La cura para el Covid-19 tarda, pero parece estar cerca

La cura para el Covid-19 tarda, pero parece estar cerca

Por Horacio Ríos

Mientras muchos trabajan para paliar el sufrimiento de millones de seres humanos, otros sabotean ese esfuerzo.


Existen discusiones serias y polémicas estúpidas. Hay personas que opinan sobre alguna materia desplegando algún tipo de conocimiento sobre ésta, en busca de una verdad y hay individuos que, a causa de situaciones preexistentes, sólo buscan desmentir los argumentos de los demás para quitarles razón o para que su verdad sea desestimada. Es decir, sólo para hacerles daño.

Caer en la estupidez en estas circunstancias es fácil. Negar algo que otro dice es fácil. Tener razón es difícil, porque para eso hay que estudiar, conocer, profundizar y explicar razones. Y hay quienes suelen caer en estado de necedad cotidianamente, embargados por el afán de molestar, desmentir o hacer enojar a otros. Negar sin razones valederas, sin argumentos verdaderos, es un sinónimo de desprecio hacia quien trabaja en busca de una verdad.

Entrando en materia, en las redes sociales -ese excelente vehículo para difundir necedades sin control- aparecen todos los días expertos ‘all’uso nostro’ en diversas disciplinas, que lo mismo opinan sobre una receta para cocinar risotto, sobre el matrimonio igualitario, el aborto o la vacuna rusa contra el Covid-19.

Umberto Eco habló alguna vez de ellos sin ninguna piedad. “Admitiendo que entre los siete mil millones de habitantes del planeta haya una dosis inevitable de necios, muchísimos de ellos antaño comunicaban sus desvaríos a sus íntimos o a sus amigos del bar, y de este modo sus opiniones quedaban limitadas a un círculo restringido. Ahora una consistente cantidad de estas personas tienen la posibilidad de expresar las propias opiniones en las redes sociales. Por lo tanto, esas opiniones alcanzan audiencias altísimas, y se confunden con muchas otras expresadas por personas razonables”, caracterizó el filósofo que por 45 años enseñó Semiótica en la Universidad de Bologna.

¿A qué viene esta excesiva introducción?

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La aparición en escena de un convenio de compra por parte de nuestro país de al menos 25 millones de dosis de la vacuna Sputnik V desató una larga cadena de comentarios negativos, muchos de ellos surgidos desde la oposición, cuyo único objetivo era poner en duda la operación del Gobierno, porque ni uno solo de los que habló tiene conocimiento científico ni información suficiente como para desacreditar realmente a esta cura del Covid-19.

Uno de los políticos opositores que declaró contra el medicamento fue el diputado radical mendocino Luis Petri, que expresó en la red del pájaro azul que “el gobierno de científicos quiere comprar una vacuna rusa cuyo único estudio se realizó en 72 personas por 42 días, sin placebo y sin voluntarias mujeres. Esa vacuna es una Ruleta Rusa”. Petri es abogado.

“Lo que viene en Twitter Argentina: cualquiera que dude de las bondades de la vacuna rusa será acusado de ‘anti-vacunas’. Próximamente en su TL”, disparó Hernán Iglesias Illa, un exfuncionario del área de Comunicación del gobierno de Macri que suele incurrir en el equívoco, quizás voluntariamente. Baste saber que era quien le escribía los discursos a Macri. Eso sí, Iglesias Illa, en el mundo de la ciencia, es igual a cero.

Tras ellos apareció el primer exdirector del PAMI en tiempos de Macri, Carlos Regazzoni, médico de profesión, que manifestó -con mucha mayor sensatez- que “una vacuna es un medicamento más. Por lo menos debería ser evaluada primero mínimamente por ANMAT para que estemos seguros que sirve. Probablemente funcione, la ciencia rusa es muy buena, pero el procedimiento no es el adecuado”, aludiendo a la opción de compra que realizó Argentina.

La vacuna nacional rusa

Sputnik es una palabra que posee un hondo significado para los rusos. Se traduce como “satélite” en su idioma, pero es también una palabra derivada del griego que significa “compañero de ruta” o “de viaje”. Los memoriosos deben recordar que el cuatro de octubre de 1957, la Unión Soviética envió al espacio el primer satélite artificial llamado Sputnik 1, infligiendo una severa derrota a la orgullosa nación norteamericana, que se ubicaba a sí misma, quizás equivocadamente, como la primera potencia espacial.

Tan confiados están los rusos con la eficacia de la cura alcanzada por sus científicos que el director del Fondo de Riqueza Soberana de Rusia –financista de la vacuna- Kirill Dmitriev, manifestó a fines de julio de este año que “es un momento como el del Sputnik”, al anunciar la posibilidad de que en diciembre esté lista.

“Los estadounidenses se sorprendieron cuando escucharon los pitidos del Sputnik. Es lo mismo con esta vacuna. Rusia habrá llegado primero”, acotó este economista ucraniano que estudió en las universidades de Stanford (EEUU) y Harvard y trabajó en el Banco Goldman-Sachs, antes de retornar a Moscú para ser parte del Russian Direct Investment Fund.

Esta competencia -y la puesta en blanco de Dmitriev acerca de ella- quizás no sea ajena a la proliferación de comentarios negativos que recogió la Sputnik V en Argentina. Los ‘lobbies’ trabajan a destajo, porque no existe el altruismo en esta carrera.

Entretanto, en Rusia la vacuna sigue su marcha. Los resultados de los ensayos en las Fases I y II, que se realizaron entre junio y julio pasados, que involucraron a 76 participantes, fueron publicados en la revista científica The Lancet el 26 de septiembre último. Según los autores del protocolo, los vacunados desarrollaron respuestas inmunitarias positivas, sin efectos secundarios notables. Para la fecha de la publicación, hacía justo un mes que se habían iniciado los ensayos correspondientes a la Fase III, que incluye a 40.000 voluntarios.

La vacuna rusa, a todo esto, llegaría a Argentina entre diciembre y enero. Voceros del Gobierno argentino se encargaron de aclarar que sólo cuando la ANMAT la apruebe será inoculada a los que lo deseen.

Paralelamente, los mismos voceros mencionaron que no se han interrumpido los trámites con el resto de los laboratorios farmacéuticos. En un mes, aproximadamente, comenzará a producirse en nuestro país la vacuna que están desarrollando la Universidad de Oxford y el grupo AstraZeneca, cuyo principio activo fabricará el laboratorio argentino mAbxience. Además, continúan llevándose a cabo las pruebas que desarrollan Pfizer (EE.UU.) y BioNTech (Alemania) en el Hospital Militar; las que encargó testear Sinopharm (China) a los centros Vacunar, que son coordinadas por la Fundación Huésped. Las pruebas que va a desarrollar el laboratorio estadoubidense Johnson y Johnson, se encuentran en la etapa de reclutamiento de voluntarios.

Opiniones desde la ciencia

La doctora Ester Szlit Feldman, médica ginecóloga y especialista en medicina familiar (MN 41.804) advirtió sobre las incongruencias que suelen producirse cuando se siembra el temor en la población ante situaciones de crisis.

En relación al cuestionamiento de la falta de tiempo, Feldman explicó que “1) Nunca las investigaciones empiezan de CERO, hay experiencia acumulada en otras vacunas fabricadas recientemente, como la del Ébola (desarrollada por el mismo instituto ruso que desarrolló la Sputnik V contra el Covid-19). 2) Hay tecnologías nuevas acumuladas, aplicadas a tratamientos para el cáncer que han sido utilizadas, por ejemplo, en la vacuna llamada de Oxford. 3) Las fases de investigación de las vacunas se están cumpliendo: a) Fase 1: averiguar si son seguras (eso es lo primero que se investigó en la primera fase y es lo más importante). En medicina aprendemos que lo más importante y primero es no dañar. b) fase 2: probarla en un grupo no grande de personas (de 100 a 500), controlando los efectos negativos y la eficacia. c) fase 3: hacer un estudio que se llama ciego, randomizado y aleatorio. ¿Qué quiere decir esto? Los voluntarios y los vacunadores no saben si están vacunando o dando placebo (que es solución fisiológica) y controlan a todas las personas de la misma forma, viendo si hay efectos colaterales, midiendo los anticuerpos generados por la vacuna, dosando su cantidad, y viendo hasta cuánto tiempo sirven”.

A continuación, la científica explicó que “en la duración de la inmunidad generada y no en sus efectos adversos reside la gran diferencia con las vacunas generadas en tiempo sin urgencia por la pandemia. Normalmente se piensa que si la presencia de anticuerpos y protección contra la enfermedad dura por lo menos 1 año (como la de la gripe) te vacunás anualmente. Otras vacunas, como la de la hepatitis, puede durar 10 años o toda la vida. La antitetánica, si te dan 3 dosis, estás vacunado 10 años”.

“Esto –aclaró le especialista- no lo vamos a saber ahora, ésta es la única diferencia con otras vacunas estudiadas anteriormente, porque tuvieron más tiempo de control. Esto se va a hacer, porque los controles de la Fase 3 están previstos por dos años. Así que en un año sabremos seguramente cuáles de las vacunas que están en carrera van a quedar y cuáles no, porque quizás su eficacia dura seis meses, nada más. Pero mientras tanto, nos habrá servido para erradicar la pandemia”.

Allegro, ma non troppo

La única solución al Covid-19 es la vacuna. La proximidad con el hallazgo de una cura para tan grave pandemia, que se llevó hasta el día en que esta crónica fue escrita 1.293.099 vidas, debería generar bienestar, esperanza, alegría y optimismo.

Quienes no sienten estas sensaciones están verdaderamente enfermos, más que los que sufren el Covid-19.

 

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