La cultura inundada

La cultura inundada

Por Horacio Ríos

Por un arreglo de calles mal hecho, la tradicional librería Helena de Buenos Aires se llenó de agua. La respuesta del GCBA ante la situación dejó muchísimo que desear.


El 9 de diciembre del año pasado, la mítica librería Helena de Buenos Aires sufrió una inundación provocada por dos de las más letales razones que existen: la ineficiencia de una empresa privada y la paralela indiferencia del Estado. Solo en los primeros días, Elena Padín Olinik, la dueña del negocio, había desechado ya unos mil libros –de los 20 mil que tiene la librería–, que se habían echado a perder.

La historia comenzó el día señalado anteriormente, pero en realidad existía desde antes una serie de factores que se encadenaron, uno detrás de otro, para construir una historia que, si no fuera por la tragedia que significa la pérdida de casi dos mil libros, sería casi como una comedia de enredos.

El principio del desastre se originó, paradójicamente, en el afán de progreso. Fue por la obra de repavimentación de la calle Esmeralda, que será convertida pronto en peatonal. Para esto, lo primero que hace una cuadrilla de trabajo es romper el pavimento de la calzada. Lo ideal es que los adoquines que reemplazan al pavimento sean colocados inmediatamente, porque las construcciones de la gran ciudad no están preparadas para coexistir con una tormenta que arroje de repente miles de litros de agua, que circularán libremente sobre las veredas de tierra.

Quizás la única explicación para lo que ocurrió el 9 de diciembre tenga que ver con el inevitable jolgorio que se produce hacia fin de año, originado en la proximidad de las fiestas, al que sucede la consecuente modorra que provocan las cuantiosas libaciones ingeridas durante los festejos ad-hoc. La tardanza en reconstruir las veredas y la calzada motivó que una simple lluvia se convirtiera en una catástrofe cultural, en la que alrededor de dos mil libros quedaron inutilizados.

“Esmeralda estuvo dos meses sin cemento. Hoy, el agua ya no está en el sótano de la librería, pero queda una colonia de hongos y el piso roto, porque explotó, literalmente, por la presión del agua”, describe Elena Padín, que pegó en la vidriera de la librería un cartel que reza: “Esta librería se inundó 9 veces por negligencia en la obra de la peatonal. Ni a Macri ni a Lombardi, ni a empresa Dalco SA les importa nada”.

La propietaria de la librería relató que “el agua entraba por el zócalo del frente y la explosión del piso se produjo el 13 de enero, a más de un mes de la inundación”.

En medio de una parodia, que fluctúa entre la tragedia y la comedia, Padín relató, asombrada: “Cuando pedí una bomba de achique, me mandaron cuatro hombres con baldes y después hicieron una canaleta, que llegó hasta la calle Paraguay, a fuerza de pala, a pesar de la tecnología que existe hoy”.

Pero, en medio de las pérdidas, Padín se esperanza: “Hoy hay cuatro voluntarios muy jóvenes que me están ayudando en la librería; dos son músicos, una es abogada y el otro es un estudiante de Ciencias Políticas. Todos vienen a trabajar conmigo después de sus tareas diarias. La solidaridad que recibí es el contraste de la desidia del Gobierno de la Ciudad”, remató.

Durante la entrevista, que se produjo el lunes 9 de febrero, Padín informó que el Gobierno porteño le envió el jueves de la semana anterior a una persona para ayudarla y ese día recibió, además, un equipo de deshumidificación que funcionó hasta el sábado a la noche y luego se paró”.

“Después de mucho penar –continuó la librera–, el lunes pasado me llamó a las once menos cuarto de la noche la secretaria del ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi, y el martes vino el director general de Obras de Arquitectura, Claudio Cané, acompañado por la directora de Bibliotecas, Alejandra Ramírez. Igual, yo quiero que Lombardi venga a ver, porque para mí el libro es lo segundo más importante de mi vida, únicamente después de mi hija.”

La empresaria cultural vuelve a manifestar su frustración por la situación. “Estoy hace varios días sin dormir porque yo manejo cultura, por eso estoy indignada, porque nadie me escuchó. Se me cayeron las estanterías, la humedad pudrió las patas de las bibliotecas y se me cayeron muchísimos libros. Después de eso, enojada, pegué los carteles en la vidriera del negocio. Yo soy una leona defendiendo mis libros. Desde que esto empezó bajé tres kilos, justo yo, que soy muy flaca.”

“Para dar una dimensión del espacio, necesito cuatro hangares del Hércules Blanco –uno de los aviones más grandes de la Fuerza Aérea Argentina– para airear los libros. Necesito un lugar seguro, seco, cercano. Y me hace falta más gente para sacar los libros”, remata la preocupada librera.

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