El terreno político se cubrió de barro hace ya tiempo. Esta condición, conocida en profundidad por los políticos avezados que transitan los pasillos del poder, afectó seriamente el accionar sindical. En este terreno, la Confederación General del Trabajo (CGT) viene sufriendo escisiones, planteos internos y broncas interminables que dificultan y a menudo neutralizan los planteos de unidad de acción que se viene proponiendo desde hace muchísimos años.
Todos los gobiernos en la Argentina operaron directamente sobre la central obrera, que por esta razón, a lo largo de su historia, en muy pocas ocasiones consiguió una apreciable unidad dirigencial. Estos días que corren no son la excepción, dentro de esta regla no escrita de que la unidad sindical es una utopía.
En el día de cierre de esta publicación, el plenario de secretarios generales decidió la convocatoria a un nuevo paro, que se realizará, finalmente, el 25 de septiembre (ni en eso hubo unanimidad, ya que minutos antes de que se comunicara la resolución había trascendido que el paro sería el 24), sin movilización.
Minutos más tarde, la CTA Autónoma y la CTA de los Trabajadores (¿hablábamos de unidad?) anunciaron, en una conferencia de prensa conjunta, que adherían al paro, aunque despegándose de sus pares cegetistas al lanzar la medida medio día antes (el mediodía del 24 de septiembre) y llevándola a una huelga de 36 horas, con movilización a Plaza de Mayo.
Paralelamente, el día anterior del plenario de la CGT en el teatro Empire, se formó el Frente Sindical en Lucha, en un encuentro de los gremios que conforman la Corriente Federal de Trabajadores realizado en la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas. Este grupo envió sus representantes al plenario de secretarios generales de la CGT con el mandato de exigir un paro general y una “proclama de lucha”.
Todos estos pequeños tsunamis rompieron –aunque solo por el momento– el “pacto de no agresión” que había acordado el 10 de agosto último una delegación de la CGT que se reunió en la quinta presidencial de Olivos con Marcos Peña, Jorge Triaca, Mario Quintana y Fernando de Andreis. Entonces, ambos sectores comenzaron a dar por superadas las tormentas –se habla tanto de los fenómenos meteorológicos– que culminaron con el paro del 25 de junio, que fue impactante y bastante inesperado, al menos en su intensidad, para la Casa Rosada.
De todos modos, en esta etapa cualquier pequeño suceso cambia con demasiada frecuencia los ejes de la política, volviendo inmanejables los conflictos más nimios. Así, todo pacto parecería imposible, aún para el corto plazo.
Un teatro de operaciones
Al Empire arribaron los diferentes agrupamientos con posturas muy definidas, pero permeables a los planteos de los gremios duros, que en esta coyuntura de crisis son los que imponen las pautas. Los gordos (Comercio, Alimentación y Sanidad) ni siquiera pensaban en un paro. Los independientes (Construcción, Personal Civil y Sanidad) menos aún deseaban la medida de fuerza.
En este contexto, los que decantaron hacia la huelga general fueron el golpe de Moyano –que el día anterior al plenario anunció que abandonaba la central obrera–, la defección de los gremios del Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA), que anticiparon su ausencia en el Empire, y la férrea decisión de los gremios más pequeños y de los del interior, que se pintaron la cara hace ya tiempo y vienen exigiéndole al moribundo triunvirato de conducción de la CGT que asuma una posición de reclamo más firme o que renuncien a sus puestos.
De todos modos, una CGT dividida y, por tanto, debilitada solo tomó su decisión más importante en mucho tiempo tras asegurarse el concurso de los colectiveros de la Unión de Tranviarios Automotor y de la Unión Ferroviaria, sin cuyo accionar ningún paro prosperará, según suele repetirse insistentemente –con poco fundamento– en los mentideros políticos.
Para contextualizar, algunos dirigentes del MASA dejaron caer que su ausencia en el Empire se debe a que bregan “por la unidad”, pero que “quienes integran la CGT no lograron el consenso necesario” para conseguirla, por lo cual desistieron de participar. ¿Hablarán en serio? ¿Unidad sí, pero con ustedes no? ¿Es así cómo se consigue? Paradojas.
Por su parte, desde las esferas gubernamentales –tan lejanas al pavimento que pisan los otros mortales– acusaron que “el paro solo les sirve para resolver una interna en curso”, a la vez que sitúan el objetivo de esta huelga “en 2019”. Por supuesto, la espada que esgrimen los guerreros invisibles, esa que corta los aires en una densa oscuridad, está dirigida por el kirchnerismo, que de esta manera se encuentra detrás de los paros de la CGT, de las protestas de las pymes, de las huelgas de los docentes, del paro universitario, de las tomas de tierras de los mapuches y aun de los cortes de rutas y de calles de los piqueteros. Si todo esto fuera cierto, la suerte de Cambiemos estaría echada y nada podría rescatar al Gobierno del fracaso. Más paradojas.
Para el final, una frase de un sindicalista alineado con los gordos, que intentaba explicar la inconveniencia de la convocatoria a un paro general: “Aunque hagamos 250 paros, no van a cambiar la política económica”. El gremialista recogió diversas respuestas de sus interlocutores gubernamentales a lo largo de sus reuniones anteriores y esta fue la reflexión que le merecieron. Lo preocupante es que si no hay diálogo, jamás existirá solución.
Y este –el único camino posible– parece haber caído en manos de un loco arquitecto, que le impuso una traza imposible de transitar.