Niantes era un horrible negociante ni ahora es un genio de las finanzas. Nos estamos refiriendo, por supuesto, al ministro de Economía, Martín Guzmán. Como suele suceder en casi todos los partidos, la pelota transita más por el medio que por los extremos.
Tras largos meses de una soporífera negociación, que cansó hasta al más paciente de los protagonistas, Guzmán logró finalmente llevar el barco a buen puerto, con algunas de las premisas que se había propuesto el Gobierno desde un principio (plazos, quitas y baja en los intereses) y con la muñeca de un Alberto Fernández negociador, que cedió en algunos puntos para que tanto tiempo y energía no redundara en otro fracaso con default incluido, un clásico de nuestro país.
Realmente es una buena noticia para la Argentina, que estaba muy necesitada de este tipo de definiciones a nivel local y, sobre todo, en un mundo que cada vez castiga con más dureza los errores cometidos por los otros, que hasta castiga desde el poder sólo por conveniencia, aunque no medien errores de por medio. Esta es la oportunidad ideal para lanzarse con un paquete de medidas que generen una expectativa de crecimiento y de inversiones en el ámbito de los empresarios nacionales y extranjeros.
Por nuestra tradición deudora, todos los sectores esperaban este desenlace como campana de largada de un gobierno que no ligó nada con la pandemia, más allá de sus propias contradicciones, que volvieron a ser saldadas con el empuje conjunto de los líderes de la coalición gobernante.
También es una buena noticia desde la política que, a la hora de las cosas trascendentes fronteras afuera, el gobierno se muestre unido en una decisión de este tipo.
Sería también otra buena noticia que cuando sea el momento de presentar el paquete de inversiones que lance el gobierno, al menos una parte de la oposición acompañe esta postura, intentando generar confianza en un país que vive empezando de nuevo cada vez que cambia de signo político. Esto no le permite avanzar con ese conjunto de políticas de Estado que nos corran de la incómoda posición que ostentamos en el concierto de las naciones del mundo, a partir de los números que asustan tanto como la realidad política que los generó.
Para ello es necesario que el Presidente consolide la centralidad necesaria que le otorga su cargo, habida cuenta de que los votos no serán necesarios al menos por un rato, y cuando ello suceda el cuidado de la gente en la pandemia y la negociación finalizada con éxito con los bonistas externos sean su nueva carta de presentación.
En un país donde muchos se acostumbraron a conformarse con poco, no parece ser éste un mal punto de partida, pero no nos engañemos, es exactamente eso: el comienzo de algo muy duro y no un fin glamoroso en sí mismo.
El mundo será mucho más injusto de aquí en adelante, ya que los proteccionismos vigentes en determinadas regiones o en los países más potentes en la faz económica, han prevalecido por sobre la solidaridad durante el desarrollo de este fenómeno de pandemia global, en donde es muy marcada la diferencia como las naciones ricas actúan de una manera y las pobres de otra, más allá de la eficacia de sus decisiones.
Lo mismo pasa dentro de cada uno de los países en los cuales la brecha se seguirá ampliando, con un vértice cada vez más concentrado y una base mucho más amplia socialmente. Del estado de Bienestar del siglo pasado hacia acá, la tendencia es contundente.
La pobreza y el hambre, los desocupados, la inseguridad y la delincuencia creciente, la calle ocupada por la demanda insatisfecha y la falta de una esperanza nítida en el horizonte cercano serán las postales de lo que vendrá, inexorablemente.
La puesta en marcha del país y de su aparato productivo reformateado, que posea una educación encaminada hacia la inteligencia moderna, que cuide a cada uno de los sectores -sobre todos los más vulnerables- en el futuro cercano, que defina correctamente sus objetivos y que persista en alcanzarlos más allá de las diferencias coyunturales exigen la ubicación correcta, a partir de un Estado moderno y flexible, de los distintos actores en su lugar, del involucramiento de más mentes en el diseño futuro de la Nación y una autocrítica que nos permita conocer todo aquello que nos trajo hasta esta realidad.
Todo ello será el desafío que la clase dirigente toda deberá concretar para escribir una página diferente en nuestra historia, la de la unidad nacional para hacer realidad la grandeza de la Patria.