La paciencia del pueblo argentino está pasando por un período que no reconoce antecedentes y que de algún modo, sorprende a propios y extraños por cuestiones que se relacionan con el rumbo (y los modos) que le imprimió el gobierno de Javier Milei a su gestión.
Lo primero que hay que reconocer es la legitimidad de su triunfo, basado justamente en una cuestión de viraje violento decidido por las mayorías nacionales en el último trimestre del año pasado. El mismo se concretó de la manera más contundente posible, tratando de evitar que esa tendencia la llevara a cuestiones más previsibles y cercanas al sistema político tradicional, como lo expresaba en aquel momento la candidata del PRO, hoy cooptada por LLA, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich.
Una nueva arista en el escenario político argentino es el nivel de crueldad social ejercida por un gobierno democrático en la toma de decisiones, tomando como víctimas a sectores mayoritarios de la sociedad a los que solo se los podía someter en el pasado con sangrientos golpes militares. La insensibilidad demostrada por este equipo político y económico que encabeza el propio Presidente tampoco tiene parangón con ninguna experiencia pasada y, si bien es cierto que por esa misma razón fue votada, resulta muy difícil creer que la gente conocía lo que se le venía encima, en su intento de liberarse de las distintas alternativas que habían sido gobierno en los últimos 40 años.
La pregunta del millón -mientras el gobierno y sus aliados de la casta más rancia, a la que escracha en forma permanente, se reparten los cargos que van necesitando en cada etapa- es hasta dónde resistirán económicamente los votantes de Milei en su apoyo a esta crisis descomunal que desató al grito de “bajar la inflación a cualquier costo y lograr el equilibrio fiscal”, sin ninguna otra prioridad que incluya a la gente en esa foto.
Está claro el nivel de sufrimiento que viene atravesando el pueblo argentino en su devenir y lo difícil que le resulta transitar por esta etapa de la vida nacional, en donde absolutamente todo se torna mucho más difícil que antes, sin tener a la vista ninguna luz al final del túnel.
Ésta es la parte social. Ahora es muy difícil mantener o conseguir un empleo y es casi imposible pagar los servicios, los medicamentos o el transporte, a pesar de que aún no llegaron los golpes decisivos de la quita de subsidios. Además, el consumo de alimentos es el más bajo en años, por la incapacidad económica de adquirirlos para vastos sectores de la sociedad, digamos, de los sectores siempre acomodados (pocos, en 47 millones) para abajo. Toda esa incertidumbre de hasta adónde va a llegar este ajuste, definido por el gobierno como el más grande de la historia, tiene su correlato en la vida de cada uno de los argentinos, que vive al día, teniendo que decidir si come o si viaja. Se perdió hasta el orden mínimo o planificación acerca de cómo va a encarar los días subsiguientes, ya que todo se decide mirando los bolsillos flacos en ese momento. Para cumplimentar los gastos mínimos son demasiadas las cosas de las que hay que prescindir, cada uno en el sector de la pirámide en que se encuentra.
Cuando uno se refiere a la pata social, significa que está atendiendo a cómo intentan, sin lograrlo, saltar las vallas de las necesidades súper básicas, en las que no entran las diferencias ideológicas por las cuales uno también podría apoyar u oponerse al rumbo elegido. Parece altamente probable -y los sondeos de opinión así lo demuestran estos últimos dos meses- que el deterioro de las condiciones para sobrevivir tomó una velocidad distinta y aprieta tanto al que no tenía casi nada como a una clase media malabarista, a la que ya no le quedan más ideas ni acciones concretas acerca de cómo bajarse del tobogán en el que se encuentra. Distinta es la velocidad de la política, mucho más lenta y atrapada con astucia desde el poder, con una propuesta comunicacional que la satura con amenazas, mentiras, escándalos y todo tipo de maniobras de distracción que ocultan el verdadero objetivo.
Hay dos maneras de ver la realidad. Una es escuchando al presidente (verlo actuar) y otra es leyendo el Boletín Oficial, adonde quedan plasmadas todas las decisiones que toma el gobierno. La situación social se ajusta más a la segunda que a la primera. Es consecuencia de lo allí escrito.
La paciencia de la que hablábamos al principio está empezando a quebrarse. El apoyo, todavía importante en las encuestas, como el yogur, tiene fecha de vencimiento. Solo los “libertarios” convertidos a la casta (muchos nombramientos) seguirán defendiendo lo logrado en estas épocas de vacas escuálidas. El votante independiente de Milei, que no logró acceder a ninguno de los beneficios que trae el manejo del Estado que tanto critican, es el primero que intuyó que el circo montado era para pocos, y empezaron a entender que el fenómeno desatado en las redes sociales con esta disrupción del cambio total (la casta tiene miedo) sólo existe allí, mientras ellos continúan con las penurias apenas apagan el dispositivo de los likes.
Ni hablemos del brutal retroceso en las cuestiones estratégicas que debe afrontar un país como el nuestro, con abundancia de recursos naturales y que fue convertido en un globo de ensayo de hasta dónde se puede apretar al pueblo sin volcar, en un mundo en el cual la brecha entre los más ricos y los más pobres ya es escandalosa. Hacia allá vamos, listos para profundizarla.