Cuentan los cronistas de la ufología que hace poco una nave extraterrestre aterrizó en la Tierra y abandonó temporalmente a uno de sus tripulantes, al que le encomendaron la misión de elaborar un informe político objetivo sobre la Argentina, advirtiéndole que era posible que algunos tramos podrían resolverse volcando sobre la pantalla más suposiciones que certezas.
El especialista en ciencias sociales extraterrestre habló de un hombre que, gozando de la simpatía de miles de sus conciudadanos, los insultaba cotidianamente, como si sus votantes fueran los culpables de los dilemas que lo acosaban, culpándolos porque lo colocaron en el lugar al que aspiraba, pero que al alcanzarlo lo traumatizó.
También llegó a la conclusión de que, precisamente a quienes buscaron consuelo en su figura, el sujeto en cuestión -que en tiempos pretéritos se disfrazaba de superhéroe- los trataba con desdén y les quitaba el sustento, haciendo gala de un fingido y descarado candor.
Otro dilema que el cronista debió resolver fue la existencia en el discurso del dirigente de una realidad que el ingenuo extraterrestre no pudo rastrear. Sólo la conoció a través de sus palabras, que no la describían. Entonces, lo calificó como “una realidad irreal” o “un mundo paralelo”, que el analista no conseguía observar con sus propios ojos.
Las incongruencias que el desesperado extraterrestre encontró, en realidad que le tocó presenciar, llegarían al paroxismo con algunos sucesos acaecidos en los últimos días.
El protagonista de su trabajo -lo sabría después- nació a la vida pública cometiendo todos los desatinos que escupen los paneles de la televisión, desde los que se fue convirtiendo de a poco, casi sin darse cuenta, en un símbolo de la “banalidad del mal”.
El involuntario analista de la realidad argentina no logró jamás comprender cómo es posible que la política se haya convertido en un show televisivo y en vehículo del insulto en las redes sociales. El pobre extraterrestre no comprende el odio gratuito. También en su mundo hay guerras y odios, pero éstos tienen una razón concreta: antiguos crímenes, asuntos de comercio pendientes, deudas incobrables, batallas por los recursos, ganadas o perdidas. Su gente pelea por una razón concreta. Por el contrario, hay demasiados intangibles en este mundo, pensó.
Luego, el desorientado analista debió consultar a los científicos de la economía, la política y la sociología para corroborar lo que escuchó y ahí el panorama se le complicó de manera exponencial.
Ellos, allá en su lejana galaxia, conocen los recursos que se deben utilizar para acumular poder, riqueza, razón y certeza. Saben que lo primero que debe tener quien ostenta el poder es una verdad, al menos. Sobre eso construirá su edificio de razones. El poder debe explicar sus verdades y debe imponer su versión de los sucesos que acontecen y luego debe hacérselas llegar a las masas.
Este ejercicio exige un nivel de inteligencia y de episteme que no logró descubrir en la Argentina de hoy. ¿Es necesario que un hombre explique que “la economía va a irse para arriba como pedo de buzo? Confundido una vez más, buscó “pedo” en el diccionario: “ventosidad que se expele del vientre por el ano”, leyó. Abandonó enseguida la búsqueda, consciente de que jamás entendería el significado del término. Economía y pedo no concuerdan en su imaginario.
Luego tomó al azar otra frase, cuyo significado se le hacía necesario entender para perfilar al personaje en cuestión. “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes, con los nenes encadenados y bañados en vaselina. Y los políticos son los que ejecutan el Estado. Entonces, tenemos que entender que nuestros verdaderos enemigos son los políticos”, expresó el personaje que debía analizar. Allí, al borde del colapso, se preguntó: “¿Los políticos son sus enemigos? ¿Él no es un político?” ¿Qué relación tiene un nene encadenado y bañado en vaselina con un político? Nuevamente, el intelectual ganimedeano (su nave partió hace un millón de años desde Ganímedes, una de las nueve lunas de Júpiter) debió abandonar toda explicación.
Luego, azorado, llamó al capitán de su nave y solicitó su extracción de este planeta, un lugar a todas luces incomprensible para su inteligencia, entrenada en los avatares y en las emboscadas de la ciencia, aunque no en las incorpóreas frivolidades de esos pequeños seres que conforman la raza humana.
Como corolario de esta hazaña interestelar, el científico ganimedeano consiguió llevarse con él una frase del gran matemático persa Al-Juarismi sobre el valor del ser humano, una materia en la que se encontraba especialmente interesado. Mientras la nave comenzaba su marcha hacia el infinito universal, leyó, sobresaltado:
Al Juarismi dijo, sobre el valor del ser humano:
Si tiene ética, entonces su valor es igual a 1.
Si además es inteligente, agréguele un cero y su valor equivaldrá a 10.
Si también es rico, súmele otro cero y su valor será de 100.
Si, por sobre todo eso, es además una persona de bello aspecto, agréguele otro cero y su valor llegará a 1.000.
Pero si pierde el 1, que representa a la ética, perderá todo su valor, pues solamente le quedarán los ceros.
Sin valores éticos ni principios sólidos, los únicos que restan son delincuentes, corruptos y personas que no valen más que cero.
Entonces, razonó, alguna vez en la Tierra hubo inteligencia, ¿cómo es posible que reine este nivel de estolidez en los tiempos actuales?
Sin haber logrado responder esta pregunta, minutos antes de partir, casi de últimas, el extraterrestre había manoteado de una mesa de libros usados de la avenida Corrientes un tratado de filosofía. Por casualidad, lo primero que encontró fue una sinopsis del significado del “nihilismo”.
“Nihilismo: (del latín nihil, ‘nada’) es una doctrina filosófica que considera que al final todo se reduce a nada, y por lo tanto nada tiene sentido. Rechaza todos los principios religiosos, morales y gnoseológicos, a menudo fundamentándose en la creencia de que la vida no tiene sentido, de que no existe una deidad, puesto que la naturaleza y el universo son indiferentes con el ser humano, sus valores y su sufrimiento, de que no existe un fin último teleológico en presencia de un orden divino, toda vez que Dios ha muerto, de que no hay una verdad absoluta y de que la realidad es aparente”.
Nuevamente desconcertado, el ganimedeano pensó que los humanos tienen un lenguaje que no refleja la realidad, como las razas inferiores con las que tropezó su nave a lo largo de su extensa epopeya. En su informe recomendará a sus compatriotas que invadan este planeta, en el que mandan los necios y en el que sólo se reconoce a los que gritan y amenazan, pero no a los verdaderos héroes.
Les dirá a sus superiores que adonde anidan los héroes no hay que meterse, como los ganimedeanos saben. Pero que en el Planeta Tierra se desprecia a los valientes y a los inteligentes y se entroniza a los cobardes y a los brutos, por lo que será fácil someterlos.