En solamente setenta y dos horas, todos los puentes volaron por el aire. Después de varios meses de guerra fría y un reciente ensayo infructuoso de pax porteña, Mauricio Macri y Hugo Moyano, el Presidente del país y el dirigente sindical más poderoso del último cuarto de siglo, cuyo apoyo fue clave para la llegada al poder de este gobierno, partieron lanzas y ya nada volverá a ser como era.
El inicio de hostilidades, culpa a la vez del huevo y de la gallina, dispara una nueva dinámica que marcará el ritmo del segundo bienio del primer gobierno de Cambiemos, con consecuencias políticas, económicas, sindicales y judiciales difíciles de prever, pero que ya empiezan a notarse. Las apuestas son altas. “Pasado versus futuro.” “Los ricos contra los pobres.” Sobre ese tablero es difícil encontrar lugar para concesiones y acuerdos, eso que se prometió durante la campaña presidencial y buena parte de la sociedad argentina sigue reclamando.
Los ecos de la historia suenan, a veces, en el momento menos indicado. Esta semana, Macri tuvo su “¿Qué te pasa, eshtash nerviosho?”. Las declaraciones del Presidente pusieron a Moyano en el cuadrilátero, aunque la decisión había sido tomada varios días antes, cuando empezaron a avanzar en Tribunales diversas causas que echan sombra sobre el futuro del camionero. Muy lejos habían quedado las fotos y los encuentros sin cámara que durante enero intentaron llevar a buen puerto la longeva relación. El Gobierno necesita paritarias que cierren cerca del quince por ciento para evitar que la economía desbarranque antes de tomar vuelo. El sindicalista no podía aceptar esa condición en ningún escenario. Fin. Lo cierto es que desde hace varios meses Moyano viene buscando el momento de despegarse del Gobierno. Y que en el Gobierno hay muchos que esperan esta ruptura desde el 10 de diciembre de 2015.
Es que el duelo Macri-Moyano funciona también como epílogo de la otra novela de este verano, que tiene como protagonista al futuro ex ministro de Trabajo, Jorge Triaca (h). El cóctel de maltrato laboral, empleo informal y manejos irregulares destapó una cantidad importante de casos de nepotismo y acomodo en la estructura de Cambiemos, obligando a un cosmético congelamiento de salarios top y al despido de familiares de funcionarios en el Estado, en un trámite sumarísimo. El premio para Triaca por semejante servicio a su causa política fue el privilegio de conservar su cargo, solo por el tiempo necesario para poner su rostro y su firma en las negociaciones salariales a cara de perro que se aproximan.
Porque, a pesar de las palabras elogiosas de Macri y de la confirmación temporaria en ese rol, la torpeza le costó al ministro una derrota muy cara en la interna que se juega al interior del Gobierno. Triaca, hijo de sindicalista, conoce a la mayoría de los dirigentes de la CGT desde hace años y siempre representó al ala dialoguista dentro del gabinete, defendiendo las políticas que emanan de Casa Rosada pero “cuidando” a sus viejos amigos. Es (era) el garante de los privilegios de algunos sindicalistas, siempre y cuando prestaran colaboración. O al menos eso le reprochaban sordamente desde el ala dura del gabinete. Bueno, no more mister nice guy.
Con Triaca aislado, la ofensiva quedará en manos de funcionarios de segunda línea del ministerio, encabezados por el viceministro, Horacio Pitrau, impulsor de las intervenciones a sindicatos, con supervisión directa del único funcionario por debajo del Presidente que no fue alcanzado por el programa de recortes anunciado esta semana: Marcos Peña. El plan incluye, además de la activación de denuncias, una batería de bajas a organizaciones sindicales chicas y medianas e intervenciones y avances sobre la autonomía de las obras sociales. Será la aplicación, a escala nacional, de lo que ya estuvieron haciendo, en forma de ensayo, durante dos años.
El 13 de septiembre de 2016, el marítimo Omar Suárez fue detenido por orden del juez Rodolfo Canicoba Corral, que lo investiga por asociación ilícita y administración fraudulenta del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos y por “entorpecimiento de vías marítimas” en el marco de un conflicto gremial. La denuncia contra el “Caballo” la había hecho la entonces interventora de ese sindicato, Gladys González, antes de ser apuntada como candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. En un margen: fue durante esa intervención que González designó como delegada a Sandra Heredia, empleada en negro por Triaca en su quinta de descanso familiar. Suárez fue el primer dirigente sindical que terminó tras las rejas durante el gobierno de Macri.
Un año y dos semanas más tarde, en plena campaña electoral, tuvo lugar la cinematográfica detención del poderoso cacique de la Uocra La Plata, Juan Pablo Medina. Acusado inicialmente por extorsión, rápidamente se agregaron a la foja del “Pata” muchos otros delitos, supuestamente cometidos a la cabeza de una organización paralegal que controlaba la construcción en esa ciudad. En enero de 2018, otro jefe local de la Uocra, Humberto Monteros, de Bahía Blanca, cayó por un caso similar. Pero sin duda el que se llevó más atención de los medios fue Marcelo Balcedo, titular del Sindicato de Obreros y Empleados de Minoridad y Educación (Soeme) y empresario periodístico, dueño de un zoológico, un arsenal y una colección de autos privados.
Además, desde diciembre de 2015, cuando Cambiemos asumió el poder, se intervinieron seis sindicatos, una cantidad récord para un gobierno democrático. Excepto los casos del SOMU y el Soeme, en donde las intervenciones responden a denuncias contra sus titulares, en el resto se argumentaron irregularidades nunca demostradas en los procesos electorales. El más resonado fue el allanamiento e intervención del sindicato de canillitas, cuyo titular, el diputado Omar Plaini, fue despojado de sus fueros sin intervención de la Cámara de la que forma parte. Azucareros, vigiladores privados y judiciales fueron también blancos de similares avances.
El Presidente está convencido de que la sociedad reacciona positivamente ante esos estímulos y que la ganancia en términos de opinión pública excede largamente los costos políticos que puede acarrearle esta cruzada contra “las mafias”. Por eso, aseguran en la Casa Rosada, es que decidió apretar el acelerador. Más allá de la fama de personajes como Medina o Suárez, son, todos ellos, piezas menores en el engranaje político y sindical argentino, incapaces de darle pelea a todo el peso del Estado aplicado contra ellos. Con Moyano, el escenario es distinto y la posibilidad de un conflicto prolongado no es absurda. Se trata de un adversario impopular, es cierto, pero también poderoso.
Hay un factor más a tener en cuenta. Antes que ser un adversario poderoso, el camionero es para el Gobierno un aliado que ya no está. Un resquebrajamiento, quizás el primero significativo, en el entramado político del 51 por ciento en el balotaje. Y además, aunque en el primer bienio mostró los dientes algunas veces, cuando las papas le quemaron al Gobierno, Moyano ayudó a enfriar la situación. Esa lógica se quebró, como tantas cosas, en diciembre. No hay muchos dirigentes opositores –si acaso hay alguno– que pueda suplirlo en ese rol. El Gobierno se quedó sin una válvula que libere la presión cuando las cosas empiecen a ponerse espesas. El Presidente haría bien en tomar nota de eso antes de seguir echando más leña al fuego.