El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, además de ser un comediante tiempo completo, a veces no parece situarse correctamente dentro de la realidad geopolítica, en la que intereses superiores a los suyos lo han obligado a participar con un guionado protagonismo.
Mientras avanza la guerra en Ucrania, a pesar de cierta ralentización en este verano europeo, el premier ucraniano en varias ocasiones –y cada vez más seguido- confunde su rol de inexperto Presidente en problemas con el de un “súper líder global” que todo lo puede y, envalentonado desde Washington, se dirige a sus colegas de la Unión Europea (y donde le dejen hablar también) de manera autoritaria y a veces descalificadora. Es difícil ponerse a pensar que dirán en Alemania o Francia (por poner dos ejemplos directos) cuando deben escuchar las críticas públicas de un exigente Zelensky acerca de la escasa colaboración o de la velocidad de la ayuda, cuando todo el continente se ha puesto en graves problemas por la falta de soberanía que el comediante tuvo en sus decisiones de un tiempo a esta parte. Especialmente desde el golpe de Estado del Maidán del 2014 para acá y en escala creciente, Ucrania (antes con Petró Poroshenko) ha declinado en este proceso sus intereses nacionales y ha puesto –con su nazismo genocida en el Donbass- en dificultades a buena parte de los países que ahora lo sostienen, por su política de priorizar los intereses de algunos integrantes de la OTAN (Estados Unidos y Reino Unido) a los intereses nacionales y de la UE.
En realidad, Ucrania más allá del desastre social y económico en el que se ha embarcado, quedará en cualquier escenario con parte de su territorio perdido, una deuda externa e interna impagable, y lo que es peor, cuando pase la guerra, muchos gobiernos “amigos” en esta etapa mostrarán su verdadera cara a la hora de planificar el futuro con este “nuevo socio” que nació flojo de papeles, corrupto como siempre y con la cuota de ayuda y solidaridad agotada de por vida. Solo deudas y privaciones en su horizonte.
No olvidemos que de la “ayuda” militar a Ucrania, la parte financiera nunca llega a este país. No sale de los Estados Unidos ya que los miles de millones de dólares son girados desde el gobierno federal directamente a las corporaciones de armamento que son las grandes ganadoras de este conflicto. No en vano este sector es la columna vertebral de la economía americana, y necesita de guerras permanentes para sostener la rueda. Las promueven directamente a través del lobby político. Además, no solo Estados Unidos compra armas a esas empresas, sino que hay países de la UE que también dejan –algunos a desgano- una parte de su presupuesto en tierras norteamericanas.
Por eso Zelensky debería entender cuando habla con los líderes del mundo que esta situación particular no será para siempre, que llegará el momento en que él ya no será más necesario, que no estará toda la vida en este lugar “privilegiado como víctima” para dar cátedra de guerra y política con sus pares y sobre todo con los medios (como la vergonzosa entrevista que brindó a Vogue). Todo ello en el caso del milagro que logre sobrevivir políticamente de este desastre en el que puso a su país y sabiendo que hacía condicionó a todo el continente.
El problema es que el rediseño de lo que era una descolorida OTAN, lamentablemente, parece haber fallado en su fulminante reconversión con el cambio de objetivos a enfrentar y ha equivocado el camino por el cual ahora deberá transitar obligadamente los próximos años, de no mediar nuevas sorpresas que la dividan o la derroten. En ese club, Turquía parece haber entendido el camino y es uno de los pocos ganadores.
La Unión Europea (UE) –con honrosas excepciones como Serbia y Hungría– ha decidido a partir de este conflicto, y sobre todo de las necesidades norteamericanas y británicas, la ucranización de su política como bloque. Esto en la práctica sería así -de ahora en más- tensar al máximo el conflicto con la Federación de Rusia y Eurasia en general, y pagar los costos que sea necesario en esta dirección que no fue por ellos diseñada. Lamentablemente los precios serán demasiado altos para sus países y en algunos casos se trasladarán al resto del mundo, también por las nuevas características de la realidad mundial, que está aun acomodándose, entre países sumisos y países soberanos. No entre democráticos y autoritarios como pretenden hacernos creer, algo bastante parecido al bien y el mal. La representatividad política y la organización global está hoy en el planeta en plena transformación.
Decidir continuar el desarrollo humano, comercial y tecnológico de la UE pensando en un potencial conflicto armado con una de las mayores potencias nucleares del mundo (si no la mayor), a la que tienen al lado, no parece ser una brillante idea y muchos lo saben. Pero se suicidan igual.
Algunos excesos de rusofobia parecen estar marcando algunos desacoples dentro del bloque. Ni hablar de las sanciones que dividen (vaya uno a saber hasta cuándo) a muchos de los integrantes, sino que algunas actitudes como la que tomó algún país báltico de suspender visados para todo el pueblo ruso parecen alejarse de la realidad y de la sensatez.
La primera ministra de Estonia, Kaja Kalas, ha dicho que “visitar Europa es un privilegio, no un derecho humano” (sic). Mientras la finlandesa Sanna Marin junto a ella aseguraba que “en medio del desastre que hicieron en Ucrania, ellos van tranquilos como turistas” en una confusión importante acerca de las potestades y las responsabilidades de cada uno en una convivencia organizada. Letonia ya no entrega visas a los ciudadanos rusos que ahora usan esos países (a los que llegan por tierra) para evitar el bloqueo aéreo al que fueron sometidos. Alemania ya se pronunció en contra de esta ridícula medida, y es bueno recordar las palabras de Emmanuel Macron (no la conversación con Vladimir Putin filtrada por él mismo) que, más allá de la postura de Francia con Ucrania, afirmó que “no es necesario ni conveniente humillar a Rusia”. Estas cuestiones también escalan la agresividad del conflicto, tanto o más que el armamento pesado con que ahora la OTAN provee a Ucrania.
También festejaba la joven primera ministra de Estonia, que el “mar Báltico será ahora un lago propiedad de la OTAN” como si ese fuera el mejor destino que pudiera tener ese Mar, rodeado de misiles, buques de guerra y aviones con tanta gente cerca de distintos países. Una conquista maravillosa. Sin contar el error de Kaja Kalas, que olvidó que entre las nueve naciones que bordean ese Mar existe Kaliningrado (Rusia en el Báltico) y ya hay allí nuevos aviones cazas, bases y armamento nuclear de Rusia, pegados a ellos. Sin contar San Petersburgo que está a 200 kilómetros de Helsinki. El Mar Báltico será uno de los lugares más inseguros del mundo, solo una demente puede festejar eso.
El “estadista” Zelensky en sus clases magistrales de geopolítica, afirma que los rusos se merecen eso y mucho más ya que “esta población (la rusa) eligió este gobierno y no lo está combatiendo ni discutiéndole, ni gritándole que se vaya” para rematar preguntándose “¿no quieren el aislamiento? Bueno, váyanse a su país a vivir allí”. Sería bueno recordarle al Estadista que el aislamiento de Rusia es el objetivo de su patrón político Joe Biden y no una elección de Rusia, ni de su gobierno ni de su gente. De todos modos, ya quedó demostrado que eso es imposible. Es demasiado grande en territorio, poderío e historia para que ello suceda.
Salvo quienes conforman la OTAN (aun con sus discrepancias tapadas), más Japón, Corea del Sur y Australia, toda África y buena parte de Asia con los gigantes China e India incluidos, Medio Oriente y su potencia económica y los países líderes (y la mayoría) de América Latina no se han sumado ni a las sanciones ni a la rusofobia. La multipolaridad es un hecho irreversible y lo que quede de Ucrania (si algo queda) merece estar en esta Unión Europea, la del desatino, la no soberana, la que adora a un nazi berreta como Zelensky, la que escala la guerra aunque no quiera, la rusófoba, la que no le importa firmar de puño y letra su propia decadencia.