Hace exactamente 60 años, el 9 de junio de 1956, un grupo de hombres y mujeres intentó facilitar el retorno del General Juan Domingo Perón por la misma vía por la que éste había sido derrocado, casi un año antes, es decir, por medio de un golpe de Estado cívico-militar.
El levantamiento estaba previsto para la noche del 8 al 9 de junio y la señal iba a ser el fin de la pelea que sostenía Eduardo Lausse en el Luna Park. Los líderes eran los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, que capitaneaban el Movimiento de Recuperación Nacional.
En esos días, la sangrienta Revolución Libertadora había prohibido que se nombrara siquiera al Partido Peronista y tampoco se podía publicar ni sus símbolos ni sus emblemas. El cadáver de la esposa del derrocado general Perón había sido secuestrado y había sido derogada por decreto la Constitución de 1949, que otorgaba rango contitucional a los derechos económicos y sociales de los trabajadores.
Al mismo tiempo, se encontraban prisioneros en el vapor Washington, anclado a varios kilómetros río adentro, cientos de militares y civiles peronistas, que debían soportar condiciones de hacinamiento y maltrato rayanas con la tortura.
Memoria de la masacre de los basurales
En la noche del 8 de junio, algunos jóvenes se encontraban en una casa de la localidad de Boulogne, ubicada en Hipólito Yrigoyen 4519, supuestamente para escuchar la pelea de Lausse con el chileno Humberto Loayza por título sudamericano de los medianos. En realidad, esperaban la señal para unirse a la asonada.
Repentinamente, a las 23:30, cuando los diez jóvenes que estaban en la casa comenzaban a inquietarse porque la señal de largada no llegaba, una fuerza policial, al mando del jefe de la Policía Bonaerense, Desiderio Fernández Suárez, allanó el domicilio y se los llevó presos a todos. Su destino fue la Unidad Regional San Martín de la policía provincial, adonde fueron conducidos en medio de brutales maltratos.
En realidad, los policías buscaban al General Raúl Tanco, uno de los jefes de la asonada, que no se encontraba en el lugar. Alrededor de las tres de la madrugada, Fernández Suárez le ordena al jefe de la Regional San Martín, comisario Rodolfo Rodríguez Moreno, que fusilara a los 12 militantes peronistas que tenía en sus manos -habían sido detenidos dos más, Reinaldo Benavídez, que llegó a la casa después que se llevaran a los demás y lo detuvieron los agentes de consigna y Julio Troxler, que había sido apresado en otro lugar-, aunque sin especificar adónde.
Rodríguez Moreno los lleva primero al cercano Liceo Militar, ubicado sobre la Ruta 8, a unas pocas cuadras del Camino de Cintura. En una escena desopilante si nofuera trágica les pide a los militares que le permitan fusilar allí a sus detenidos, pero la negativa es terminante. A las cinco de la mañana regresa a la Unidad y vuelve a llamar a Fernández Suárez, que le ratifica la orden de asesinarlos.
A las 5:30 vuelve a salir desde la Unidad Regional, dispuesto a cumplir con su misión de exterminio. Rodríguez Moreno va en un auto y detrás lo sigue un camión celular, en el que van los detenidos. Toman por Ruta 8, vuelven a pasar por el Liceo Militar adonde les negaron la colaboración y doblan a la derecha por el Camino de Cintura, rumbo a José León Suárez.
Primero se detienen en un descampado, pero el lugar no es el adecuado y además ya falta poco para el amanecer, por lo que ya hay transeúntes que transitan por ese lugar, que se mantiene desolado en la noche. Finalmente, llegan a un basural, a unos 300 metros del lugar anterior.
La escena es dantesca. Los faros de los vehículos policiales perforan ominosamente la noche, dándole al escenario un aura dramática que antecede a la masacre que están a punto de cometer. Bajan a los detenidos a punta de pistola y los llevan hasta el basural. Los prisioneros se dan cuenta que los van a matar y se agitan en su angustia. El corajudo Norberto Gavino sale corriendo repentinamente y se pierde en la noche, ileso. Antes, intenta arrastrar con él al gigantesco Nicolás Carranza, que no puede correr debido a su corpulencia. Implora por sus hijos, pero le disparan y lo matan.
Los detenidos comienzan a correr en todas direcciones, mientras arrecia el fuego de los viejos fusiles Mauser policiales. Rogelio Díaz, que es un exsuboficial de la Marina, salta del celular y también escapa. en la confusión, los policías matan a Francisco Garibotti y a Mario Brión que también corrió, pero su pulover blanco brillaba claramente en la noche y le permitió a alguno de los uniformados darle un balazo y matarlo.
Juan Carlos Livraga, Miguel Ángel Giunta -detenido en una casa vecina a la de Hipólito Yrigoyen- y Horacio Di Chiano se hacen los muertos y yacen allí, en el suelo del basural, esperando con los ojos cerrados el disparo que les arranque la vida, con la esperanza de que los verdugos sean lo suficientemente desaprensivos como para seguir de largo y dejarlos allí. Aprovechando la oscuridad, de repente Giunta se lanza en una loca carrera y logra escapar.
Entretanto, aún atrapados en el camión, Julio Troxler, Reinaldo Benavídez y Carlos Lizaso se trenzan cuerpo a cuerpo con los policías que los vigilan. En las cortas distancias que rigen en el interior del vehículo policial, los fusiles no impresionan. Los dos primeros logran reducir a sus captores y se pierden en la noche, pero tres policías se arrojan sobre Lizaso, primero lo reducen y luego lo llevan al basural y lo asesinan cobardemente.
Allí quedan tirados en el suelo, distribuidos en el basural, cinco hombres muertos -Mario Brión, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Carlos Lizaso y Vicente Rodríguez- y dos que aún están vivos, que son Juan Carlos Livraga y Horacio Di Chiano. Rodríguez Moreno, como un cuervo que huele la muerte, va de uno en uno, asegurándose de que estén muertos. Al fin y al cabo, una misión es una misión. Di Chiano tiene éxito y lo convence de su postura de hombre muerto y el comisario sigue de largo, pero Livraga parpadea apenas bajo los focos de los vehículos policiales y el policía se da cuenta.
Rodríguez Moreno ordena a sus subordinados que rematen a Livraga. Le pegan tres tiros: el primero le rompe la nariz, el segundo le atraviesa la mandíbula y el tercero le pega en el brazo.
Años después, el hombre que creó esa extraña disciplina literaria denominada “ficción periodística”, Rodolfo Walsh, encontró a Livraga, al que uno de sus amigos anunció como “hay un fusilado que vive”. Y así nación “Operación Masacre”, el libro que precedió por nueve años a esa otra obra maestra que fue “A sangre fría”, que escribió el gran Truman Capote.
Los otros muertos
Mientras los hombres de Boulogne sufrían su destino de muerte, sus demás compañeros entraron en la misma penuria en cárceles y penales militares.
Así corrieron la misma suerte que ellos otros civiles y militares, que fueron asesinados impiadosamente por la dictadura, más aún teniendo en cuenta que los asesinados no asesinaron a nadie. La dictadura no tuvo bajas en estos avatares.
Ésta es la terrible lista de las 31 víctimas de la Revolución supuestamente Libertadora, en esos días de junio de 1956:
Asesinados en Lanús, en simulado fusilamiento, el 10 de Junio de 1956
Tte. Coronel José Albino Yrigoyen,
Capitán Jorge Miguel Costales,
Dante Hipólito Lugo,
Clemente Braulio Ros,
Norberto Ros
Osvaldo Alberto Albedro.
Asesinados en los basurales de José León Suárez, de disparos por la espalda, el 9 de junio de 1956
Carlos Lizaso,
Nicolás Carranza,
Francisco Garibotti,
Vicente Rodríguez,
Mario Brión.
Muertos por la represión en La Plata, el 10 de junio de 1956
Carlos Irigoyen,
Ramón R. Videla,
Rolando Zanetta.
Fusilados en La Plata, entre el 11 y el 12 de junio de 1956
Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno,
Subteniente de Reserva Alberto Abadie.
Fusilados en Campo de Mayo, el 11 de junio de 1956
Coronel Eduardo Alcibíades Cortines,
Capitán Néstor Dardo Cano,
Coronel Ricardo Salomón Ibazeta,
Capitán Eloy Luis Caro,
Teniente Primero Jorge Leopoldo Noriega,
Teniente Primero Maestro de Banda de la Escuela de Suboficiales Néstor Marcelo Videla.
Asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército, el 11 de junio de 1956
Sub Oficial Principal Ernesto Gareca,
Sub Oficial Principal Miguel Ángel Paolini,
Cabo Músico José Miguel Rodríguez,
Sargento Hugo Eladio Quiroga.
Ametrallado en el Automóvil Club Argentino, el 11 de junio de 1956
Miguel Ángel Maurino (falleció el 13 de junio de 1956, en el Hospital Fernández)
Fusilados en la Penitenciaría Nacional de la Avenida Las Heras, el 11 de junio de 1956
Sargento ayudante Isauro Costa,
Sargento carpintero Luis Pugnetti,
Sargento músico Luciano Isaías Rojas.
Fusilado en la Penitenciaria Nacional de la Av.Las Heras, el 12 de junio de 1956
Gral. De División Juan José Valle.
Asesinado, simulando suicidio por ahorcamiento, en la Divisional de Lanús el 28 de junio de 1956, donde estuvo detenido desde el 9 de junio de 1956
Aldo Emil Jofré.