La vertiginosa evolución de la peripecia política en la que quedó sumida la Argentina, golpeada por la absoluta ausencia de planes de gobierno de la que hace gala Cambiemos, que primero se muestran como cultores de un capitalismo extremo y luego giran violentamente hacia una suerte de capitalismo social, para luego volver a su idea primaria de favorecer la acumulación para el club de fans, puede estar gestionando -como consecuencia no deseada- el regreso de Cristina Fernández de Kirchner, o algún otro líder peronista, a la Casa Rosada.
Las encuestas están mostrando eso, al menos. Los índices de los que no la votarían vienen decreciendo lentamente desde diciembre de 2018, cuando comenzaron en el 55%, pasando a ser en enero del 52%, en febrero bajaron al 50% y en marzo llegaron al 49%.
Paralelamente, los dudosos a la hora de votar eran el 16% en diciembre; el 13% en enero y se mantuvieron en el 12% en febrero y marzo. Entretanto, los índices de los que sí la votan a Cristina mantuvieron una sostenida evolución, que comenzaron siendo del 24% en diciembre, para crecer hasta el 29% en enero, al 33% en febrero y al 35% en marzo.
Estas posibilidades que crecen obligan a los analistas a comenzar a evaluar qué pasará si, efectivamente, Cristina Fernández de Kirchner llegara al poder.
Para empezar, nada será como en 2003, cuando Néstor Kirchner llegó al gobierno. Ni siquiera se parecerá la coyuntura política a la que regía en 2007, cuando la propia expresidenta arribó a la Casa Rosada por primera vez.
En los tiempos que transcurrieron entre 2015 y estos días, la deuda externa creció desde el 53,3% del Producto Bruto Interno hasta el 97,7% al que llegó en diciembre del año pasado, con el último desembolso del FMI. Si se sumara a esto el actual desembolso , que ya llegó al Banco Central, la cifra se elevará aún más.
En la primera quincena del mes de abril que transcurre, casi toda la tropa “k” está ocupada en hacer leña del árbol casi derribado del macrismo. Ella, mientras esto ocurre, mantiene un silencio casi absoluto, matizado sólo por algunas apariciones sorpresivas, muy espaciadas. Los demás, los que arman la estrategia, se encuentran abocados a pergeñar las lides electorales.
Nadie sabe a ciencia cierta, entonces, cuál será la política económica del gobierno que viene. Aunque ni siquiera el Pueblo conoce el nombre del candidato que lo representará, es dable suponer que Cristina Fernández de Kirchner al menos competirá para serlo.
De todas maneras, aunque no se conozcan los planes, sí se puede intentar bocetar el entorno que le tocará vivir al próximo presidente, sea ella o no. Para empezar, no hay más crédito privado para un país que estará necesitado de caja. En este sentido, en 2020 llegarán sólo 6.000 millones de dólares del FMI, ya que Macri pidió un adelanto, que es el que está llegando por estos días al país.
Esta circunstancia, unida a que las tasas ya no son neutras en EE.UU., cuyo Gobierno intenta repatriar empresas, beneficios y patentes, disminuye soberanía en los países periféricos, ya que ahora no se negocia con las empresas globalizadas, sino con empresas norteamericanas, respaldadas por un gobierno agresivo. Éstas están buscando mercados externos, a costa de los mercados internos de Latinoamérica.
Por otra parte, las commodities -cereales, carnes, aceites y bebidas alcohólicas, especialmente- ya no generan esas divisas salvadoras, aunque su importancia en la economía no decrece. Para colmo, los amigables líderes nacionalistas de la región –Hugo Chávez, Rafael Correa, Lula Da Silva- han sido desplazados por conspiraciones, por la muerte o por sucesores que tomaron la decisión de traicionarlos y, por ejemplo, terminan entregando a sus nuevos amigos hasta a los refugiados en sus embajadas europeas.
La política internacional también cambió sustancialmente. Barack Obama -paloma blanquísima de la política internacional norteamericana- fue desplazado por Donald Trump, con el que no se puede negociar nada, sino la manera de perder lo menos posible.
En este punto es que el viaje de Cristina a la Grecia de Syriza, acaecido en mayo de 2017, podría ser un paralelo -o, al menos, una cercanía- con la Argentina que viene. En 2015, la coalición que lidera el actual primer ministro griego Alexis Tsipras llegó al poder con un planteo anti-Troika (FMI- Banco Central Europeo-Comisión Europea), pero las negociaciones posteriores lo obligaron a ceder en sus pretensiones y a implementar un programa de ajuste que dejó en Grecia miles de desocupados, al borde de la miseria.
No es trasladable una realidad a la otra, pero es indudable que el próximo presidente seguirá contando con el incómodo aliado que es el FMI, que intentará cogobernar con quien asuma, sea éste del partido que sea. El próximo gobierno, dicen algunos analistas, será de ajuste, ante el oscuro panorama que le quedará por delante, tras cuatro años de un gobierno que ejecutó un plan de negocios, más que un plan de gobierno.
“Yo diría que ahora que se ha hecho tanto esfuerzo, en un programa en el que la protección social siempre ha sido una de nuestras tres prioridades clave, sería una tontería por parte de cualquier candidato darle la espalda al trabajo que se está haciendo”, remachó en el clavo ya clavado la otra Cristina, Christine Lagarde, la presidenta del FMI.
Será apasionante ser el testigo de lo que viene, porque nadie se rinde sin luchar. Al menos, si se atendiera a la tradición peronista.