Es cierto que fuimos muchos los que dimos por caída la candidatura nacional de Macri luego del frustrado desembarco de Gabriela Michetti en la provincia de Buenos Aires, en 2013. La imagen era desgarradora para el espacio y el golpe parecía letal, definitivo. Pero a la distancia, y aún sin haber presentado candidatos propios, se puede inferir que Macri se constituyó en un accionista importante del objetivo que perseguía la oposición para esa elección: eliminar la posibilidad de un tercer mandato de Cristina Fernández.
Desde ese punto, y a pesar del triunfo inobjetable de Sergio Massa que lo catapultó a presidenciable en dos meses, Macri se dedicó a no hacer olas y, con la ayuda de una estrategia distinta de penetración diseñada por su equipo político y de campaña permanente, hoy parece estar situado, según las principales encuestas, en el escalón más alto del podio. Es cierto, y es lo que lamentan en el Pro, que falta mucho todavía. Ocho meses, una eternidad.
La ventaja de la que goza el ingeniero radica en que las PASO anteriores a las elecciones nacional y de la provincia de Buenos Aires (por ahora, su talón de Aquiles) incluyen a la Capital Federal y a los tres distritos más grandes del país: Santa Fe, Córdoba y Mendoza, un calendario que pareciera hecho a medida del líder del Pro. En esos cuatro lugares, el macrismo puede ganar o perder las elecciones pero será siempre animador en escenarios en los que aún Massa no ha logrado hacer pie con sus acuerdos. Peronistas y socialistas serán sus adversarios allí, mientras que ECO y FpV se supone que serán sus principales rivales en la Ciudad. Massa prometió un golpe sorpresa sobre el cierre de las listas en la Ciudad, veremos qué sucede con ello.
El esquema del cambio de rumbo y caras viene ganando adeptos a pasos agigantados, y aquel cambio con continuidad que encarnara Daniel Scioli está cada vez más a la defensiva ante el cambio total. Por supuesto que hay peros. El síndrome del helicóptero es un mito muy cercano en la memoria de alguna gente y se traduce en la práctica en el clásico “acá solo puede gobernar el peronismo”. El otro tema es el de la cantidad de sectores vinculados al asistencialismo social, que difícilmente –por no decir imposible– voten por Macri, alguien lejano, ajeno y contrario a ese esquema político. Al decir de un diputado nacional del interior, “[Macri] no tiene un voto entre los negros, y mirá que ahora son muchos”. No parece fácil que Macri penetre el Conurbano profundo con la guerra desatada entre Scioli y Massa. Solo una ola nacional puede introducirlo. El interior sojero le puede ser más afín.
La sucesión porteña
Como dijimos la semana pasada al definir la confrontación entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti, pareciera que allí radica uno de los peligros que acechan la campaña de Macri. Una mala resolución de este conflicto que tiene ocho años de incubación y odio puede alterar de manera significativa la tranquilidad con la que el submarino amarillo transitó las veredas porteñas en sus dos mandatos. A tal punto que al día de hoy cualquiera de los dos que gane las PASO se alzaría con el triunfo en la general, y quizás –si se le alinearan los planetas– en primera vuelta.
La cristalización de este escenario es este fin de semana, y los próximos dos meses asistiremos a la versión Pro de un Boca-River. Curiosamente, lo único que espera el expresidente de Boca (que ya tiene su candidato y es Horacio) es que la previa y el partido terminen sin ningún tipo de incidentes, que la contienda no haga recordar a las viejas internas de la política vernácula. Si así fuera, su discurso de lo nuevo sufriría un fuerte revés y, siguiendo con la metáfora, le podrían suspender la cancha y sancionarlo para impedirle jugar la Copa. Demasiado castigo para resolver una herencia.
