El Frente de Todos y, en especial, su nervio y motor, el Partido Justicialista, tomaron nota a su manera, llena de asperezas, de la derrota electoral del 12 de agosto. Los finos modales no son propios del acervo peronista y no hubieran sido apropiados para la ocasión.
Por de pronto, con los cambios ministeriales se atenuó seriamente el sesgo clasemediero progresista dentro del PJ. Nadie cuestiona el documento binario, ni el aborto legal, pero sí la postergación de las políticas sociales. El nuevo gabinete que sucedió a los mariscales de la derrota y autores de ese ajuste suicida, tiene una mayor prosapia peronista.
Pero, en especial, en el gabinete nacional –y también en el elenco que acompañará a Axel Kicillof- primará un elemento que había sido desechado en diciembre de 2019, que es la representatividad territorial, un elemento que el peronismo considera clave para la transmisión de las necesidades básicas del Pueblo hacia las instancias gubernamentales.
Alberto Fernández, así, designó a un gobernador -Juan Manzur (Tucumán)- como jefe de Gabinete, mientras que Kicillof hizo lo mismo, nombrando en la misma posición a un intendente –Martín Insaurralde (Lomas de Zamora). Ambos albergan la esperanza de encontrar lo que estaba faltando, que era tan evidente, que pareciera que la ceguera primó en el armado de sus gabinetes en 2019, más que la lucidez.
En este marco, los resultados de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias ya fueron publicados y la suerte está echada. La oposición se anotó un triunfo indiscutible y para noviembre todo hace suponer que la victoria volverá a sonreir a los mismos protagonistas. Lo único que le queda al oficialismo es, por lo tanto, buscar algún descuento en los guarismos de noviembre y, si el Cielo le sonriera, revertir la derrota. Una posibilidad que existe, pero es muy lejana.
La carta que despertó al paquidermo
Luego del impacto inicial, que paralizó a toda la primera línea del Gobierno, la reacción comenzó a gestarse desde la Vicepresidencia de la Nación, tras cuatro días de titubeos. Mostrando una vez más su temple y su sapiencia política, Cristina Fernández de Kirchner arrostró la crisis y lanzó una dura invectiva contra la política económica del Gobierno del que forma parte, en primer lugar y contra algunas operaciones de fuego “amigo” que la hirieron de cerca a ella y a algunos dirigentes cercanos a su persona, en segundo lugar. La carta fue titulada “Como siempre…sinceramente”, parafraseando el nombre de su libro, lanzado el 23 de abril de 2019.
Esta misiva, además de las renuncias de todos los ministros y funcionarios cercanos a su conducción, mostraron que la conducta de a vicepresidenta iba a ser –como siempre- la de jugar a fondo e ir a buscar el núcleo político de la derrota.
En su escrito, la vicepresidenta insistió con algunos conceptos que ya había planteado en otras ocasiones. “Me parece que hay que alinear salarios y jubilaciones, obviamente, precios, sobre todo los de los alimentos y tarifas”, había planteado el 18 de diciembre de 2020, en el Estadio Único de La Plata, en ocasión de un acto del Frente de Todos. En el mismo párrafo se había mostrado contraria a que “ese crecimiento -el crecimiento económico del año 2021 que acertadamente pronosticara el compañero que me había precedido en el uso de la palabra- se lo queden tres o cuatro vivos nada más”.
Continuando en la misma línea –de la que, justo es decirlo, jamás se apartó ni cuando fue presidenta ni ahora-, Fernández de Kirchner expresó que “señalé que creía que se estaba llevando a cabo una política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, esto iba a tener consecuencias electorales. No lo dije una vez… me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación. La respuesta siempre fue que no era así, que estaba equivocada y que, de acuerdo a las encuestas, íbamos a ganar ‘muy bien’ las elecciones. Mi respuesta, invariablemente, era ‘no leo encuestas, leo economía y política y trato de ver la realidad'”.
En esa tónica, Cristina señaló que aún “faltan ejecutar el 2,4 por ciento del PBI, más del doble de lo ejecutado y restando sólo cuatro meses para terminar el año con pandemia y delicadísima situación social. No estoy proponiendo nada alocado ni radicalizado”, se disculpó.
La vicepresidenta abogó luego por la existencia del “Estado atemperando las consecuencias trágicas de la pandemia”, tal como ocurrió en algunos países de Europa y en Estados Unidos.
A continuación, Cristina Fernández de Kirchner realizó una advertencia que hasta ahora no fue demasiado atendida, en cuanto al análisis de los resultados del 12 de agosto y a la descripción de las consecuencias de los datos económicos de los dos primeros años de gobierno del Frente de Todos. “Una realidad que me indicaba que en el año 2015 perdimos las elecciones presidenciales en segunda vuelta y por escasa diferencia, con el mayor salario en dólares de Latinoamérica -que representaba más del doble del salario actual-, con una inflación que era menos de la mitad que la actual y con un candidato, Mauricio Macri, que decía que no le iba a sacar a nadie lo que ya tenía, sino que sólo iban a cambiar las cosas que estaban mal”, describió.
En su cruda descripción de la batalla perdida, CFK sostuvo que “en la Provincia de Buenos Aires, termómetro inexcusable de la temperatura social y económica de nuestro país, el domingo pasado nos abandonaron 440.172 votos de aquellos que obtuvo Unidad Ciudadana en el año 2017 con nuestra candidatura al Senado de la Nación… con el peronismo dividido, sin gobierno nacional ni provincial que apoyara y con el gobierno de Mauricio Macri y su mesa judicial persiguiendo y encarcelando a ex funcionarios y dueños de medios opositores a diestra y siniestra”.
El paquidermo peronista parece haber despertado tras esta controversia, pero diez días después de las elecciones sólo se está desperezando, tan dormido estaba…y sigue estando aún.
En todo el país, el FdT perdió unos cinco millones de votos, en parte por la abstención de sus propios votantes, escaldados por su política económica y la otra mitad se corresponde con los votos independientes, que abandonaron al peronismo por el mismo motivo.
La oposición sumó 300 mil votos en todo el país a sus resultados de 2019, pasando del 33,75 por ciento al 34,70 por ciento.
En resumen
En los días que restan hasta el Día D, que llegará ineludiblemente el 14 de noviembre próximo –exactamente, son 52 días-, sólo la épica peronista podría resolver favorablemente la ecuación electoral. Como hasta ahora esa grandiosidad estuvo ausente, todo seguiría igual.
Esta vez las políticas progresistas destinadas a la clase media mataron a la épica, por lo que el diente feroz del peronismo del conurbano no se manifestó hasta ahora.
Lo curioso es que el descrédito que trajo la política económica no fue capitalizado más que ínfimamente por la oposición, que aún se encuentra inmersa en un similar o peor desdoro, muy lastimada por los cuatro años de cruel ajuste que ejecutó Mauricio Macri sin que le temblara el pulso.
Todas las elecciones que vienen serán locales, más allá de los cargos en disputa. Por eso es importante para el peronismo la territorialidad. Todos los candidatos –es la orden- irán municipio por municipio para tomarle el pulso a la crisis en que cayó la Argentina a causa de la vacilante política económica que ensayó Martín Guzmán.
Hay analistas que proponen tomar en cuenta que “la sociedad se derechizó”, que es una teoría dudosa. En el Conurbano profundo, adonde hace tiempo que nada llega si no es el dolor, el abandono y la pobreza, no existe la derecha, a no ser que sea a consecuencia de las medidas económicas, que abaten violentamente sus salarios o la policía, que persigue a chorros y a militantes sociales con parecida ineficiencia.
Tampoco añoran allá lejos a una izquierda que discute problemas que no los atañen y que se divide constantemente, al ritmo de los egos de sus dirigentes estudiantiles.
La épica que anida en ellos sólo la despierta la Justicia Social, que no está en manos de los políticos, sino de los líderes que les hablan cara a cara. Ellos están desesperadamente atentos a esas señales, pero por hoy sus radares no captan movimientos favorables.
Un silencio atronador envuelve a los eternos olvidados de la política, que el 12 de agosto no fueron a votar, espantados por la indiferencia del poder hacia su suerte. Así no hay paquidermo que se ponga a caminar.