La Argentina y el ciclo del endeudamiento permanente

La Argentina y el ciclo del endeudamiento permanente

¿Será posible interrumpir los ciclos de toma de préstamos innecesarios para el desarrollo?


L as cosas no son como las describen los exégetas del mundo financiero. El ciclo jamás se inicia en los palacios gubernamentales. La propuesta siempre parte de los agentes financieros. No está basada en la necesidad del cliente, sino en la urgencia de los banqueros que guardan excedentes de liquidez en sus arcones.

No son los gobernantes de los países pobres los que van a mendigar dinero para paliar la pobreza de sus míseros connacionales. Son los banqueros ricos los que están urgidos por prestar. Con el dinero depositado en las bóvedas bancarias se puede hacer cualquier cosa menos dejarlo arrumbado allí.

Entonces, llega el momento de viajar hacia el mundo subdesarrollado y obligar a sus gobernantes a tomar deuda, a menudo a cambio de las “comisiones” que van a parar a los paraísos fiscales. ¿Quiere saber el lector para qué sirven las empresas “offshore”? Entre otras cosas, para lavar dinero, para evadir dinero o para cobrar dineros ilegales o “comisiones”.

¿Se puede autofinanciar la Argentina?

El 19 de agosto de 1822 –se terminan de cumplir los 199 años y nadie sopló las velitas- la Junta de Representantes argentina autorizó al Gobierno a tomar un empréstito para construir un puerto en Buenos Aires, para instalar una red de agua corriente en la ciudad y para erigir la ciudad de Carmen de Patagones y tres ciudades más en la costa atlántica.

Gobernaba la Provincia de Buenos Aires Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia era su ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Desde esa privilegiada posición, éste propuso la toma del empréstito. Para esto, formó un consorcio con algunos de los más “caracterizados” comerciantes porteños, que debían negociar la operación con la banca inglesa. Éstos fueron Braulio Costa, Félix Castro, Miguel de Riglos, Juan Pablo Sáenz Valiente y los ubicuos hermanos John y William Parish Robertson. Éstos eran parientes del futuro primer cónsul inglés en el Río de la Plata, Woodbine Parish, que llegó a Buenos Aires en 1825, seguramente para consolidar la posición de los hermanitos en los negocios con Londres.

El empréstito tuvo un trámite infame. Fue tomado por la suma de un millón de libras esterlinas, que jamás llegaron a Buenos Aires en metálico, tal cual era el acuerdo. Para empezar, aquí sólo llegaron 570 mil libras, casi todas en forma de “letras de cambio”, libradas contra las casas comerciales de prestigio que eran, ¡oh casualidad!, las de los integrantes del consorcio.

El resto del millón de libras se perdió entre los dedos de los hábiles truhanes porteños y londinenses. Por de pronto, la casa Baring Brothers –el banco inglés que prestó el dinero- se quedó con 30 mil libras en concepto de “comisiones”. Otras 120 mil libras se las quedaron los “gestores” del préstamo, que eran -¡oh casualidad!, nuevamente- los hermanos Parish Robertson y sus socios del consorcio.

Después de arduas gestiones, olvidos y rencores, el préstamo jamás salió de los comercios “de prestigio”, ni tampoco se utilizó para construir ningún puerto, ni la red de agua corriente, ni para fundar ciudades en la costa del Océano Atlántico. En 1904 -80 años después, como se puede deducir- se pagaron las últimas libras al banco prestador. En total, se desembolsaron 23,7 millones de libras, ocho veces más que lo pactado inicialmente. El Puerto de Buenos Aires comenzó a construirse en 1886, cuando Julio Argentino Roca terminaba su primer mandato.

Una primera duda (habrá muchas más). ¿Los préstamos se toman para favorecer el desarrollo o para impedir el desarrollo? Porque cada vez que se tomó deuda, sólo se pagó “con el hambre y la sed de los argentinos” (Juárez Celman).

Una segunda duda. ¿Ese dinero prestado, que tantas veces debimos pagar los argentinos con sangre, sudor y lágrimas, sale alguna vez de las bóvedas bancarias o sólo circula entre bancos? Es decir, ¿alimenta únicamente el negocio financiero o sirve además para construir industrias, trazar caminos, lanzar ferrocarriles a las vías férreas o levantar aeropuertos?

Rosas desendeuda

Años después de que Rivadavia se envolviera en trámites bancarios, para convertirse luego en presidente mientras se envolvía en trámites mineros –creó en Londres, con la banca Hullet Brothers, la Río de la Plata Minning Association-, en 1829 llegó a la gobernación bonaerense Juan Manuel de Rosas, que debió negociar la deuda con mano de hierro. Consiguió una quita del 20 por ciento y una cifra algo menor de descuento en los intereses. Además, en 1836 dictó la Ley de Aduanas, por la que prohibió las importaciones de una serie de productos que se fabricaban en Argentina y eximió de impuestos a las importaciones de Chile y Uruguay. Por primera vez en muchos años, Rosas consiguió el superávit de la balanza comercial. Hacia 1851, dos años antes de su derrocamiento, las importaciones eran de $8.550.000, mientras que las exportaciones eran de $10.633.525.

Otra pregunta. ¿Porqué hasta 1976 todos los gobernantes argentinos que no tomaron deuda en el exterior fueron derrocados?

La Argentina, a pesar de que es una deudora eterna, es un país que se autofinancia. Pero el camino para crecer no parece ser el de la deuda externa. Porque todos los gobiernos que apostaron al desarrollo industrial no buscaron financiarse en el mercado internacional y, menos aún, intentaron endeudarse en moneda extranjera.

Bartolomé Mitre y una deuda para diezmar a un país hermano 

Después de los casi diez años de convulsiones que siguieron al golpe de estado que terminó con el Gobierno de Juan Manuel de Rosas, finalmente en 1862, Bartolomé Mitre fue elegido presidente.

Ese mismo año, la deuda externa argentina pegó otro salto. Primeramente, Mitre transfirió la deuda de la Provincia de Buenos Aires a la Nación y luego tomó un grueso empréstito en Inglaterra, por 2.500.000 libras esterlinas. Con ese dinero se lanzó a la expedición punitoria que redujo a cenizas al Paraguay de Francisco Solano López. Nuevamente, de las dos millones y medio, el país recibió 1.900.000 libras. En el camino habían quedado algunos billetes, en concepto de comisiones y “riesgo país”.

Como la guerra es cara y el Paraguay no era un hueso fácil de roer, Mitre volvió a mandar a su ministro de Finanzas, Norberto de la Riestra, a Londres para tomar otro préstamo similar al anterior. Al menos, casi igual. El monto fue el mismo que la vez anterior: 2.500.000 libras, pero esta vez deben haber cambiado las condiciones, porque sólo llegaron a la Argentina 1.735.703 libras. Los banqueros ingleses estaban tan contentos que le regalaron a De La Riestra una estatua de George Canning, que estuvo hasta no hace mucho expuesta en el Ministerio de Economía.

Finalmente, Mitre le cedió el sillón presidencial a Domingo Faustino Sarmiento, que asumió entre 1868 y 1874 la primera magistratura. Le dejó compromisos a pagar por cinco millones de libras esterlinas. El sanjuanino, por su parte, volvió a incurrir en la toma de deuda, en especial para reprimir el levantamiento de López Jordán en Entre Ríos y para continuar la Guerra de exterminio contra Paraguay. Cuando abandonó el Gobierno, la sufrida República Argentina debía ya 14.500.000 libras.

De crisis en crisis

En 1867, mientras Mitre aún era presidente, las reservas en oro (el peso había sido declarado convertible al patrón oro) se incrementaron fuertemente, pero eso duró sólo hasta 1873, cuando ya Sarmiento lo había sucedido al frente del gobierno. Había llegado el momento de pagar los empréstitos, pero no había fondos suficientes.

Entre las presidencias de Mitre y Julio Argentino Roca, es decir, entre 1862 y 1886, los préstamos tomados por Argentina provocaron la existencia de una balanza comercial crónicamente deficitaria. Paralelamente, aumentaron las importaciones suntuarias y surgió una clase especuladora –casi siempre ligada al sector financiero- que hacía pingües negocios con el bien más preciado del país: las tierras cultivables.

Repentinamente, la crisis europea de 1873 interrumpió el flujo de capitales. Cuando Roca terminó su primer mandato, Argentina debía más de 38 millones de libras. Lo anecdótico es que aquella primera deuda, la que inauguró el ciclo en 1824, cumpliría 80 años al ser saldada, en el transcurso de su segunda presidencia.

Pero a la crisis de 1873 le siguió la crisis de 1890. El cuñado de Roca, Miguel Juárez Celman –un ícono del liberalismo vernáculo de aquellos tiempos-, había asumido la presidencia en 1886, tomó medidas ultraliberales…y créditos que no pudo pagar. El colapso llegó cuando explotó la burbuja y la especulación financiera se cortó abruptamente. El exgobernador de Córdoba cayó por la Revolución del Parque, promovida por la Unión Cívica de Leandro Alem, Aristóbulo del Valle y por Mitre, acaecida el 26 de julio de 1890. Lo sucedió su vicepresidente, Carlos Pellegrini, que renegoció la deuda, creó la Caja de Conversión y liquidó el Banco Nacional. En esos días, la carga de los pagos de deuda equivalía al 50 por ciento de los ingresos fiscales. La negociación de Pellegrini resultó en que Argentina debía abonar 1.565.000 libras anuales al Banco de Inglaterra. Una suma colosal.

La vuelta del Zorro 

Roca volvió al gobierno cuando el Siglo 19 estaba terminando, en 1898. Una de las primeras medidas que tomó fue negociar otro empréstito por 453 millones de pesos oro. El Senado le dio media sanción al proyecto, cuyo relator fue Carlos Pellegrini, por pedido del propio presidente. Pero hubo una fuerte oposición a la enajenación del presupuesto nacional, por lo que el Zorro del Desierto dio marcha atrás con la medida, enemistándose para siempre con Pellegrini.

Siglo 20 problemático y febril

Las presidencias de Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Roque Sáenz Peña y Victorino de la Plaza, algunos de ellos abogados ligados a las compañías inglesas que explotaban los ferrocarriles, transcurrieron entre 1904 y 1916. Todos ellos se mostraron como entusiastas tomadores de deuda en Inglaterra.

Como consecuencia, entre 1913 y 1917 el Producto Bruto Interno argentino se contrajo en un 20 por ciento. Para peor, la inversión extranjera se volvió a Europa para financiar la Primera Guerra Mundial y no regresó por varios años más.

Las cosas no cambiaron en este punto durante los gobiernos debidos a la Ley Sáenz Peña, que protagonizaron Hipólito Yrigoyen por dos veces y Marcelo Torcuato de Alvear. Finalmente, el seis de septiembre de 1930, la vieja guardia liberal tomó nuevamente por asalto el poder, derrocando a Hipólito Yrigoyen y reponiendo el concepto del “granero del mundo” y la dependencia de Argentina de las exportaciones de productos primarios.

Hasta 1943 gobernaron los generales José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo y los civiles Roberto Ortiz y Ramón Castillo. En ese ínterin, la Segunda Guerra Mundial obligó a la aparición en nuestro país de un esbozo de industrialización.

El Golpe de 1943, promovido por un grupo de oficiales nacionalistas, provocaría un cambio en la matriz política y productiva de la República Argentina.

(Fin de la primera parte)

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