El 2023
La vicepresidenta tiene la intención de que la experiencia peronista no se agote en 2023. Para que eso ocurra no tiene otra opción que desgajarse del tronco-madre del Frente de Todos.
El peronismo jamás podrá ser será una opción si deja tras de sí a un 50 por ciento de pobres y salarios que provocan que aun los que tienen trabajo sigan sumidos en la pobreza. En estas circunstancias, en especial la clase media –siempre proclive a comprar en los negocios de mercachifles cualquier proyecto liberal- se volcará a quienes prometen el sueño antiperonista.
Si la situación económica vigente en 2021, que aún no había llegado al deterioro de los días del presente, hizo que el peronismo perdiera cuatro millones de votos, es imaginable deducir que el 2023 está a punto de convertirse en una catástrofe electoral para el peronismo y sus aliados.
¿Habrá un nuevo contrato social? Es difícil saberlo. El Frente de Todos no cumplió con él, por lo que será difícil que le sea renovada la confianza. La única que podría lograrlo es Cristina, si es que llega. Pero, para ello debería abandonar la nave del Frente de Todos, en la que hoy se hospeda.
Para buscar la meta, sus emisarios recorrieron el país y diez gobernadores le habrían dado su acuerdo. Serían los de Misiones –hablaron con Maurice Closs-; Gildo Insfrán; Coqui Capitanich; Alberto Rodríguez Saá; Axel Kicillof, por supuesto; Gerardo Zamora; los catamarqueños Lucía Corpacci y Raúl Jalil; el tucumano Osvaldo Jaldo, sile gana la interna a Manzur; la santacruceña y cuñada de la vicepresidenta, Alicia Kirchner y el fueguino Gustavo Melella.
Pero hubo varios que dijeron que no. El primero fue el sanjuanino Sergio Uñac. Gustavo Bordet también prefirió “esperar hasta ver”. El santafesino Omar Perotti justificó su negativa por el tratamiento del conflicto con el campo. Juan Manzur, cercano al albertismo, también prefirió desistir. En La Pampa existe un fuerte conflicto entre el actual gobernador, Sergio Ziliotto y su jefe y precursor, Carlos Verna. No se puede contar con él, por ahora. El cordobés Juan Schiaretti ya está jugado en el apoyo a Juntos por el Cambio y ni siquiera se habló con él. El salteño Gustavo Sáenz juega en otra liga y tampoco será de la partida. Chubut es un polvorín y su estallido puede llevarse al massista Mariano Arcioni, que también milita en el no.
De todos modos, las candidaturas se definirán seguramente, en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Allí se medirán –hasta ahora- Cristina, Sergio Massa, Daniel Scioli, Florencio Randazzo y Sergio Berni.
Las encuestas preliminares le otorgan más del 70 por ciento de los votos a los tres primeros. Cristina conseguiría el 47 por ciento; Massa, cerca de un 27 por ciento y Scioli, un siete u ocho por ciento. El resto se repartiría lo que queda.
Como adelanto de una realidad que se modifica constantemente y no espera a los que pretenden influir sobre ella, el zarateño Abel Furlán llegó a la conducción de la Unión Obrera Metalúrgica, aliado con otros dirigentes del interior del país. Furlán es cercano a Cristina y a Máximo Kirchner, con quien jugó en la elección del PJ bonaerense, que ahora preside el diputado. Su elección modifica la relación de fuerzas en la CGT –aunque allí, Antonio Caló, ahora exsecretario general de la UOM seguirá siendo secretario de Interior-, por lo que ahora la vicepresidenta tiene a otro aliado de peso en el sector sindical, adonde ya tiene a otros.
La política es el arte de lo posible, por eso, dicen los que caminan los pasillos de la política, la actual coalición electoral ya cumplió con su objetivo y es hora de ir por nuevos caminos. Al menos, algunos lo piensan de esa manera.
Aún así, hay quienes dicen que no habrá fractura, al menos por ahora, pero que la divisoria de aguas fue el acuerdo con el FMI, convertido en el clavo que remachó el ataúd del Frente de Todos. Éste podría seguir existiendo, pero será una cáscara vacía hasta el día en que sea necesario reemplazarla.
Al fin y al cabo, la primera premisa es que romper es más fácil que construir. Y que nunca se rompe hasta que exista otro carril por el que sea posible ir a más. El que rompe por despecho o por perder una interna, no tiene otro remedio que saltar hacia un vacío que es la derrota. Y el objetivo es ganar. O, al menos, salvar lo que queda para volver después.