El ida y vuelta entre Jorge Lanata y Florencia de la V parece no tener fin. Luego de que el periodista dijera que la comediante “es travesti y no mujer” y “es padre y no madre”, y ésta le respondiera en el programa Intrusos, este martes -muy dolida- decidió dedicarle una carta abierta a Lanata para explicar su visión del tema.
Según Florencia, Lanata tuvo “expresiones de extrema crueldad” para con ella. A su vez, sugirió que no le resulta casual que en la misma semana que se conociera la noticia de la aparición de Ignacio Hurban, el nieto de Estela de Carlotto, los medios centraran su atención sobre el conflicto entre ambos.
Con respecto a los dichos puntuales del periodista, de la V aseguró que “cuando Lanata me ataca me está atacando ilegalmente, porque mal que le pese las leyes protegen mi visión de las cosas y no la de él”. A lo que añadió: “La noción de identidad de género es una idea compleja, discutible desde luego, pero es una idea, no es un mamarracho que pueda ser reducido al absurdo en un programa de radio mientras todo el mundo festeja cómo humillás gratuitamente a un ser humano”.
“Tal vez te resulte extraño e incompresible que yo tenga derecho a cambiar lo que según vos no debe cambiarse. Más extraño e incomprensible nos resulta a todos, Jorge, cómo has cambiado vos…”, disparó punzante la vedette.
A continuación, la carta que escribió Flor de la V:
“Hola amigos,
Como en otras ocasiones en que lo consideré necesario, esta vez voy a ocupar el contenido de esta columna, que casi siempre transita por el humor, para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre cuestiones que son, creo, de suma importancia no solo para mí sino para toda la sociedad.
Como ya todos saben, hace unos días, sin nada que lo justificara (creo que el tema que estaban tratando en su programa de radio era los modos de sexualidad que propone facebook a sus usuarios), Jorge Lanata tuvo para conmigo expresiones de extrema crueldad. Sabido es que, por razones de simpatías o no con la actual gestión, Lanata y yo estamos en veredas diferentes, pero sinceramente no esperaba semejante desfile de comentarios del peor contenido reaccionario. Menos aún los esperaba de alguien que, más allá de su inexplicable y sospechoso giro en materia ideológica, sigue siendo una referencia importante como comunicador y un formador de opinión de indiscutible influencia masiva. Lo primero que tengo para decir al respecto tiene que ver con una sensación que espero sea solo eso y no algo potencialmente más grave. Resulta curioso, paradójico y especialmente alarmante, que justo una semana después de la noticia que nos acarició el alma a todos (hablo de la recuperación de Guido-Ignacio, el nieto de Estela), los medios se poblaran con tres muestras de intolerancia de esas que, como diría la inolvidable María Elena Walsh, “Hacen retroceder a la humanidad en cuatro patas”. Primero fue la pavorosa reflexión de Silvia D`auro respecto de la “tendencia que tienen los chicos adoptados a robar”, luego fue el comentario de un relator, quien a viva voz trató a Teo Gutiérrez de “negro de mierda”, y enseguida el mencionado monólogo medieval de Lanata, quien palabras más palabras menos dijo que yo soy “Un trava con documento de mujer…y que en tal caso no soy mamá sino papá de mis hijos…”. Si sumamos estas tres expresiones, no es de paranoicos sospechar que hay mucha gente que todavía procesa la realidad con categorías de pensamiento bien alejadas de las ideas de inclusión, diversidad y tolerancia.
Vamos ahora al nudo de la cuestión. Me he propuesto antes de sentarme a escribir esto no caer en la tentación de descalificar, ofender o expulsar del debate a quienes me atacan. Justamente lo que quiero es evitar una costumbre que últimamente viene potenciando Lanata, quien a segundos de iniciar una argumentación empieza a poblar su discurso con calificativos como “imbéciles”, ¨pelotudos”, “tarados” y otros términos que expulsan a cualquier oponente de un debate serio y adulto. Yo no pienso que Lanata sea ninguna de esas cosas, por el contrario, lo creo un hombre sumamente inteligente, lúcido, y es justamente en virtud de esto que me preocupa que de golpe salgan de su boca expresiones que una suponen son el producto del menos reflexivo de los prejuicios sociales.
No ha sido fácil mi vida, ya lo he dicho miles de veces. Y esta actualidad que me encuentra plena, reconocida como esposa, mujer y madre no es un éxito mío; es una conquista social que se tradujo en un dispositivo jurídico del estado. Primero, entonces, para que quede bien en claro: cuando Lanata me ataca me está atacando ilegalmente, porque mal que le pese las leyes protegen mi visión de las cosas y no la de él. Me parece de suma importancia esta primera cuestión, porque Lanata es de los tantos que admiran “en abstracto” cómo funcionan las leyes en los países desarrollados, pero luego “en concreto” se cree con derecho a pasar por encima de la ley cuando a su opinión se le antoja.
De todos modos lo más preocupante no es qué dice Lanata sino cómo, porque es en el cómo donde se juegan otros sentidos, que van más allá de una posición tomada. Lanata podría decir que no está de acuerdo con que a personas como yo se las considere jurídicamente mujeres. Por supuesto que no coincido con eso, pero claro que es respetable si realmente piensa o cree eso (¿o acaso ustedes creen que yo misma no he tenido contradicciones y vaivenes en la precepción de mi situación?… No es sencillo ser lo que la mayoría no es…). Pero lo que hiere gratuitamente son las maneras, y especialmente los ejemplos que utiliza Lanata para descalificar. Veamos especialmente uno de ellos: Lanata dice “Entonces si yo me creo Napoleón y digo que nací en Córcega el estado tiene que reconocer eso…”. Epa…qué golpe bajo… ¿Desconoce Lanata, intelectual como es, que el ejemplo de Napoleón ha sido usado para graficar algunas de las formas más extremas de la demencia? ¿A cuánto estamos de decir entonces que las personas como yo somos enfermos? ¿Esta es la reflexión más profunda que se le ocurre a alguien que hasta no hace mucho era considerado un intelectual progresista?
Querido Jorge, cuando yo era chica jugaba a ser Rafaella Carrá, pero jamás se me ocurrió pedir que el estado me dé un documento donde diga que lo soy, y me permito sospechar que el congreso de un país no votaría a favor de reconocer como “Napoleón Bonaparte” a quienes crean serlo. La noción de identidad de género es una idea compleja, discutible desde luego, pero es una idea, no es un mamarracho que pueda ser reducido al absurdo en un programa de radio mientras todo el mundo festeja cómo humillás gratuitamente a un ser humano. Por suerte, cuando mis hijos me abrazan sienten que abrazan a una mamá y no al emperador de Francia.
Hace poco, en uno de los habituales raptos de egomanía que tenés, miraste a cámara en tu programa de TV y dijiste a tu fiel audiencia: “Ustedes no saben lo que es ser yo…me gustaría que fueran yo por unos días para que vean contra todo lo que tengo que luchar…”. Vos no sabés, Jorge, lo difícil que ha sido ser yo, lo que tuve que luchar y lo feliz que soy por poder haber cerrado el círculo de mis inseguridades, de los prejuicios sociales, de la incertidumbre que supone estar fuera de la ley y, sobre todo, de la aceptación social.
¿Necesitás que sea yo misma quien diga que soy un hombre con documento de mujer, que soy papá y no mamá, que soy trava? ¿Te dejaría más tranquilo eso? ¿Te haría sentir, como en la edad media, que mi confesión sería purificadora? ¿Dejarías de calificar tan livianamente a todos de estúpidos, locos, delirantes e imbéciles? ¿Querés que queme mi DNI como acto de expiación?
Tal vez te resulte extraño e incompresible que yo tenga derecho a cambiar lo que según vos no debe cambiarse. Más extraño e incomprensible nos resulta a todos, Jorge, cómo has cambiado vos…”.