Era un día como cualquier otro, hasta que el chillido de una dama rompió la paz del edificio público, en cuyo sexto piso habitan ciertos fantasmas hambrientos, a los que la inanición convierte en asaltantes nocturnos de refrigeradores ajenos.
–¡¡¡Me robaron la comida de la heladera!!!– bramó la dama, poseída por el santo furor de las mujeres intachadas, presa de un extraño síndrome que los más prestigiosos científicos internacionales estudiaron con ahínco durante muchos años, ya que sus colegas de cabotaje no conectaban extremidades inferiores con balón (o pie con bola, como dicen en la calle). Aquellos, al hallar finalmente la explicación, la denominaron -alborozados- como “síndrome de lospenaatodos”.
Pero, siguiendo con nuestro pedestre relato, los alaridos de la dama diseminaron la alarma por el edificio, alterando la quietud habitual que reina en esos lugares en los que se trabaja de sin desmayo para cambiar el país.
–¡¡¡Ponen palos en la rueda!!!– bramaba la dama, presa aún del “síndrome de lospenaatodos”, que incluye convulsiones financieras, brotes verdes de espuma oral, desaparición de síntomas indeseables pelilargos y que, peor aún, funciona como generador de todo tipo de omisiones fiscales.
La indignación de la dama se contagió inmediatamente a la jefatura, que en ese preciso momento exigió, en tono airado, lo mismo que exigen en la calle las multitudes temerosas, que al ritmo del aplauso reclaman sin cesar: ¡Seguridad! ¡Seguridad!
Inmediatamente, ante la crisis de la dama, los jefes corrieron hasta la oficina de los hombres que proveen de tranquilidad, más que de seguridad, aunque ambos términos a veces se cruzan, se abrazan, se separan y finalmente vuelven a confluir.
Desde aquella infausta jornada, el público costea de su bolsillo la frágil integridad de la heladera, que yace allí, aunque vacía de alimentos, contagiada por la tranquilidad que provee el agente de consigna, firme en el lugar durante las 24 horas del día.
Al fin y al cabo, cada uno cumple allí con su deber. Por una parte, el ínclito agente de seguridad mantiene inviolable el contenido del refrigerador vacío, porque para eso está. Por la suya, la representante del pueblo de la Nación Argentina, legisla, gestiona, expone y enfrenta a las cámaras con enjundia, evitando el ludibrio destructor y cultivando la eutrapelia republicana, que para eso está, también.
La heladera de la discordia, por lo que se pueder observar en la foto, yace allí despojada de su función refrigerativa, pero podemos ofrecer el consuelo de decir que nada alterará, de ahora en más, la calma del edificio. Un colmo de seguridad.