El escándalo de los Panamá Papers, que involucró a Mauricio Macri y a otras personas de su entorno político y familiar en sociedades offshore (empresas que muchas veces son solamente una fachada para evadir impuestos y lavar dinero), sacudió al Presidente luego de haber cumplido un poco más de cien días de gobierno. Y fue un bálsamo para el deshilachado kirchnerismo, que ve cómo la Justicia argentina, tan cambiante según el poder de turno, se cierne sobre oscuros personajes vinculados con la gestión anterior. Una cosa es un hecho: en gran parte de la sociedad está instalado que la corrupción manchó a los gobiernos K. Eso es algo que hoy, incluso, aceptan muchos de aquellos que destacan los logros de Néstor y Cristina Kirchner.
¿Por qué los argentinos hoy estamos más sensibles a las denuncias por corrupción? Puede ser por el machaque permanente de los grandes medios que utilizaron esas causas como parte de su guerra de poder contra el kirchnerismo, sí. Pero, fundamentalmente, por una cosa mucho más básica: porque la plata ya no alcanza. Los argentinos solemos volvernos moralistas cuando nos tocan el bolsillo. No por casualidad tenemos dirigentes corruptos: son los exponentes de una sociedad que lo permite y que, incluso, apela a la corrupción en situaciones menores, como la de pagar una “cometa” a un policía o “tocar” a un funcionario amigo para evitar una multa de tránsito. Mientras podemos hacer las compras y cargar el changuito, la corrupción es un tema menor. No es lo correcto, claro. Pero es la realidad. El “que se vayan todos” llegó cuando Domingo Cavallo implantó el corralito. No antes.
Como nos volvemos sensibles al enterarnos de los manejos non sanctos del dinero solamente cuando sufrimos el frío de las crisis, el gobierno de Macri intentó justificar el violento ajuste que está llevando a cabo con la “herencia recibida”, cuyo principales caballos de batalla son, precisamente, las causas por corrupción K. Así nos enojamos con el indignante video, que ya tiene algunos años de antigüedad, de Martín Báez contando dinero posiblemente mal habido, mientras recibimos aumentos de tarifas, se despide gente y la inflación hace añicos el poder adquisitivo de la mayoría, sin ninguna iniciativa social nueva, al menos hasta ahora, que algodone las heridas de esta situación de crisis.
Este andamiaje para blindar medidas impopulares es el que acaba de recibir un golpe con la revelación de los Panamá Papers. Porque así como la sociedad condena a un dirigente “nacional y popular” por veranear en el exterior y no dice nada si lo hace un político del Pro, también le exige al político del Pro, que llegó como el cambio para combatir a la corrupción, que no tenga manchas. Y, sobre todo, al Presidente. Por eso, es fundamental para su gobierno que Macri pueda alejar con claridad todo tipo de sospechas con argumentos y gestos serios.
El manejo inicial que el macrismo le dio al tema dejó mucho que desear. Primero, un comunicado escueto aclarando que Macri figuraba en el directorio de una sociedad constituida por su padre, pero que no había tenido participación de capital, por lo que no estaba obligado a declararla (nada se aclaró aún sobre la otra sociedad que se conoció al día siguiente, Kagemusha, en la que, nuevamente, apareció el nombre del Presidente); después, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, flanqueado por Germán Garavano y Patricia Bullrich, haciéndose cargo de lo que debería haber explicado Macri, y la frutilla: la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, saliendo a las apuradas a justificar todo apenas se conoció la noticia. “Acá está lo que leen pero no citan: constituir sociedad en paraíso fiscal no es delito en sí mismo, señores”, tuiteó Alonso. ¿“Señores”? ¿Qué es este lenguaje en una funcionaria que lo primero que debería hacer es investigar? Solo le faltó decir “chúpense esta mandarina”. Macri recién reaccionó personalmente luego de recibir una denuncia penal de parte del diputado kirchnerista Darío Martínez por presunto lavado de dinero y evasión fiscal, y de ser imputado por el fiscal federal Federico Delgado. Ahí presentó una declaración de certeza en la Justicia civil para que esta evalúe si hubo irregularidades o no en la omisión de las sociedades offshore en las declaraciones juradas presentadas por el mandatario entre 1998 y 2008. Y también aceleró la creación de un fondo fiduciario ciego que administre su fortuna mientras dure su mandato. Sin embargo, el fiscal ya advirtió que la presentación no frena la causa penal.
¿El real peligro para el Pro? Que se instale en la sociedad que “son todos iguales” (el argumento macrista de que “es solamente una sociedad offshore” se parece demasiado al argumento K sobre el video de Báez de que “es solamente gente contando dinero”). Porque si son todos iguales y tachamos la corrupción como se tachan números equivalentes en una ecuación, lo que más se ve hoy, después de cien días de gobierno, es inflación y medidas de ajuste. ¿Resurrección K? Complicada. Por lo dicho anteriormente, por su pérdida de poder dentro del peronismo y porque, seguramente, las causas por corrupción continúen cercándolos (habrá que seguir de cerca qué pasará cuando el 12 y el 13 declaren Kicillof y Cristina por la causa del dólar futuro). Más probable, en cambio, es que si el macrismo no desactiva la bomba panameña ni acierta con medidas para terminar con este panorama recesivo, el sentimiento mayoritario, en un tiempo no muy lejano, sea el de desilusión y bronca contra el grueso de la clase política. La peor manera de terminar con la grieta. Aunque, tal vez, el escenario propicio para la consagración de nuevos liderazgos. El otro panorama, el de la profundización de la ruptura social, mejor ni imaginarlo.
8 April, 2016 | 19:10