El dólar no tiene precio: hace dos meses, veinte pesos parecía justo; el mes pasado, el gerente de FIAT, Cristiano Rattazzi, había estimado que 26 era el número de equilibrio y muchos dijeron que era exagerado. Esta semana, el flamante ministro de Producción, Dante Sica, dijo que entre 28 y 29 pesos resultaba “cómodo” para la mayor parte de los sectores de la economía. Ese era el valor de la divisa al cierre de esta nota. Quien escribe estas líneas no se anima a arriesgar cuál será al momento en el que esta revista llegue a manos de los lectores. Desde diciembre del año pasado, la moneda argentina perdió más de la mitad de su poder de compra, caída que se aceleró en los últimos dos meses.
Después del enésimo “lo peor ya pasó”, la coyuntura sigue poniendo en jaque a un gobierno que no parece encontrar respuestas ante una crisis que vieron venir todos menos ellos. Lejos ya de ser el mejor equipo de los últimos cincuenta años, hoy la pelea es para no quedar como el peor de los últimos veinte. Con el agua al cuello y su reelección amenazada por una realidad social y económica muy adversa, el presidente Mauricio Macri ensaya enroques en su gabinete y apuesta a terminar con el gradualismo, con la esperanza de que el mal trago pase rápido. La devaluación más fuerte desde la crisis de principio de siglo no pudo calmar la corrida, y las reservas del Banco Central se perdieron a una velocidad alarmante, alimentanda por la fuga de dólares y licuando el poder adquisitivo de todos los argentinos.
El frente político del oficialismo, como consecuencia, está cada vez más complicado: los que colaboraban ahora quieren despegarse; los que criticaban encuentran cada vez más consenso en sus posiciones, y la sociedad en la que se basa Cambiemos comienza a mostrar algunas fisuras. Los sindicatos, acuciados por las bases y el sentido común, salen a la calle a reclamar por los salarios disminuidos y los puestos de trabajo en peligro. Las condiciones de gobernabilidad, así, aparecen deterioradas. Para salir de la encrucijada se requieren nuevas recetas y una muñeca política hábil para aplicarlas. Hasta ahora, Macri aparece en deuda en ambos rubros. La carta de intención que anticipa el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional no ayuda a insuflar optimismo: menos empleo, más recortes, menos crecimiento, más inflación.
En ese contexto, el Gobierno busca revivir la idea de un acuerdo nacional que incluya a los sectores dialoguistas de la CGT y al peronismo amable, para facilitar la aprobación de un paquete de leyes clave en el Congreso: difícil que el chancho chifle. No hay voluntad de colaboración ni espanto a Cristina Fernández de Kirchner que alcance cuando la oferta es hacerse socio en las pérdidas de una empresa política con escasas chances de éxito y muchas de prenderse fuego en el camino. Por las dudas, Macri ordenó el diseño de un plan de contingencia para gobernar el próximo año y medio sin necesidad de pasar por el parlamento, a puro decreto y fallo judicial amigable. A lo mejor de eso se habló en algún tramo del almuerzo fuera de agenda que compartió con el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, el martes pasado.
“¿Alguien ha visto un dólar alguna vez?”, dicen que se preguntaba Juan Domingo Perón cuando el sector externo ya imponía restricciones a la economía argentina, hace más de medio siglo. El problema no sería tan grave si la suba de esa moneda fuese un fenómeno aislado. Pero en un país con alta inflación crónica, cada turbulencia en el mercado cambiario rebota en las góndolas, que en lo que va del año vieron aumentos de precios en el orden del 30 por ciento, con algunos productos básicos que prácticamente duplican el que tenían hace algunos meses. Las tarifas de energéticas, atadas al valor del dólar, deberían volver a incrementarse en un 40 por ciento antes de fin de año, a pesar de que el Gobierno había prometido que el último aumento sería el definitivo. La negativa del ex Shell Juan José Aranguren a dar marcha atrás en su pacto con las empresas del rubro estuvo entre las causas de su reciente salida del gabinete.
Detrás de cada una de esas subas hay miles de argentinos que caen bajo la línea de pobreza. Con los salarios en blanco aumentando un magro veinte por ciento en el mejor de los casos y una economía informal aún más pauperizada y ganando en volumen, las estimaciones de los especialistas apuntan a que antes de fin de año uno de cada tres argentinos quedará en situación de vulnerabilidad. La única respuesta que ensaya el Gobierno a este problema excede el ámbito de lo económico: esta semana el ministro de Defensa, Oscar Aguad, ratificó que se modificará el decreto que inhibe a las fuerzas armadas para actuar en seguridad interior. El dólar no es lo único verde en los planes de Macri.