Esta semana, en un año, se celebrarán las primarias abiertas. La barra que indica el progreso del primer mandato de Cambiemos atraviesa en estos días la marca del 75 por ciento, y el desafío del oficialismo se vuelve cuesta arriba. Se sabe que a esta altura de cada gobierno el poder comienza a diluirse y la iniciativa se torna cada vez más costosa; máxime cuando las perspectivas de obtener una reelección o dejar un delfín son, en el mejor escenario, inciertas. Con la economía y la política convulsionadas por un combo de crisis de sector externo, estanflación galopante, ollas destapadas en el mundo empresarial y caza de brujas judicial, aventurarse a cualquier pronóstico que se proyecte más allá del próximo fin de semana es insensato. Sin embargo, hay un dato que resulta unánime: hoy, al igual que en diciembre de 2015, la política argentina orbita en torno de dos y solamente dos astros que ordenan, por atracción y repulsión, al resto de los actores: Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.
“Las encuestas son como las morcillas, le gustan a todo el mundo pero nadie quiere saber cómo se hacen”, dijo hace varios años Aníbal Fernández, entonces jefe de Gabinete. Más allá de la materia prima, hoy todas las consultoras coinciden en mostrar un escenario donde la senadora y el Presidente aparecen como las únicas figuras que logran aglutinar a su alrededor una masa crítica de apoyo popular que los pone en línea de largada para los comicios de 2019. La foto muestra un falso escenario de tercios, donde CFK y MM encabezan uno cada uno, punto más, punto menos. El tercer sector, mal que les pese a los apologistas del peronismo descafeinado, no se encolumna detrás de ninguno de los aspirantes de ese sector sino que se divide entre ellos, el progresismo blanco, liberales desencantados, el troskismo y un puñado de propuestas extrasistema. Hoy por hoy, parece difícil que cualquiera de ellos pueda articular una propuesta ganadora en doce meses.
Más interesante que esa instantánea resulta ver cómo se fue modificando la opinión pública en los últimos meses, lo que muestra algunas tendencias que pueden servir para analizar el escenario que se abre en el futuro. Sin entrar a hilar fino en los decimales, la metodología y el financiamiento de cada estudio de opinión, se observa que todos coinciden en mostrar, en lo que va del año, una fuerte caída de Macri y un leve repunte de Fernández de Kirchner: así se llegó a configurar el virtual empate del que se habla por estas horas. Esas tendencias esconden un dato más preocupante para Cambiemos: de esos “tercios” que hoy exhiben las encuestas, solamente uno aparece consolidado, el que apoya a CFK, cuyo piso del treinta por ciento parece imposible de perforar; lo demás es volátil y terreno de especulación. El Presidente, que tuvo su récord de apoyo después de los comicios de medio término, hace apenas nueve meses, hoy se encuentra en el punto más bajo; eso no significa que no pueda seguir bajando. Nadie conoce el final del tobogán.
Complica también al Gobierno no tener una soga de la que agarrarse para detener la caída: el escándalo por los cuadernos, que en un primer momento fue celebrado en la Casa Rosada como un golpe duro contra su contrincante política, afecta también a la familia presidencial y amenaza la tranquilidad del mismo Mauricio Macri, que podría quedar expuesto, según cómo avancen las caprichosas pesquisas del imprevisible Claudio Bonadio. Para peor, el cimbronazo que involucra a las principales empresas locales, hoy bajo sospecha, pone en riesgo la poca obra pública que sobrevivió al ajuste pactado con el FMI y espanta a los pocos posibles inversores que todavía pudieran estar evaluando traer su dinero a este país. Y para peor aún, la cuestión, hasta ahora, tampoco afecta mayormente la intención de voto de la exmandataria, cuyos simpatizantes están inmunizados a las denuncias de corrupción flojas de papeles después de quince años de sobreexposición mediática.
No se trata solamente de la credibilidad de tal o cual juez o fiscal, ni siquiera del altísimo grado de desconfianza hacia el Poder Judicial, que hoy alcanza a ocho de cada diez argentinos, por encima del nivel de los mismos políticos y empresarios, según una encuesta reciente de Gustavo Córdoba y asociados. En el mismo sondeo, casi el 70 por ciento de los consultados dijeron que la revelación de los cuadernos no cambiaría su voto en las elecciones del año próximo. La corrupción, aunque desplazó a la inseguridad en el podio de cuestiones que más preocupa a los argentinos, sigue muy lejos de la situación económica, que encabeza holgadamente ese ranking. Así las cosas, las fichas del Gobierno están puestas en una cada vez más improbable reactivación de la actividad, que derrame bienestar en los bolsillos durante el trimestre previo a las elecciones; otra vez con el pronóstico meteorológico en la mano esperan una lluvia de inversiones, brotes verdes, la llegada del segundo semestre, el descubrimiento de El Dorado, encontrar en la vereda un ticket de lotería ganador.
CFK, en tanto, sigue tejiendo en silencio. Conoce sus limitaciones y sus virtudes, sabe cómo usarlas. Con su piso de 30 por ciento de votos a nivel nacional tiene prácticamente garantizado un lugar en el balotaje, sea cual sea el derrotero de los próximos doce meses, algo de lo que no puede jactarse ni el oficialismo. Ese caudal también ayuda a vencer resistencias, ya no solamente en la provincia de Buenos Aires, donde el respaldo del justicialismo a su figura es casi unánime, sino en el interior del país: cada vez son menos los peronistas que la ponen del lado de afuera a la hora de trazar un límite para negociar alianzas. No los une el amor, sino el olfato político, la necesidad de mantener a raya las internas en sus territorios y el espanto a la gestión de Cambiemos, incluso entre aquellos que hasta hace poco soñaban con un bipartidismo amable. A veces pareciera que el mismo Macri fuese el jefe de campaña de Unidad Ciudadana; de otra forma no se explican medidas como la liquidación del Fondo Sojero, que esta semana recortó mil millones de dólares del presupuesto de las provincias para lo que queda de su mandato.
En tanto, Mario Quintana, el jefe de Gabinete del jefe de Gabinete, viajó a Nueva York a reunirse con inversores de Wall Street con una misión para nada sencilla: explicarles que Fernández de Kirchner no tiene chances de volver al poder el año que viene y prometerles que la investigación por sobreprecios, cartelización y coimas en la obra pública no va a salpicar a Macri, heredero de uno de los holdings de obra pública más grandes del país. Si lo consigue, habría que ponerlo a trabajar en la fórmula del helado caliente o en la cuadratura del círculo. No va a salirle peor que la gestión macroeconómica: bajo su vigilancia, el riesgo país volvió a las portadas de los diarios, igual que Luis Miguel; en cien días se liquidaron reservas por la misma cantidad que durante los últimos tres años de kirchnerismo; la inflación se ubica a niveles similares a 2016, y el poder adquisitivo está casi un 20 por ciento debajo que el de diciembre de 2015. El Presidente ya no hace conferencias de prensa pero aprovecha a los periodistas que aguardan su llegada a la Casa Rosada cerca del mediodía para dar un mensaje al país: “Tranquilos, no pasa nada”.