Todo comenzó hace casi tres años, con un juicio como tantos otros. En este caso particular, los fiscales debieron trabajar a destajo, porque las evidencias eran algo endebles para fundamentar las acusaciones contra los funcionarios que otorgaron 51 obras viales en la remota y desconocida provincia de Santa Cruz.
Finalmente, después de azarosas peripecias, los fiscales debieron fundamentar sus acusaciones. Previamente, se habían denegado pericias, se habían rechazado pruebas y se habían malquistado los jueces del tribunal con las defensas, más no con los fiscales. Cuando éstos alegaron, inmediatamente nació la controversia, ya que pidieron 12 años de prisión para la expresidenta y actual vicepresidenta de la Nación, que nunca fue funcionaria provincial en Santa Cruz, ni adjudicó una obra a otro de los acusados, un tal Lázaro Báez.
Más allá de los resultados de los alegatos de las defensas y de los fiscales, los jueces deberán fallar y los abogados seguramente apelarán, tal cual lo anticiparon en los medios de comunicación. La resolución será azarosa y no será inmediata, puesto que es probable que la solución final llegue a las manos de los miembros de la Corte Suprema.
Pero lo que está en juego en este proceso judicial no es una condena por corrupción. Eso sería, en todo caso, un tema menor. Por ello no entraremos en detalle acerca de los pormenores tribunalicios.
Una campaña nacida de la victimización
La vicepresidenta, consciente de que una condena floja de pruebas y pericias suena como lo que es, es decir, un modelo de guerra judicial (el mal nombrado “lawfare”), contraatacó acusando a los fiscales y a los jueces de parcialidad y de amistad entre ellos y, de esta manera, en su “blitzkrieg” lanzó, casi sin proponérselo, su campaña presidencial para 2023.
Las torpezas de los fiscales son apenas una anécdota en esta saga, aunque sirvieron para mostrar la trastienda de una Justicia que hace gala de escasa juridicidad. Porque no existe Justicia sin política. Todo fallo jurídico es político (parafraseando al Indio Solari). Muchos quieren adjudicarle a la dama de los ojos vendados una desabrida imparcialidad, que no existe.
Ahora llegó la hora de la política. Cristina Fernández de Kirchner, ante los repetidos ataques de los viene siendo víctima –no pasiva, vale aclarar-, decidió ocupar el centro del escenario, ya que ocupa el centro de la política desde hace varios años. No piensa repetir el repliegue a segundo plano con el que destruyó los planes de sus enemigos en 2019.
La vicepresidenta está pensando en encabezar una fórmula presidencial, acompañada o por Hugo Moyano o por Eduardo “Uado” de Pedro. El primero encarna el poder sindical que necesita el peronismo para construir una columna vertebral sólida y un proyecto político que será azotado por fuertes tempestades mientras se proponga llegar al poder. El segundo es un epítome de “la política”. Es capaz de sentarse con los representantes del poder y acordar políticas estables. Una virtud que escasea en la política argentina.
Moyano es una columna en sí mismo, que aporta muchos votos, pero no suma demasiado en la relación con el resto del peronismo, en especial con los gobernadores. Esta alianza es la otra base de la coalición. El territorio ha sido fundamental a lo largo de toda la historia peronista. Si se unen el territorio, los sindicatos y la clase media, existen chances de encarar el 2023 con alguna expectativa. Los gobernadores, por su parte, prefieren a de Pedro, ya que no todos cultivan una buena relación con el camionero y aquel trabaja habitualmente con ellos, codo a codo.
El principal escollo es, paradójicamente, la política económica del gobierno del que Cristina forma parte. El voto bronca resultante del proyecto casi neoliberal de Martín Guzmán y del apenas más moderado de Sergio Massa, cuyo tijeretazo a los fondos provinciales, a la educación y a la salud pública fue terrible, podría evitar que tenga continuidad la experiencia peronista sin peronismo que encarna Alberto Fernández.
Los movimientos sociales son un capítulo aparte en este proyecto. Sumidos en la crisis que provocó su llegada al poder, cuando se les adjudicó el manejo de áreas con jugosos presupuestos, no lograron implementar políticas, ni construir salidas laborales, ni siquiera organizar la llegada de ayudas sociales a las zonas rojas de los conurbanos de las principales ciudades argentinas. Hoy, su propia inopia llevó a que el Gobierno llegue a la conclusión de que ya no los necesita para que distribuyan las ayudas sociales. Al ministro de Desarrollo Social le basta con acudir a los canales institucionales –PAMI, ANSeS, Obras sociales provinciales-, que se mostraron siempre eficientes en esa tarea.
Esta inmadurez organizativa las puso en esta etapa ante la opción de revisar sus iniciativas o de aliarse con los movimientos trotzkystas, que suelen encarar azarosas vicisitudes y terminan casi siempre en la nada misma.
Tampoco será de la partida la CGT de los Gordos, que no se sabe si siguen cumpliendo funciones sindicales o aportan a otra cosa. Su inmovilidad durante los tiempos terribles del macrismo y durante los casi tres años de Alberto Fernández los puso en el dilema de tener que tomar –algún día lo harán- una definición que les dé identidad. De todos modos, por ahora siguen cultivando la hibridez en sus funciones y eso los mantendrá alejados de las ligas mayores.
Los intendentes, la otra base territorial peronista, salieron a mostrar su apoyo a la vicepresidenta con celeridad y con mucha firmeza. Saben que su única opción política es estar cerca de la construcción de Cristina, porque no existe otro camino para ellos. En la provincia de Buenos Aires, lo tienen a Insaurralde manejando el presupuesto, por lo que la opción Axel Kicillof les da confianza, después de los cortocircuitos del inicio de 2020. Si no fuera candidato el exministro de Economía de Cristina, impulsarían a uno de ellos para sucederlo.
Las opciones del Circulo Rojo
Los grandes empresarios se encuentran en estos días atrapados en un juego peligroso. Tienen una política de tres vías. La primera es la inflación, de la que reclaman derecho de autor en su guerra de desgaste contra el peronismo. La segunda era la del fiscal Diego Luciani, que antes fue kirchnerista y luego devino en enemigo del kirchnerismo, sin dejar tampoco torpeza sin cometer. No pareciera que va a tener mucho éxito.
La tercera vía es Juntos por el Cambio. No quieren ya que Mauricio Macri repita. Saben que su inteligencia política es escasa y que sus aliados se encuentran en estos momentos en estado, no de rebeldía, sino de caos. Ningún líder liberal aglutina a toda la tropa. Macri quiere el segundo tiempo, pero ya no es capaz de imponer su conducción. Horacio Rodríguez Larreta pareciera ser el líder necesario en esta coyuntura, pero no se mostró audaz, ni confrontativo, ni duro. Esa timidez le juega en contra. No están convencidos de que puede ser el timonel adecuado para conducir un barco que deberá navegar por aguas procelosas.
Ante esta situación, algunos de ellos piensan que el segundo tiempo del peronismo sería una salida. No todos los acompañan, pero la discusión interna existe, tanto en la Unión Industrial Argentina (UIA) como en la Asociación Empresaria Argentina (AEA).
Un finale allegro molto
La cultura peronista es muy particular y a menudo genera hechos inesperados, que sorprenden aún a los iniciados.
En estos días, siguiendo el principio liminar que reza: “ellos tienen morgueras, nosotros tenemos ambulancias”, le ofrecieron al propio Miguel Ángel Pichetto un regreso “con alfombra roja”. Quizás la cereza del postre sea un futuro paso por el Ministerio del Interior. “El único senador romano que tenemos no puede andar de romería con los gorilas”.
Sus interlocutores plantearon que su relación de larga data con los gobernadores lo convierte en un importante alfil para esta tarea. El alfil, en inglés se denomina “bishop” (obispo) y en portugués, “bispo”. Esa tarea ecuménica le sería confiada al rionegrino, si su abandono tuviera doble vía.
En caso de fracasar la operación, sería un “allegro, ma non tropo”, en ambos sentidos: ni demasiado alegre, ni demasiado rápido. Cosas del destino.