Los argentinos estamos pasando por un momento de excepción en nuestras vidas, difícilmente comparable con otros. Recuerdo como muy convulsionantes en el cuerpo social a la guerra de las Malvinas, pero hubo pocas cosas más que involucraran a la inmensa mayoría de la población. Incluso ésta es mucho más potente en cuanto a la información y el impacto que la propia guerra, por un tema básico de que existe mucha más tecnología de comunicación en estos tiempos y, obviamente, hay una mayor cercanía geográfica entre los grandes centros urbanos del país, que aglutinan la mayor parte de la población nacional.
Siguiendo solo un momento más con el paralelismo -que nada tiene que ver, pero que no hemos encontrado recientemente otro hecho de tal envergadura social-, aquélla guerra, si bien casi todos los argentinos acordaban en legitimar nuestros reclamos sobre las islas, no todos estaban de acuerdo con el tema de la guerra por diferentes motivos. Había quienes discutían quiénes la llevaban a cabo y quienes cuestionaban el momento por el que transitaba la dictadura que gobernaba o simplemente no acordaban con que la guerra era la herramienta más apropiada para la recuperación de las islas.
Reflexionábamos hace quince días acerca del comienzo del gobierno de Alberto Fernández. Si la velocidad era la adecuada en el diseño de su política de expansión tras la brutal recesión heredada o si las negociaciones internas y externas estaban ya encaminadas o bien planteadas. Por aquél momento nos quedaba la duda acerca de la pandemia, que por aquellos días estaba penetrando con fuerza en muchos lugares de Europa, los que explotaron con una virulencia extrema por estos días.
La conferencia de prensa del domingo a la noche marcó, a nuestro entender, públicamente un antes y un después en esta gestión de gobierno. En la misma, el Presidente de la Nación que se había hecho cargo del problema sacándole la jefatura política nacional del tema al ministro Ginés González García, sentó a su lado al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta (este miércoles volvió a ahcerlo) y al gobernador bonaerense, Axel Kiciloff, en un gesto que será tan recordado como la presencia de Antonio Cafiero junto a Raúl Alfonsín en el balcón de la Rosada tras el alzamiento carapintada de aquel momento.
La Argentina tiene pocos recuerdos, más allá de Perón y Balbín en el regreso del líder exiliado, de actitudes generosas desde y hacia el poder, de parte de los políticos o dirigentes de mayor envergadura del país. Y quizás sea esa actitud de poca valentía o grandeza y la escasa visión de fortalecimiento del Estado Nacional y del país, siempre con preferencia hacia “la chiquita” lo que hace de la Argentina un país totalmente imprevisible, que incumple sus acuerdos internacionales y cambia radicalmente con cada gobierno que llega al poder, tras el cansancio social hacia el fracaso o la perversidad de quién lo antecedió.
Es en ese marco de miopía, que las políticas de Estado, ésas que permanecen por 25 o 30 años en los países desarrollados, trascendiendo gobiernos de distintos signos, que siempre son reclamadas hasta el cansancio por pensadores y dirigentes desde hace ya mucho tiempo, nunca ven la luz en nuestra querida Argentina.
Y en este 2020, con un escenario internacional y nacional que no estaba preparado, aparece el COVID 19, el Corona Virus, para poner a prueba -como tantas otras veces en la historia– cuál es la realidad política y sanitaria del planeta cuando se producen peligros que incluyen muchas muertes.
Sería muy largo enumerar -y ya se ha dicho hasta el cansancio-, los pros y las contras que tiene la Argentina por su ubicación geográfica, por sus recursos humanos y por la logística sanitaria que posee. No entraremos en esta ocasión en ese tema, ni en la dificultad económica adicional que este tema aporta al ya durísimo escenario que afronta la Argentina.
Vamos a ir directamente al tema político, a la dificultad que enfrenta una sociedad entera, a la espera de que el fenómenos se instale con toda su crudeza letal en nuestro territorio. Y es ahí donde nos queremos quedar. Sin tener grandes expectativas de lo que se ha realizado hasta el momento, entre la tranquilidad, firmeza y las medidas que va tomando el Presidente de la Nación, que por otro lado la sociedad escucha con atención como pocas veces -ya que su vida es la que está en riesgo-, se va generando un puente que arrastra al conjunto de las fuerzas políticas. Se espera el aporte de conocimientos, de cuestiones necesarias para el momento de necesidad, de renunciamientos con pérdida de activos, de decisiones no especulativas, que no aportan a la próxima PASO o interna de cada coalición, de colaborar con el vecino político sin mirar su color partidario y de juntar equipos y recursos a la hora de optimizar la respuesta a esta pandemia que llegará en toda su dimensión más temprano que tarde. Y para eso nos preparamos. Para que llegue tarde y debilitada, para que nos permita afrontarla con toda la previsión preparada y lista en este último tiempo.
El enemigo común, invisible -como lo llamó el Presidente-, es lo suficientemente poderoso como para asustar a todas las capas sociales y a las corporaciones, más allá de las diferencias por cuestiones de género, de todas las realidades que hoy tiene el país. Ninguna es prioridad cuando la muerte acecha tan pronto a la vuelta de la esquina.
Somos hijos del rigor, como todos. También tenemos una minoría de irresponsables que no entendieron nada, que se van de vacaciones, sacando a pasear al virus a nuevos lugares que no lo tenían ni están preparados para tratarlo. Pero la inmensa mayoría de la clase dirigente -y por qué no decirlo, el grueso de la sociedad-, se fue enfocando de a poco en un plan común que diseñaron entre todos de acuerdo cada uno a su responsabilidad, pero entendiendo que o ganamos todos si combatimos con solidaridad e inteligencia o perdemos todos ya que nadie se puede sentir a salvo de una pandemia semejante.
La única alegría que tengo por estos días de casi total home office es ver al pueblo y a sus dirigentes, trabajando codo a codo por salvar la vida de los argentinos y todos aquellos que aquí habitan. Ojalá que se mantenga y se profundice esa unión en el pensar y en el actuar y será ello sin duda la mejor prueba de que la grieta -por más que exista- no sirvió nunca para nada y que la salvación nacional será posible generando políticas de Estado como ésta. Había que empezar, quizás eso nos deje el Corona Virus además de los muertos. Ojalá.