En las últimas semanas, se agitó desde algunos sectores de la economía una discusión que de tanto en tanto regresa, siempre adornada por los sucesos de la coyuntura y por algunas demandas empresariales, que le otorgan un cierto color de urgencia en ocasiones. La remanida polémica se podría resumir en pocas palabras, las que emiten los que reclaman porque “en Argentina hay demasiados impuestos”.
Para fortificar su argumentación, hubo quienes llegaron a afirmar que, en total, los argentinos pagamos 164 impuestos, aunque sin discriminar en este caso entre los tributos sectoriales, como Ganancias y los impuestos que paga todo el mundo, como el Impuesto al Valor Agregado.
Para empezar desde el principio, es necesario echar luz sobre los significados y los alcances que tienen las palabras. Como la conversación y el parloteo son permanentes en los medios de comunicación, que transmiten 24 horas al día, muchas veces la imprecisión sin mayor sentido reemplaza a los significantes y se termina perdiendo el sentido de las palabras que se utilizan para describir la realidad.
Un impuesto es un tributo que el Estado exige a los contribuyentes, sin una contraprestación determinada. Claro que, al detallar que con ellos se financia a la educación, los hospitales y la seguridad, su destino y su pertinencia parececieran ser indiscutibles.
Pero la discusión no nació ayer, sino que viene desde un largo tiempo y hasta tuvo capítulos que rozan lo grotesco, como cuando un reciente diputado nacional atacó, el 1° de febrero último, con soeces palabras al Papa Francisco, que había afirmado que se deben pagar impuestos, porque de esa manera “se protege la dignidad de los pobres”. El legislador en cuestión lo atacó, achacando al Pontífice de que “tu modelo es la pobreza”, acusándolo de estar “siempre parado del lado del mal. Si a alguien le da un ataque de caridad y sale con una pistola a robar para financiarlo ¿lo bendecís?”, remató el referente político del neoliberalismo, parado en el propio abismo desde el que se precipitaba al encuentro del ridículo.
Una verdad a medias es una mentira
Si alguien dice que existen 164 impuestos en Argentina, pero no especifica cuáles son, miente. Especialmente, porque el listado que se publicó a libro cerrado –una información que ningún periodista debería aceptar- incluye a las tasas –que son tributos que exigen una contraprestación por parte del Estado, por ejemplo, ABL-; a los derechos –por ejemplo, derechos de cementerio-; a las contribuciones –que son servicios que también tienen contraprestación, por ejemplo “para uso del matadero municipal”-; a los regímenes laborales –como el pago que las empresas realizan a sus trabajadores registrados en concepto de asignaciones familiares o aportes patronales. Además, existen cánones, fondos y otras formas de cobro por el Estado, que casi siempre se asocian con algún tipo de contraprestación.
Aún así, en el análisis de la lista de impuestos que se publicó, citando como fuente al Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), se puede deducir, según el Centro de Economía Política Argentina, que el 65 por ciento de los conceptos no son impuestos, sino contribuciones por ítems específicos, como por ejemplo, la “tasa por inspección de estructuras soporte de antenas y equipos complementarios de telecomunicaciones móviles”, que sólo es pagada por quien instala una de esas armazones, que sólo puede ser para una radio o para una empresa telefónica, por ejemplo.
La mayoría de las tasas son cobradas por los municipios, de las cuales las principales son Alumbrado, Barrido y Limpieza, Habilitaciones y Seguridad e Higiene, que significan el 85 por ciento de la recaudación comunal. Los derechos también les caben a los municipios y conforman un porcentaje menor, pero significativo en la recaudación.
Los ítems de tasas, derechos y contribuciones, que conforman más del 50% del listado, son tributos, pero no impuestos, ya que exigen contraprestaciones específicas por parte del Estado.
En el listado están incluidos, además, los cánones que se cobran por servicios públicos concedidos en licitaciones.
Pero las cosas no se quedaron allí. En el inventario fue agregado el Aporte Extraordinarios de Grandes Fortunas, un impuesto que fue cobrado una sola vez en la historia, al menos hasta ahora. También fueron incluidos los Fondos, que son financiados por impuestos ya existentes, como el Fondo de Emergencia por el Covid-19 o el Fondo Nacional de Incentivo Docente o el Fondo Nacional de la Vivienda (FONAVI).
La deshonesta parcialidad de los autores del cuestionamiento se vio más claramente con la incorporación al listado de los aportes que realizan los trabajadores al sistema de seguridad social y el Monotributo, que posee una porción que va al sistema impositivo y otra, que va al sistema previsional.
Sobre el final, hay un flagrante ¿error?, que abarca al Impuesto a las Ganancias. Aparece dos veces, como ganancias a las sociedades y como ganancias de las personas físicas. Es necesario informar que el impuesto es uno solo y tiene no dos, sino cuatro categorías. La primera deriva de las generadas por el usufructo de inmuebles urbanos y rurales; la segunda, de los ingresos obtenidos por acciones, intereses y dividendos; la tercera son las ganancias obtenidas por sociedades y empresas unipersonales y la cuarta, e el ingreso del trabajo personal en relación de dependencia.
Esta burda operación fue ejecutada con el objeto de preparar el terreno para modificar dos impuestos, en especial, para el caso de que acceda al poder un gobierno de corte liberal en 2023: Ganancias y Bienes Personales. Éstos son los que deben pagar quienes poseen patrimonios cuantiosos. Los ricos, en una palabra.
Además, este mismo sector con estas modificaciones al sistema impositivo, intentará ponerle fin a las retenciones a los productos agropecuarios.
El Estado recauda
Paralelamente, el 71% de la recaudación tributaria proviene de los impuestos que cobra el Estado. De esta cifra, el 90% es el resultado del cobro de cinco impuestos. El IVA significa el 37% de esta cifra; el Impuesto a las Ganancias, el 27%; el Impuesto a los débitos y créditos, el 8,5%; Combustibles, el cuatro por ciento y los recursos aduaneros, el 15%.
Comparativamente, además, Argentina ejerce menor presión tributaria que Brasil y Uruguay. Con respecto al resto del mundo, Argentina se encuentra en línea con el resto de los países de América del Sur y por debajo de los países más desarrollados, como Alemania (38,3%); España (36,6%); Italia (42,9%); Francia (45,5%) y Dinamarca (46,5%). Por contrapartida, Argentina se encuentra por encima, en cuanto a presión impositiva, de otros países sudamericanos que poseen una cobertura de salud y de seguridad social muy inferiores a la de nuestro país.
Alta regresividad
El sistema impositivo argentino es uno de los más regresivos de la región. Para muestra, los impuestos a los sectores más ricos de la sociedad explican sólo el 38,8% de la recaudación, por debajo de Chile, Alemania, Uruguay, España, Reino Unido e Italia, entre otros.
Con el advenimiento del Frente de Todos al poder, esta regresividad disminuyó un poco, ya que llevó los impuestos progresivos al 41% en 2020, revirtiendo el proceso que lideró Mauricio Macri, que había disminuido los impuestos a la riqueza (Ganancias y Bienes Personales, entre otros). Para revertir definitivamente esta estructura impositiva sería necesario rebajar los impuestos al consumo (IVA, por ejemplo) y aumentar los que fueron mencionados unas líneas más arriba.
Pequeñas historias recaudatorias
A lo largo del devenir de la Humanidad, hubo impuestos insólitos. El más antiguo conocido proviene del antiguo Egipto. Allí, el faraón cobraba un alto impuesto por el aceite de cocina que fabricaba él mismo. Para peor, el aceite no se podía utilizar dos veces. El faraón enviaba a sus inspectores para que revisaran los hogares a la hora de las comidas y se aseguraran de que el aceite fuera el suyo y que estuviera fresco.
Siglos después, en el Siglo I d.C. se tasó en Roma nada menos que la orina. Resulta que esta deposición humana contiene amoníaco, que era profusamente utilizado en las industrias, en especial, la de las lavanderías y la de los curtidores de pieles.
Fue entonces que el emperador Vespasiano aranceló el pis que se recogía de los baños públicos. Se cree que de esa circunstancia nació el apotegma “pecunia non olet” (el dinero no huele). Aún hoy en Roma se conoce a los urinarios públicos como “vespasiani”.
En los albores del año 1.535, el controvertido rey británico Enrique VIII impuso un tributo a las barbas, que variaba de acuerdo con la condición social del usuario y con la longitud de su pilosidad. Los que la usaban eran los miembros de la clase alta. Pagar el impuesto era un signo de prestigio, por lo tanto.
Otro impuesto que fue muy cuestionado fue el que impuso el jefe de Estado antimonárquico Oliver Cromwell. Cuando consiguió ser nombrado Lord Protector de Inglaterra, el 16 de diciembre de 1653, decretó un impuesto del diez por ciento sobre la renta, para financiar a la milicia que debía reprimir a los seguidores de la corona. ¿Quiénes debían pagar el tributo? Los seguidores de la corona, precisamente. Perverso, pero genial.
El último caso que presentaremos es el más controversial, por su propia naturaleza. Algunos países europeos cobran un impuesto especial por las flatulencias de las vacas.
Aunque cueste creerlo, estas temibles portadoras de gas metano, que suelen compartir generosamente con el aire que las rodea, dispersan con cada cuesco uno de los gases que más inciden en el calentamiento global.
Dinamarca es el país que marcha a la cabeza de esta necesidad recaudatoria. Les cobra a los ganaderos de ese país un arancel de U$s110 por cada vaca.
Otra que las retenciones. Allá, el campo viviría de paro si los ganaderos fueran como acá.